Joseph Stiglitz, Nobel de Economía
El que fuera jefe de los asesores económicos de Clinton publica ‘Camino de libertad’, un duro alegato contra la idea de libertad de los padres del neoliberalismo que ha llevado, dice, a las puertas del autoritarismo y el neofascismo
Joseph Stiglitz fue economista jefe del Banco Mundial a finales del milenio pasado y desde entonces lleva años siendo un crítico de cómo se ha llevado a cabo la globalización bajo el mando de las ideas neoliberales. Presidente del Consejo de Asesores Económicos de Bill Clinton entre 1995 y 1997 -un Clinton al que envía una andanada en su nuevo libro diciendo que él y Reagan “dieron libertad a los lobos” con la desregulación financiera- ganó el Nobel de Economía en el año 2001. Y desde entonces no ha parado de publicar libros críticos con la ortodoxia económica desde ‘El malestar de la globalización’ (2002).
Ahora este economista nacido en la industrial Gary (Indiana) en 1943, publica ‘Camino de libertad’ (Taurus), un dardo directo a uno de los grandes pensadores que impulsaron el neoliberalismo, Friedrich von Hayek y su ‘Camino de servidumbre’. Si Hayek dijo que sólo los mercados libres podían llevar a la libertad política, Stiglitz testifica que ocho décadas después esa idea ha fracasado estrepitosamente y que en realidad nos han acabado llevando a la ola autoritaria y neofascista actual.
-¿Está preparado para la nueva era dorada de los Estados Unidos que promete Trump?
-No creo que nadie pueda estar realmente listo. Hay demasiada incertidumbre y caos. Cuando dijo que se apoderaría del Canal de Panamá y de Groenlandia, ¿significa que vamos a ir a la guerra? Y su idea de que la mitad de TikTok debería ser propiedad de los Estados Unidos es como lo que sucede en los países autoritarios, donde los gobiernos se apropian de una parte de la riqueza. Antes creíamos que no se podían hacer las cosas así, pero él las ha hecho. Como el debilitamiento del Estado de Derecho perdonando a las personas que intentaron interferir con la transición pacífica del poder el 6 de enero. Si los que intentan cometer el peor crimen democrático, tratar de detener la democracia, son perdonados, ¿qué dice eso sobre hacia dónde irá su democracia?
Estoy muy preocupado. Y la preocupación es aún mayor porque en su primera administración hubo republicanos que estaban dispuestos a actuar como un freno a su mala conducta. Ahora parece que todo el Partido Republicano se han convertido en lacayos, encaminados a apoyar todos sus nombramientos, como el del Secretario de Defensa, que no está cualificado para nada. Yo pasé por un proceso de investigación muy minuciosa cuando era presidente del Consejo de Asesores Económicos. Alguien podría chantajearte por algo. Sus nombramientos no pasarían por ese proceso de investigación. Estamos en una nueva era de ausencia de estándares. No es un buen augurio para un nuevo nacimiento de EE.UU.. Es una espiral descendente, no ascendente.
-¿Le sorprenden las decisiones que ha firmado el primer día, a usted que está especialmente preocupado por la emergencia climática?
-Han sido cosas que todos esperábamos. Nunca creyó en el cambio climático. Y la ironía es que hemos estado sufriendo los peores efectos del cambio climático, los incendios forestales en California, el frío extremo en el sur del país. Y sabíamos que tenía rencor contra la Organización Mundial de la Salud, que puede que no sea perfecta, pero es la institución que lo ha hecho bastante bien para protegernos contra las pandemias y defender la salud mundial. Ahora podríamos terminar con una epidemia de polio otra vez. Muy grave, pero no es una sorpresa.
La sorpresa es lo lento que está siendo en materia de inmigración y aranceles. Pensamos que el primer día tendríamos aranceles del 60%. No tenerlos puede ser una buena señal. O mala. Puede que indique que reconoce que no puede hacer las cosas de la noche a la mañana. O que, como sabemos, hay diferencias de puntos de vista entre sus asesores, y está dejando que esas peleas se desarrollen y ver dónde terminan. Muchas de las cosas que hizo en el primer mandato las hizo sin cuidado. Ahora tal vez esté poniendo más. Podría ser bueno. O más peligroso.
-Hablaba de sus asesores. ¿En qué categoría coloca a Elon Musk? ¿Heraldo de la nueva era?-Está claro que es una nueva era. Todo el mundo reconoce una nueva era de oligarcas. Hemos estado al borde de eso, nos hemos estado quejando del papel del dinero en la política, pero lo de Musk es el hecho visible. Con Musk, Zuckerberg y Bezos rodeando a Trump, la visibilidad nunca ha sido mayor. Usábamos el término oligarca como un término de menosprecio contra Rusia, y ahora los estadounidenses lo están usando contra sí mismos y se están dando cuenta de que esto es en lo que nos hemos convertido.
