ENTREVISTA al exvicepresident del Parlament
Afirma que «el diálogo con Madrid debe servir para entretenernos mientras volvemos a generar un momento de ruptura»
El ibicenco Josep Costa ha decidido retirarse de la primera línea de la política catalana para seguir trabajando por la independencia «pero sin cobrar un euro». Vuelve al mundo académico por voluntad propia. Hubiera podido recoger el acta de diputado que ha dejado Carles Puigdemont, pero Costa se retira sin ocultar su decepción con el independentismo institucional. En esta conversación con El Món, quien ha sido vicepresident del Parlamento en nombre de JxCAT alerta que el 14F «no se ha desempatado» entre los dos grandes partidos independentistas. Se retira decepcionado: «Esperaba encontrarme frente a los adversarios del 1-O, pero no a algunas personas con las que hicimos el 1-O».
-¿Hablamos con un expolítico?
-Expolítico en el sentido de que a partir de ahora no voy a cobrar ni un solo euro de la política. Por lo demás, soy independentista desde los quince años y siempre he hecho política de una manera o de otra. Soy abogado y politólogo y seguiré haciendo política en mi tiempo libre.
-¿Por qué el vicepresident del Parlament deja la primera línea de la política de repente?
-Ser vicepresident del Parlament, y ocasionalmente, president, es el honor más grande que puede tener un ciudadano. Y es un orgullo haberlo podido hacer, y lo he intentado hacer con dignidad, competencia y compromiso. Lo cierto es que he sentido que era más útil cuando estaba fuera de las instituciones que dentro, y en 2017 colaboré discretamente para contribuir al horizonte del 1-O, por ejemplo, con la redacción de la ley del referéndum. En estos momentos, la política institucional ha tomado unas derivas que no me interesan.
-¿Puede describir estas derivas?
-Ha tomado demasiado protagonismo el partidismo, y como no hay una estrategia de país compartida, el partidismo se lo come todo y hace imposible que se pueda avanzar con claridad.
-¿Qué papel deben tener las instituciones, entonces?
-Las instituciones deberían estar alineadas con la gente y con un movimiento cohesionado, pero si el movimiento no está cohesionado, es difícil que no haya discrepancias en las instituciones. Echo de menos que todo el mundo empuje como hicimos los años previos al 1-O.
-¿Se retira disgustado?
-Disgustado con algunas personas y con algún sector muy pequeño, sí, porque no me esperaba encontrármelos enfrente, yo venía preparado para pelear hasta donde fuera necesario con los adversarios del 1-O, pero no me esperaba encontrarme ante algunas personas con las que hicimos el 1-O. Me he encontrado en algunos momentos sufriendo campañas de difamación, pero es lo que tiene la política institucional, no quiero hacer sangre.
-Así, ¿hará política activista a qué nivel?
-Yo vivo en Sant Adrià de Besós y trabajo en Santa Coloma de Gramenet, e hice el 1-O en Santa Coloma defendiendo las escuelas. Fue un gran éxito, con más votos por la independencia de los que nunca han tenido los partidos independentistas en esta ciudad, y por tanto, toda la gente que trabaja en circunstancias nada fáciles se merece un reconocimiento. Y ahora me honra ser uno más entre este grupo de buena gente que trabajan por el país, por Santa Coloma y por la República.
-Santa Coloma, ¿es la vía amplia de ERC?
-Aquí se trabaja como en todas partes, estando presente y trabajando. Lo que seguro que no hace crecer el independentismo es hablar de determinadas estrategias grandilocuentes y luego no pisar el terreno. En Santa Coloma hay activismo y militancia de mucha gente y es normal que según el perfil demográfico de la población el apoyo a las ideas políticas sea desigual, simplemente lo que hay que hacer es intentar convencer a la gente y sobre todo mantener el compromiso y el activismo. Soy de la idea de que en estos momentos, que electoralmente hemos demostrado que tenemos una mayoría sólida y permanente, no coyuntural, es más importante el activismo que los votos. Y en este sentido, he percibido muy claramente que quien trabaja y se lleva los votos no es necesariamente la misma gente.
-Pero los partidos piensan que hay zonas perdidas y zonas donde se puede ampliar la base. Y lo calculan básicamente en términos electorales.
-No hay dos Cataluñas. No hay dos maneras de luchar por la independencia, por lo que todos deberíamos abandonar esa idea de que hay territorios donde los votos son más importantes, o que la estrategia debe ser diferente. El mejor favor que podemos hacer a la cohesión social es tratar todos a los ciudadanos como iguales y reconocer que todos los territorios son igual de importantes. No podemos dejarnos conquistar por el marco mental de nuestros adversarios.
-En todo caso, y a pesar de que el 14F se ha conseguido un resultado histórico, dos meses después no hay Govern.
