Se hace un poco pesado tener que hablar una y otra de esas cosas que todo el mundo sabe o debería saber, y que a menudo (la mayor parte de los valencianos sobre todo) olvidamos e incluso desconocemos. Esas cosas que, cada vez más, llegan a la opinión pública de Cataluña y se hacen hueco poco a poco: las mismas que el PP y el PSOE valencianos (y los medios de comunicación afectos o desafectos) ignoran, ocultan o falsean o, aún peor, creen que no son importantes, que en realidad son santas y buenas y positivas, porque son las cosas que confirman y refuerzan una españolidad extensa, intensa y sumisa. Sumisa al poder del estado, intensamente controlada por este poder, y extensamente asumida con el paso de las generaciones. El designio es antiguo y constante, ya debe tener más de cuatro siglos de historia, y el propósito es indudable y clarísimo. No escribo ésto con ganas de repetir doctrina, sino movido por la lectura de un libro reciente, lleno de mapas y de tablas numéricas. El libro se llama «España, capital París» (La Campana), y tiene en la cubierta un montón de carreteras donde figura la inscripción «Km 0». El autor, Germà Bel, que también debe estar ya harto de explicar obviedades, es de las Casas de Alcanar, que es tanto como decir medio valenciano, si no es ofender, y el «Km 0″ debe ser, si no me falla la memoria, el centro de la Puerta del Sol de la villa de Madrid. Que es, exactamente, el punto y lugar donde conducen, y conducían, y deben conducir, todos los caminos de carro y de diligencia, todas las carreteras, autovías, autopistas (gratuitas, es claro: no las de peaje), todos los ferrocarriles de vía ancha, estrecha o media, de locomotora de vapor o eléctrica, correos, expresos diurnos y nocturnos, vagones-cama, de velocidad baja o preferiblemente alta, y todas las líneas aéreas de todos los aeropuertos. Ustedes, y especialmente los lectores valencianos, recordarán que el 18 de diciembre de 2010 las más altas autoridades de los reinos de España y de Valencia celebraron el primer viaje del Ave Veloz Española como una fecha histórica, quién sabe si comparable al entrada de Jaime I en 1238 (de 1707, ni el rey ni el presidente del gobierno ni los ministros ni el PP ni el PSOE ni Camps ni Rita Barberá, no tienen ninguna memoria), como » la más alta ocasiones que vieron los Siglos», que habría escrito Cervantes. Si tuviéramos que hacer caudal de la euforia oficial, la felicidad ciudadana, la prosperidad y la lluvia milagrosa de dinero y de inversiones productivas, serían algo tan cierto como la nueva proximidad a la estación de Atocha.
Aquellos días, la prensa publicaba fabulaciones sobre el milagro inminente, el maná del cielo, los efectos del prodigioso ferrocarril volador. Con cálculos que, de haber leído las páginas que dedica Germà Bel, deberían hacerles caer la cara de vergüenza a quienes los hacen, a quien los publica y a la larga serie de políticos que los divulgad con cara de felicidad. Cálculos que, como tantos otros que corren sobre la materia, son pura especulación fantasmal, propaganda, estupidez de tontos, o simple indecencia política. El Kilómetro Cero del profesor Bel deja con el culo al aire todas las justificaciones económicas de la red radial española, y muestra de manera diáfana las otras, las auténticas explicaciones: las que inspiraron ya las leyes generales de ferrocarriles de mediados del siglo XIX, y las que repetidamente expresan los presidentes españoles y todos los ministros del ramo, uno tras otro. Porque si hay una cosa clara, clara y confirmada y declarada, es que este tren ruinoso y carísimo, un lujo que ningún país ha llevado a los extremos que a los que lo llevan los sucesivos gobiernos de España, tiene como objetivo final, expresamente meditado y afirmado, la consolidación de un estado radial, el incremento brutal de la potencia del centro y el debilitamiento del resto, reducido a la condición de periferia. Hay un mapa, en el libro de Bel, con las previsiones de la alta velocidad hasta el 2020: todas las capitales de provincia estarán a un máximo de tres horas y media de Madrid, y desde Valencia el viajero podrá ir volando a Huelva, a Cáceres o a Lugo (vía Madrid, obviamente), pero a Barcelona no, y viceversa. Quiere decir que la sumisión a todos los poderes que se concentran en Madrid es implacable: los poderes económicos, los ideológicos, los políticos y, si puede ser (que será), los culturales. En Valencia el Cid Campeador ganará por fin la última batalla, y los políticos regionales cantarán el himno «Para ofrendar…».