-Está claro que es una nueva era. Todo el mundo reconoce una nueva era de oligarcas. Hemos estado al borde de eso, nos hemos estado quejando del papel del dinero en la política, pero lo de Musk es el hecho visible. Con Musk, Zuckerberg y Bezos rodeando a Trump, la visibilidad nunca ha sido mayor. Usábamos el término oligarca como un término de menosprecio contra Rusia, y ahora los estadounidenses lo están usando contra sí mismos y se están dando cuenta de que esto es en lo que nos hemos convertido.
Sus intereses no son los intereses del pueblo estadounidense, sino ganar dinero. Y si ganan dinero arrojando basura, creando enganche a sus redes a través de la ira, está bien. No les importa si dividen Estados Unidos si les hace ganar dinero. Y elevar a estas personas a su posición es repugnante. No sé qué palabra debería usar. Y que cuando se produce esa elevación Zuckerberg diga que eliminará la moderación de contenido y cualquier mentira, desinformación, no importa cuán peligrosa sea, como sobre las vacunas, se permitirá, indica que es un momento peligroso para EE.UU. y para el mundo.
-Si tenemos oligarcas, ¿tenemos una oligarquía en lugar de una democracia?
-Rusia se llamó a sí misma una oligarquía democrática. Tenían elecciones. Y esas elecciones libres dejaron a Putin en el poder, en parte porque controlaban los medios. Hoy los medios más importantes son las redes sociales. Y ellos controlan eso. Así que no creo que estemos ahí todavía, pero sí, estamos en ese camino. Y se puede ver el éxito de ese camino en la medida en que todos los republicanos votan en línea de partido. Eso es poder. Todos ellos, sin importar cuán moderados sean sus distritos, tienen más miedo de Trump que de representar los intereses de sus ciudadanos y sus distritos.
-¿Cómo ha sido posible el regreso de Trump? Ignatieff decía que era producto de 50 años de políticas progresistas que descuidaron la desigualdad. ¿Qué piensa usted?
-Exactamente lo mismo. No ha sido el fracaso de Biden y Kamala Harris, aunque no llevaron la campaña tan bien como uno hubiera esperado, pero no se puede entender lo que sucedió solo en términos de los últimos cuatro años. Es un fracaso de 50 años no solo en los EE. UU, sino también en Europa, pero en los EE. UU. seguimos esas políticas peor. Tenemos la esperanza de vida más baja de los principales países avanzados, y ha estado disminuyendo en un país con la más alta tecnología para prolongar la vida. Y gastamos el doble que Francia y el cuádruple que Singapur en sanidad y obtenemos peores resultados.
Así que algo está fundamentalmente mal en nuestra sociedad. Cuando tendremos empresas como Purdue, la farmacéutica, promocionando opioides que conducen a la crisis de los opioides, compañías de alimentos promocionando productos que conducen a la diabetes infantil…. Tenemos una empresa tras otra buscando ganancias que destruyen nuestra sociedad. Y no hacemos nada. Y tenemos el dinero en la política y decimos que está bien. Es un problema que llevaba sucediendo durante décadas y se ha agravado con las decisiones de la Corte Suprema, que dio más voz al dinero de la que tenía antes.
Y en el neoliberalismo algunas personas pensaron que en todo caso habría una economía de goteo a medida que la economía creciera, de modo que todo el mundo se beneficiaría. No existe una teoría económica detrás de esa idea, pero simplemente lo creyeron. No sucedió. Y cuando no sucedió, los progresistas no hicieron el correctivo. Algunos lo intentamos, pero no pudimos lograr que el Congreso lo aprobara. Por ejemplo, Biden en un año redujo la pobreza infantil en un 40% con el Plan de Recuperación. Pero luego los republicanos dijeron, oh, nos gusta la pobreza infantil. No lo dijeron de esa manera, claro. Pero se negaron a renovar el programa pese a que demostramos que sabíamos cómo reducir la pobreza infantil en el país más rico del mundo.
Y ahora tenemos una política industrial que ha creado empleos en la industria manufacturera con la economía verde. Trump dice que va a deshacerse de ese programa. Las empresas petroleras obtendrán perforaciones, pero eso no es manufactura.
-En su libro analiza las ideas de grandes economistas que llevaron a esos 50 años de políticas neoliberales. Y su título es un dardo directo contra Friedrich Hayek. ¿En qué se equivocaron en su idea de libertad?
-No entendían que la libertad de una persona es la falta de libertad de otra. La libertad para los lobos es la muerte de las ovejas. La libertad de las corporaciones para hacer lo que quisieran significaba que eran libres de convertirse en monopolios, de que los bancos explotaran a todo el mundo asumiendo riesgos excesivos. Y luego nosotros, los ciudadanos, tuvimos que rescatarlos.