-Reconducir dificultades estratégicas tan graves como las que tenemos no es fácil. Creo que hay dos lecturas muy claras: una, que yo defiendo, que el 1-O fue una gran victoria, que demostró que somos lo suficientemente fuertes como para derrotar al Estado, y visualmente se demostró de modo fehaciente que no tenían suficiente policía para detenernos, y una segunda, defendida por una parte del independentismo, que hace una lectura contraria, dijo que el 1-O no tenía posibilidades de culminar con éxito y que tenemos que repensar la estrategia y dar pasos atrás. Dar un paso atrás y esperar tiempos mejores. Cuando se dice que tenemos que ser más se está diciendo claramente que esperemos, y cuando somos más, se nos dicen que todavía no somos los suficientes. Claramente, hay una estrategia, o una no estrategia, consistente en evitar el conflicto con el Estado. En definitiva, lo que divide al independentismo es si el 1-O es una victoria o una derrota.
-¿El 14F ha sido un desempate entre ERC y Junts?
-No se ha desempatar. Si alguien ha desempatado ha sido la CUP, que ha salido fortalecida y ya ha tomado partido entre las dos grandes estrategias. Ahora bien, cuando tienes presos políticos y exiliados, el país no se puede gobernar y no se puede hacer política porque no hay democracia. Me cuesta entender esta dinámica de intentar normalizar lo que no es normal. Afortunadamente, cualquier alternativa al gobierno independentista sería una decepción tan grande para tanta gente, que están condenados a entenderse.
-Unas segundas elecciones, ¿serían una opción para el desempate?
-No. Y si alguien busca provocarlas para desempatar… Ahora bien, hay que hacer un buen acuerdo, y en los países serios, un buen acuerdo de coalición pide tiempo.
-¿Qué plan B sugeriría usted en caso de que el diálogo con el Estado fracase? Es uno de los escollos de la negociación.
-El diálogo con Madrid debe servir para entretenernos mientras nos organizamos y nos movilizamos para volver a generar un momento de ruptura y de tomar nuestras propias decisiones. El Estado ya ha elegido la unilateralidad, y nosotros tenemos que preparar la estrategia para hacer efectivo el mandato del 1-O y la voluntad mayoritaria de más del 50% de los ciudadanos, y esto significa construir un nuevo ‘momento’ con una movilización creciente.
-¿Hay que marcar plazos?
-Los plazos nacen de la desconfianza, de no estar seguros de que lo haremos. Debemos prepararnos como si lo pudiéramos hacer mañana. Ya sé que no lo podemos hacer mañana, pero vayamos preparándonos para el nuevo momento de ruptura para consolidar la independencia. Pero no podemos fijarnos unos plazos exactos porque muchas veces no dependerá de nosotros.
-En este camino que hay que ir preparando, un indulto a los presos políticos, ¿podría rebajar el nivel de movilización del independentismo, sin una carga emocional y política como la que supone la cárcel?
-No estoy seguro de que esto no sea ya lo que nos ha pasado en los últimos tiempos. Este efecto yo diría que ya lo hemos experimentado, pero no lo juzgo. Los presos nos han dicho muchas veces que no pagarán un precio político para salir de la prisión, y que no aceptarán ser moneda de cambio, y esta debería ser la lógica. Todos queremos una solución para los presos del 1-O, pero es que presos del 1-O habrá más. No se han terminado los juicios y la represión continúa, y no habrá una amnistía. Por lo tanto, debemos ser conscientes de que la probabilidad de que más gente entre en prisión será inherente a nuestra lucha.
-¿Qué papel juega el exilio en este camino?
-El exilio es lo más parecido a tener aliados en Europa. Una de las formas más claras de ayudar a un movimiento independentista es dar refugio a sus exiliados y a la gente que sigue luchando por la causa, y esta es la victoria que hemos tenido en Europa y que nos sitúa en un escenario mucho más favorable que en 2017. En 2017 no sabíamos que tendríamos un exilio que nos ampararía si el Estado nos perseguía. Otras democracias han marcado una línea muy clara que dice a España que no ayudarán a meter gente en la cárcel. Esta situación equilibra mucho las fuerzas, más aún teniendo en cuenta que la justicia internacional está de nuestro lado.
-En este ‘preparar el momento’, ¿es útil la confrontación simbólica para esta confrontación con el Estado?
-Yo, que seré inhabilitado próximamente por la querella que nos ha puesto la fiscalía de Pedro Sánchez, habría preferido ser inhabilitado por algo más decisivo que una resolución de un debate parlamentario. Que fuera como mínimo por la investidura del president Puigdemont que no se hizo, por la defensa de los diputados suspendidos o por el escaño del president Torra. Si hemos de asumir riesgos, es mejor que sean para avanzar, en eso estoy de acuerdo con Jaume Alonso Cuevillas, pero no comparto que la Mesa del Parlament pueda decidir qué es importante o no para tramitarlo. Si estás en la Mesa, estás para defender la soberanía del Parlamento y tramitar todo lo que presenten los grupos parlamentarios, sin atribuirte tiene una capacidad que no tienes de decidir qué es importante y qué no.
-Pero un acto simbólico a menudo termina en represión. ¿Tiene utilidad, en tanto que pone al Estado en evidencia?
-Sí, la represión tiene un coste para el Estado, nunca es simbólica, y por tanto, cualquier acto político que desate la represión quiere decir que no es un acto inocuo.
EL MÓN