Si no fuera porque es un síntoma grave y preocupante, sería incluso divertido observar las reacciones de buena parte del independentismo reformista ante la voluntad firme y decidida del PSOE de ganar las elecciones catalanas y formar un gobierno de partidos españoles. Los hay que se han quedado aturdidos porque parece que no acaban de entender qué ha pasado. ¿Quizás pensaban que a cambio del apoyo incondicional -y incondicionado- al PSOE en Madrid, el PSOE se dejaría ganar en Barcelona?
Lo denuncio desde hace tiempo: con contadas excepciones, el nivel intelectual de los partidos independentistas es ínfimo. Peor aún: funciona al revés de como debería ir. En vez de analizar honradamente la realidad y hacer propuestas a partir de ella, de primeras deciden a dónde quieren llegar, dónde están sus intereses, y después revisten este objetivo con unos pobres folletos intelectuales, cada uno más extravagante que el anterior, destinados a arañar cuatro votos. Pero la lección que les cae encima ahora es monumental: después de haber hecho tanto como sabían y podían para reventar la unidad del independentismo, se encuentran con un ‘Juntos por el No’, que no sólo podría ganar las elecciones sino que incluso podría formar gobierno.
España -no nos engañemos con disquisiciones; la nación española- ha activado, nuevamente, la máquina de ganar unas elecciones. Ya lo hizo, con éxito, el 21-D con aquella promoción increíble de Ciudadanos. La cosa consistía en unir el máximo número de votos en torno a un solo candidato para que, aprovechando la división del independentismo en tres candidaturas, éste fuera el primero. Y lo consiguieron. Después todo fue humo -miren dónde para ahora Arrimadas y dónde para Ciudadanos, pero el objetivo nacional lo consiguieron. Y eso mismo hacen ahora con Salvador Illa. Con la diferencia de que esta vez ‘Juntos por el No’ aspira también a formar gobierno y echar al independentismo de las instituciones -como pedía hace pocos días el director de ‘La Vanguardia’ reclamando «que aparezca un nuevo gobierno que se dedique a gobernar y no a pasarse el día hablando del mandato del Primero de Octubre».
Y, vale más que se lo metan en la cabeza, esta vez lo puede conseguir, gracias a dos cosas. La primera es que el candidato Illa puede obtener la máxima cifra de votos para su investidura, desde los comunes a Vox. Abran los ojos tanto como deseen, pero apúntenlo. A Illa, para ser presidente, lo pueden votar, al mismo tiempo, desde los comunes a Vox. Y lo harán. Si el independentismo no tiene suficientes escaños o si insiste en la guerra partidista, nos encontraremos esto. Vox, muy hábilmente, incluso lo ha dicho. Sabe que tiene unos votantes que se mueren de ganas de votar, pero aún más de liquidar los gobiernos independentistas. De manera que les han tranquilizados. Que no sufran ni un segundo. Les pueden votar tranquilos, que los votos de Vox serán para Salvador Illa, para el socialista Salvador Illa. Unos y otros en España pueden ser enemigos mortales, pero en Cataluña son del mismo bando.
Y los comunes pueden decir misa, que tras la investidura de Ada Colau gracias a los votos de Manuel Valls, su credibilidad en estos asuntos es nula. Lo discutirán en campaña y dirán que es imposible. Pero recuerde el tuit de Gala Pin cuando empezó a correr el rumor de que para evitar que ERC tuviera la alcaldía de Barcelona harían alcaldesa a Colau con los votos de Manuel Valls. En una sola copia de pantalla está todo. Mirenla (https://imatges.vilaweb.cat/nacional/wp-content/uploads/2021/01/galapin-24182250.png). No sólo niega el pacto que terminó siendo, sino que encima lo aprovecha para hacer acoso a Esquerra exigiéndole elegir entre el precioso y angelical pacto de las izquierdas o el malvado y depravado acuerdo con la derecha catalana. Visto desde el día de hoy, y comprobado que fueron ellos quienes pactaron con la derecha española, el incidente es indignante o cómico, según el humor que tengan. Pero tomen nota, que la cosa va por el camino de repetirse. Y peor aún.