Y luego, esos pensadores no entendían los límites de los mercados libres en general. Hayek pensaba que los mercados libres generarían eficiencia económica por sí solos, innovación y crecimiento, y que todos se beneficiarían. Y cada una de esas propuestas no tenía base teórica y empíricamente se demostró que estaban equivocadas. El crecimiento se desaceleró. Los beneficios del crecimiento se trasladaron a los de arriba. Hubo innovación, pero sólo en un ámbito muy reducido. Lo que necesitábamos era innovación para salvar al planeta del cambio climático, pero dirigieron la innovación a crear un mejor motor publicitario. Eso no era lo que el mundo necesitaba.
Detrás de la mayor parte de la gran innovación estaba el gobierno. El gobierno creó Internet y apoyó las ideas que llevaron a la IA, pero lo niegan. El gobierno le dio dinero a Tesla, casi 500 millones de dólares. Esos hombres pues tenían una imagen del libre mercado, pero no comprendían el importante papel del gobierno. Y pensaron que los mercados sin restricciones tendrían éxito sin la inversión gubernamental.
Y lo que vemos es que se necesita regulación e inversión gubernamental. En todos los aspectos, el neoliberalismo fracasó, pero el más importante es que subestimaron hasta qué punto sin control conduciría a brechas económicas en la sociedad, creando un campo fértil para demagogos como Trump.
Hayek afirmaba que la acción gubernamental excesiva en respuesta a la Gran Depresión y el compromiso de crear el estado de bienestar conducirían a la servidumbre. Y lo que vemos es el crecimiento del populismo autoritario en países que han hecho demasiado poco, no en los que el Gobierno ha hecho demasiado. Es la ira por no satisfacer las necesidades básicas, el fracaso del neoliberalismo, lo que ha llevado a Trump, Bolsonaro y a los demás demagogos autoritarios que vemos en todo el mundo.
-Paradójicamente, Hayek dijo que solo los mercados libres podrían conducir a la libertad y usted afirma que nos han llevado a nuevos regímenes autoritarios y neofascismo.
-Así es. Y siempre he cuestionado el compromiso de Milton Friedman y Hayek con la democracia. Friedman fue a Chile justo después de que Pinochet tomara el poder con las atrocidades que mataron a unas 30.000 personas. No le importaba trabajar para un dictador. Utilizó una dictadura autoritaria para imponer sus ideas de libre mercado porque era la única forma de conseguirlas. Y fueron un desastre para Chile. Condujeron a una crisis financiera que Chile tardó un cuarto de siglo en recuperar y que ha llevado a las divisiones que todavía son un problema, es uno de los países más desiguales en la etapa de desarrollo en la que se encuentra.
-¿Cómo la derecha ha arrebatado a la izquierda la bandera de la libertad?
-Los que toman el poder siempre afirman que es por la libertad. Cuando las élites de EE.UU. le arrebataron el poder a las del Reino Unido que dirigían el país, no dijeron que se trataba de una élite arrebatándole el poder a otra. No es un argumento muy atractivo emocionalmente. Dijeron que estaban consiguiendo la libertad. Y los estadounidenses lo creyeron y se les enseñó durante 200 años que se trataba de libertad.
Por supuesto, si se tratara de libertad habrían dado libertad a los esclavos. Pero la constitución no sólo preservó la esclavitud, sino que degradó a los esclavos y dio a los dueños de esclavos el derecho a votar con un valor de cada esclavo, tres quintos de un ser humano. Pero el voto lo hacían los dueños de plantaciones blancas, los dueños de esclavos.
Es difícil desde nuestra perspectiva ver esa Revolución Americana como una lucha por la libertad. Pero fue un buen recurso emocional. Es un lenguaje que funcionó, pero nunca definieron la libertad. Y nunca reconocieron que la libertad de una persona puede ser la falta de libertad de otra, la interdependencia de las libertades.
Creo que como ciudadanos, tenemos que pensar ahora qué queremos decir con libertad. No se trata del Grupo Parlamentario de la Libertad, el ala derecha del partido republicano. Son los progresistas los que realmente han estado luchando por la libertad durante mucho tiempo. Y eso es lo que estoy tratando de restaurar en este libro.
-Dice que la economía neoliberal no ha logrado darle a la gente lo que necesitaba. ¿Las democracias pueden darle a sus ciudadanos hoy las cosas que les importan mejor que los regímenes autoritarios? ¿Cómo pueden lograrlo?
