La semana pasada, ante las protestas en contra de Scott Walker, el nuevo y anti-obrero gobernador de Wisconsin –protestas que continuaron por todo el fin de semana, con enormes multitudes el sábado- el representante Paul Ryan hizo, sin quererlo, una comparación atinada: “Es como si el Cairo se hubiera mudado a Madison”.
No fue lo más sagaz que el Sr. Ryan podría haber dicho, ya que probablemente su intención no fuera comparar a su compañero del Partido Republicano con Hosni Mubarak. O tal vez sí –a fin de cuentas unos cuantos conservadores prominentes, incluyendo a Glenn Beck, Rush Limbaugh y Rick Santorum, denunciaron el levantamiento e insistieron en que el presidente Obama debió haber ayudado al régimen de Mubarak a reprimirlo.
En cualquier caso, sin embargo, tenía más razón de lo que podía imaginar. Porque lo que está sucediendo en Wisconsin no concierne al presupuesto estatal, a pesar de la pretensión de Walker de estar sólo tratando de ser responsable en términos fiscales. Lo que está en juego es el poder. Lo que el Sr. Walker y sus partidarios están tratando es que Wisconsin –y eventualmente los Estados Unidos- sea menos una democracia funcional y más una oligarquía al estilo del tercer mundo. Y he ahí por qué cualquiera que crea que necesitamos de un cierto contrapeso al poder político del gran capital tenga que estar del lado de los que protestan.
Algunos antecedentes: Wisconsin enfrenta de hecho una reducción presupuestaria, aunque sus dificultades sean menos graves que las que enfrentan otros estados. El ingreso ha descendido como resultado del debilitamiento económico, mientras que los fondos de estimulación, que en el 2009 y el 2010 contribuyeron a llenar el hueco, se han esfumado.
En tal situación, tiene sentido el llamado al sacrificio común, incluyendo las concesiones monetarias por parte de los trabajadores estatales. Y los líderes sindicales han señalado, por cierto, que están dispuestos a realizarlas.
Pero Walker no está interesado en alcanzar un acuerdo. En parte, porque no quiere compartir el sacrificio: aun cuando proclame que Wisconsin enfrenta una terrible crisis fiscal, se ha dedicado a forzar cortes en los impuestos que sólo empeoran el déficit. Ante todo, ha puesto en claro que antes que negociar con los trabajadores, quiere acabar con la capacidad negociadora de estos.
La propuesta de ley que ha inspirado las protestas eliminaría los derechos colectivos de negociación de los trabajadores estatales, minando, efectivamente, los sindicatos de empleados públicos. Significativamente, algunos trabajadores –a saber, aquellos de tendencia republicana- están exentos de esa amenaza; es como si el Sr. Walker estuviera haciendo alarde de la naturaleza política de sus acciones.
¿Por qué atacar a los sindicatos? Tal como dije, nada que ver con ayudar a Wisconsin a superar su actual crisis fiscal. Ni, probablemente, a mejorar las perspectivas presupuestarias del estado, ni siquiera a largo plazo: al contrario de lo que usted haya podido escuchar, los trabajadores del sector público en Wisconsin, y en cualquier otra parte, reciben salarios algo menores que los del sector privado, aun con similares calificaciones, así que no queda mucho que recortar.
Por lo tanto, la cuestión no es de presupuesto; es de poder.
En principio, todo ciudadano norteamericano tiene igual relevancia en nuestro proceso político. En la práctica, desde luego, algunos somos más iguales que otros. Los billonarios pueden desplegar verdaderos ejércitos de lobistas; pueden financiar tanques pensantes que den el giro deseado a los asuntos políticos; pueden canalizar plata a aquellos políticos afines (como lo hicieron los hermanos Koch en el caso del propio Walker). En el papel, somos una nación de una persona, un voto; en la realidad, somos, en una medida más que buena, una oligarquía gracias a la cual un puñado de adinerados tienen el control.
Considerando esta realidad, es importante contar con instituciones que puedan actuar como contrapeso al poder del gran capital. Y los sindicatos están entre las más relevantes de estas instituciones.
No es que a uno tengan que gustarle los sindicatos, no es necesario creer que sus posiciones políticas sean siempre correctas para reconocer que están entre aquellos pocos que en nuestro sistema político juegan a representar los intereses de las clases media y proletaria, en contraposición a las privilegiadas. De hecho, si los Estados Unidos en los últimos treinta años se han vuelto más oligárquicos y menos democráticos, ello se ha debido en gran medida a la decadencia de los sindicatos del sector privado.
Y ahora el Sr. Walker y sus partidarios quieren también deshacerse de los sindicatos públicos.
Hay aquí una amarga ironía. La crisis fiscal en Wisconsin, como en otros estados, fue provocada básicamente por el creciente poder de la oligarquía norteamericana. En definitiva, fueron los súper ricos de las finanzas , y no la población, quienes forzaron la desregulación financiera, preparando así la escena para la crisis económica del 2008-9, crisis cuya resaca es la razón fundamental del actual corte presupuestario. Y ahora la derecha intenta aprovechar se de esa misma situación para erradicar uno de los pocos remanentes de resistencia a la influencia oligárquica.
¿Entonces, tendrá éxito el ataque a los sindicatos? No lo sé. Pero cualquiera que se preocupe por salvaguardar un gobierno del pueblo para el pueblo debería confiar en que no.
Tomado de The New York Times
Publicado por Rebelión-k argitaratua