Esto es una operación de Estado como una casa, pero sobre todo es una reacción nacional. Brutalmente nacional. De emergencia nacional, como todo lo que pasa en España desde el Primero de Octubre. Por más que lo quieran negar en arameo. Una reacción que cuenta con la intervención entusiasta del poder ejecutivo y del judicial coordinados y con la activación a todo trapo de la maquinaria mediática y demoscópica. Con el objetivo de volver a crear una hipnosis colectiva. Simplemente hay decenas de miles de españoles que preguntan: «Y esta vez, ¿a quién nos toca votar?, ¿qué es mejor para España, que es mejor para mi nación?» Y España les responde: «Illa, Illa, Illa…», como hace tres años dijo «Arrimadas, Arrimadas, Arrimadas». Como dirá lo que sea para mantener la dominación nacional sobre nuestro país.
Sin embargo, a diferencia de hace tres años, ahora sí se ve posible y puede pasar que uno o dos de los tres grupos independentistas que presumiblemente entrarán en el Parlamento consiga con sus decisiones hacer imposible un nuevo gobierno independentista, negándose a votar al otro y que se abra la puerta a un gobierno de los españoles. ERC no deja de verbalizarlo, con dirigentes suyos que afirman una y otra vez que no se puede gobernar con Junts. Y Junts aún, con todo el chaparrón que le cae encima a Núria Marín, mantiene, impasible y como si oyera silbar, el pacto con el PSOE en la Diputación de Barcelona. Y mientras la CUP hace lo que sabe hacer mejor, que es desorientar a la población: elige una candidata y le impone el programa contrario. Ahora no haré apuestas porque no quiero precipitarme, pero tengan claro que según quien quede primero, segundo y tercer podemos llegar a ver unas contorsiones que ni el mejor circo ruso no sería capaz de imitar.
Entiendo a quienes se desesperan por las consecuencias de tantos errores y la proximidad del 14 de febrero. Pero yo, en todo este episodio, más bien veo una oportunidad. Incluso si al final el independentismo quedara fuera del gobierno de la Generalitat. Espero que los independentistas vayan, vayamos, en masa a votar pero si al final Illa, por unas cosas u otras, fuera presidente, que no se engañe nadie, que esto no cambiaría el país. Ni haría desaparecer como por arte de magia el movimiento independentista y la mayoría social que tiene detrás. Y, en cambio, quizá serviría para que aquella parte del movimiento que se ha creído la cantinela suicida de que es más importante ser de derechas o de izquierdas que aspirar a liberarnos todos reflexione sobre la consecuencia nefasta de sus actos.
Hay mucha gente que ha creído sinceramente que el movimiento democrático catalán debía ser, por fuerza, el único diferente a los demás movimientos nacionales del mundo y que por eso se debía dedicar a matarse dentro de sus filas incluso luchando por la hegemonía en lugar de ganar la libertad disputando al poder. Es uno de los errores monumentales que los folletones intelectuales han inoculado. Pero como los hechos suelen ser fácilmente comprensibles, espero que a esta gente les haga ver cómo todo el nacionalismo español, de la izquierda a la extrema derecha, es capaz de unirse en pro de impedir la independencia de Cataluña. Sin mirar el precio de todo ello. Tal vez entonces se dejarán de preocupaciones y fantasías y entenderán que esto es una batalla de nación a nación, como lo fue con tanto éxito para nosotros de 2010 a 2017.
- Hay días que pienso que, al tiempo que recuperamos la iniciativa política para ganar la independencia, en la línea que proponía la semana pasada, tenemos que volver a «hacer país». Reanudar también las cosas más básicas y disputar el poder en todos los terrenos. Por ejemplo: ¿cuántos de los lectores de este editorial todavía son suscriptores de La Vanguardia pero no han pensado en suscribirse a VilaWeb para poder ganar todos más capacidad y más poder? Cuántos no lo piensan aunque este diario les dice cada día las cosas que les ayudan a entender la realidad y aquél no. El «nación contra nación» no es sólo una cuestión de política…
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