Johanes de Bargota, el brujo

Gerardo Luzuriaga

Vamos a contar la historia, a nuestra manera, de un hombre extraordinario, que sin duda perteneció a la nobleza navarra. Johannes de Bargota, más conocido como el brujo de Bargota.

Sobre este personaje son muchos los que han escrito por lo que es fácil conocer sus hazañas. Tan solo citaré a Fernando Llorens historiador y otras muchas cosas más de Bargota, historiador serio y que se basa en los documentos, por lo que los que queráis enteraros de la verdad de la vida del Brujo acudid a sus libros o mejor entablar una amena conversación con él. Ya anteriormente escribió sobre ello el abad de Roncesvalles Agapito Martinez Alegría, natural de Aguilar de Codés. Y también el archivero y gran investigador Florencio Idoate.

Johannes fue a la escuela del pueblo, allá por principios del siglo XVI. Haría las chiquilladas que se hacían en todos los pueblos navarros de aquella época y en los siguientes, y que también se siguen haciendo hoy.

Realiza los estudios en la Universidad de Salamanca, en aquella época los de esta zona o iban a Salamanca o a Oñati, y tan solo acudían los acaudalados, es decir los hijos de las familias con grandes haciendas. Nuestro personaje lo vemos en las aulas y en las calles de Salamanca. Un muchacho aplicado y estudioso, pero que tanto o más que a los estudios oficiales, se dedicó a entablar relación con grupos semioficiales y semiclandestinos de estudios de magia y otras movidas del momento.

Por aquellos años la magia, la hechicería, el conocimiento de las plantas, los beneficios de la medicina tradicional y demás estaban de moda, y no estaban ni mal vistos, ni perseguidos.

Johanes volvió a su pueblo, convertido en clérigo culto y noble. No tuvo problemas para hacerse con la parroquia, y fue el cura de Bargota, donde existían por lo menos media docena de beneficiados, clérigos o seglares que se encargaban de los oficios religiosos de la villa.

Nos lo imaginamos como un cura con cientos de libros de todas las clases, inteligente, astuto y hábil, que sabía comunicarse con sus feligreses, ingenioso, positivo y gracioso, que no hacía mal a nadie. En una palabra, cien veces más adelantado a la sociedad de esta zona navarra. Conocedor y poseedor de dones naturales que para los vecinos eran desconocidos, tocado con el don de la palabra y también de los conocimientos, no es extraño que para los vecinos y los pueblos de los alrededores fuese un personaje raro, singular e insólito. Conocía las propiedades de las plantas, hierbas, arbustos y frutos que crecían por la zona, con ellos preparaba ungüentos y brebajes que consiguieron fama por los alrededores.

Persona extraordinaria y extravagante que dejaría a los feligreses con la boca abierta. Especialmente por sus costumbres tan alejadas de los curas de la época. De tal modo que cuentan que aunque acudía todos los domingos a oficiar la misa mayor, había veces que llegaba sudando y jadeando, con los zapatos llenos de zata, como si hubiese andado por los caminos más embarrados o la capa mojada y con copos de nieve, cuando en el pueblo hacía una temperatura de primavera, y ni había ni llovido, ni nevado.

La leyenda nos lo pinta como que viajaba de un lugar para otro subido en las escobas o en las nubes llegaba en un periquete a Madrid, Pamplona o Viana, y se paseaba por los montes de la Sierra de Codés, cualquier tarde.

Igualmente se le atribuye que en una ocasión, cuando Juan Otsoa, el Lobo, era perseguido por las justicias y llegó a Bargota, el Brujo lo acogió y lo guardó en su casa. Juan Otsoa logró huir a la mañana siguiente, sin dificultad, vestido con la capa y el ropaje del Brujo de Bargota, distrayendo a los aguaciles y las justicias que lo cercaban.

Enemigo acérrimo del abad de Otiñano, que como veremos en su historia, era un cura ortodoxo a más no poder y fiel seguidor de las normas más conservadoras de la Iglesia.

Sin embargo, Johanes se había formado en una escuela distinta, abierta a la magia y a la hechicería, y con grandes conocimientos de ciencia. Tuvo la gran suerte de vivir a principios del siglo XVI, si le hubiese tocado vivir unos años más tarde sin duda hubiese sido perseguido y condenado por la Inquisición, y hubiese acabado como la bruja de Piedramillera, en la hoguera. El caso es que el Cura de Otiñano y otros vecinos de Bargota lo denunciaron a la Inquisición, fue interrogado; pero no pasaron de ahí las cosas. Aunque los últimos años de su vida ya no fue tan excéntrico, nunca dejó de salir del pueblo y mantuvo contactos con otros grupos de los alrededores, que por lo que se ve no eran muy del agrado ni del abad de Otiñano, y tampoco de algún otro de la zona.