-Creo que sí. Pueden. Primero, uno tiene que dar voz a la gente de alguna manera. Porque si no tienes voz, te sientes impotente y aquellos que están en el poder no entienden realmente lo que quieres. Tienes que dar voz, tener diálogo, una especie de solidaridad social que diga ‘quiero entender cuáles son tus problemas’. Empatía, fraternidad, para usar la palabra francesa. Y creo que también tienes que tener un respeto por la experiencia, por la ciencia. Porque la forma en que hemos logrado el progreso es a través de los valores de la Ilustración. Podemos aprender mejor cómo hacer lo que queremos. Pero algunas personas saben más que otras. Tenemos que reconocerlo.
La ironía es que en la tradición demagoga fascista de Trump no hay respeto por la experiencia. Están tratando de derribarla. No es solo que persigan los valores equivocados y no quieran hacer nada sobre el cambio climático, sobre lo que nos hará sobrevivir. Es que no tienen respeto por los mecanismos por los que podemos lograr lo que sea que queramos lograr. Al final, tenemos que combinar la experiencia con la solidaridad, la empatía, la fraternidad y la voz.
-¿Un capitalismo progresista es un oxímoron? ¿Qué deberíamos cambiar en el campo económico para lograrlo?
-El capitalismo progresista es un alejamiento de la simple dicotomía. En primer lugar, reconocer la cooperación. No se pueden tener simplemente mercados privados. Y la segunda diferencia con lo que ha sido el discurso durante mucho tiempo es que tenemos que tener múltiples instituciones que reflejen las múltiples necesidades que tenemos. Así que tenemos más formas de acción colectiva. Asociaciones de voluntarios, sindicatos, ONG’s, sociedad civil, cooperativas. No queremos que los fondos de cobertura gestionen nuestros hogares de ancianos, que es lo que está sucediendo en Estados Unidos. No confío en ellos. Confío en que se aprovechen de la gente pobre y de aquellos que no pueden valerse por sí mismos. No confío en que promuevan sus intereses.
Sería una sociedad con un arreglo institucional que fomenta este tipo de diversidad de instituciones que reflejan la diversidad de necesidades en nuestra sociedad. Las mejores universidades del mundo, como Columbia y Harvard, no tienen ánimo de lucro, pero tampoco son parte del gobierno. Las iglesias desempeñan un papel importante en muchas sociedades. Ese es un aspecto clave de mi capitalismo progresista. Implica que el gobierno regule al sector privado, que haga inversiones en cosas como internet y plataformas de investigación básica.
Una ecología mucho más rica. Reconoce la descentralización, diferente al comunismo que intenta obtener todo el poder en un punto. Es más, también reconoce, se podría decir, la democracia económica. La democracia en el lugar de trabajo, la democracia como mucho más que votar una vez cada cuatro años. La democracia como un evento mucho más participativo con más voz en más instituciones.
-¿Dónde estamos ahora? ¿El tiempo de la globalización se acabó?
-Está comenzando un tiempo nuevo ante nuestros ojos. En cuanto a la globalización, la hemos llevado demasiado lejos, pero ahora estamos demasiado integrados, es muy difícil desenredar el caos. Somos muy interdependientes, pero los problemas de seguridad y las divisiones que ya se han amplificado significan que, de cara al futuro, habrá una reducción de los riesgos y una desvinculación. Con el aumento de la hostilidad, especialmente con Trump, es casi seguro que esto también se reflejará en China. Y si Estados Unidos invade Groenlandia o Panamá, lo cual es una posibilidad, es difícil imaginar que China no invada Taiwán, y entonces no tendremos suministro de chips.
Así que tenemos que repensar la globalización. Y una forma de pensarlo es que podemos ser interdependientes, pero necesitamos tener un cierto grado de soberanía económica nacional. En los años 80 defendíamos la idea de que las fronteras no importaban. La pandemia nos mostró que sí. Y la crisis de 2008 mostró que si no gestionamos las fronteras, las cosas malas pueden traspasarlas. La globalización era una gobernanza global sin un gobierno global y tenía muchas deficiencias. Fueron tan grandes que, como resultado, terminaremos con menos integración económica, pagaremos un precio. Pero lo pagamos por haber tenido demasiada integración sin una gobernanza que pudiera asegurarnos que podíamos integrarnos bien.
Lamentablemente, con Trump, las cosas empeorarán. Él tiene una visión de suma cero del mundo. Y eso no es cierto. Todos ganamos con la integración, pero cuando tienes a alguien como Trump que no cree en el comportamiento cooperativo, es difícil lograrlo. Y lamentablemente, creo que el mundo, Europa en particular, tiene que reconocer esto. Tiene que reconocer que tiene que tener la Fuerza de Defensa Europea. Estados Unidos no los defenderá. Tiene que reconocer que no puede ceder ante la agresión de Estados Unidos en cuestiones digitales, por lo que tiene que defender sus propios valores. Es un mundo nuevo en el que habrá más antipatía. Antes, Estados Unidos y Europa estaban de acuerdo en materia de derechos humanos y democracia. Eso ya no es así.
LA VANGUARDIA