Sociólogo, periodista, escritor y miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca, Joan Mari Torreldai (Forua, 1942) ha investigado extensamente la censura a la lengua vasca. Víctima de torturas policiales durante su detención como dirigente del consejo de administración del periódico clausurado de manera ilegal Egunkaria, ha publicado varias obras sobre el euskera. Torreldai acaba de sacar «De la hoguera al lápiz rojo. La censura franquista en el País Vasco» (Txertoa, 2019), que analiza la represión contra el idioma y la cultura vasca durante la dictadura.
Por
-De la hoguera al lápiz rojo comienza narrando la quema de libros en euskera que se produjo en Tolosa en 1936. Es una escena aislada dentro de la represión cultural del euskera?
– La escena se produjo después de un texto muy revelador del clérigo falangista Fermín Yzurdiaga. Este religioso había escrito en el periódico Arriba España, el cual se había fundado después de la confiscación del diario navarro que tenía el PNV: «Camarada, tienes la obligación de perseguir y destruir el judaísmo, la masonería, el marxismo y el separatismo. Destruye y quema sus libros, sus periódicos, sus revistas y su propaganda». Diez días más tarde se produjo la quema de Tolosa, en la que echaron al fuego obras del renacimiento vasco, como las escritas por Isaac López Mendizábal. Una acción represiva del franquismo que, como preguntabas, no fue aislada. La dictadura celebró en 1939 el día del libro con una hoguera para quemar libros. Eran los actos más llamativos de la lógica culturicida del franquismo.
-Cómo funcionaba la censura del régimen fascista?
Cabe decir que los intelectuales franquistas contemplaron con miedo la quema de libros. Esto provocó que la represión cultural de la dictadura pasara a una fase de censura, la cual estaba en manos de los distintos comités de depuración. Los libros se clasificaron con fichas rojas y azules. Si la publicación era etiquetada con una ficha roja, la obra quedaba prohibida para editar y divulgarse. En el caso de ostentar una marca azul, tampoco se podía editar y divulgar. Ahora bien, los intelectuales franquistas sí podían disponer de ellas.
-¿Quién conformaba este aparato prohibicionista?
– La censura tenía dos niveles: la provincial, que respondía a la organización administrativa del franquismo, y la central, ubicada en Madrid. En la cuestión vasca, Madrid no tuvo ninguna incidencia hasta los años sesenta. Antes no había ningún censor que tuviera conocimientos de euskera y, por tanto, toda la censura se concentró en las delegaciones de los territorios de lengua vasca. Se trataba de delegaciones potentes, las cuales contaban con presencia militar y estaban conformadas por 64 personas, si se suma Navarra y el País Vasco. De manera ocasional, también recurrían a colaboradores externos. Los Jefes de la censura, además, eran de familias destacadas, tal como evidencian sus apellidos. Si en Vizcaya el jefe de la delegación era José Antonio Zarzalejos, en Guipúzcoa era Felipe Ugarte. La censura en Álava estaba en manos de Enrique Echévarri y en Navarra de Jaime del Burgo.
-Todos los libros en euskera estaban prohibidos?
– En los primeros años, con los falangistas a la cabeza, se instaura una doctrina dirigista respecto a la censura. Es decir, el franquismo no sólo decidía sobre si se podía publicar o no un libro; también vigilaba y establecía qué tipo de obras debían editarse. Después, sin embargo, se aplica la censura desnuda y cruda. Dentro de esta lógica, los libros en euskera eran prohibidos de manera sistemática. No importaba que fueran manuales de catequesis o de cultura popular. La censura, con todo, se modularía con el paso de los años. Había más permisividad en la publicación de obras de cultura popular y, especialmente, de contenido religioso. Más complicado lo tenían las novelas y los cuentos. Arriba de la pirámide de la censura, estaban los ensayos por su carga de reflexión y actividad intelectual.
– En su última investigación apunta a que las gramáticas y los diccionarios de la lengua vasca también eran víctimas de la censura.
– Exacto. El franquismo consideraba que el castellano era la única lengua de cultura. El resto de lenguas del Estado español debían emplearse sólo en el ámbito familiar y en la intimidad. En caso contrario, chocaba con la concepción del régimen que tenía el castellano como único idioma de uso público. En este marco, la publicación de diccionarios y gramáticas permitía la reproducción cultural. Y esto, debido a la concepción monolingüe del franquismo, no debía ser posible. Hay que recordar, además, cuál fue la posición de la dictadura respecto de la poesía. Mientras los versos eran de carácter popular, se toleraron. Pero cuando se convirtió en arma cargada de futuro, es decir, introdujo temáticas sociales, fue censurada. Y más cuando era divulgada por los artistas de la nueva canción vasca. Fue prohibida de manera sistemática.
-Podemos decir, por tanto, que hubo una persecución del franquismo contra la lengua vasca?
– Hubo una persecución muy clara. No fue, como dice Jon Juaristi, una cuestión de cuatro alcaldes o de mandos inferiores. Fue sistemática y generalizada. Y estuvo dirigida desde las cátedras y las universidades franquistas, no por los cuarteles militares. El régimen fascista contaba con varios intelectuales que se encargaban de dotar de legitimidad al ideario franquista, además de justificar por oda Europa la existencia de la dictadura. Estos intelectuales del régimen fascista tenían una visión claramente supremacista del castellano. No en vano, calificaban de salvajes al resto de lenguas del Estado. Una idea que, desgraciadamente, determinados sectores de la derecha española todavía compran, tal como mostré respecto del vasco en el libro Asedio al euskera.
-En la obra, distingue tres etapas: de 1936 a 1955, de 1955 a 1975 y de 1975 a 1983. ¿Qué caracterizó cada una de ellas?
– Durante la primera etapa se produce una represión sucia, aunque no era ciega. No se puede considerar que fuera un tema de brutalidad, a consecuencia de una supuesta actitud de los militares. Era una prohibición expresa y muy dura. Un jefe de los censores de entonces me confesó en una carta que en los años cincuenta estaba prohibido publicar cualquier obra en euskera. La segunda etapa se inicia con el progresivo desplazamiento de los falangistas de los órganos de poder y la llegada de personas de adscripción católica y monárquica. Estas personas tienen otra perspectiva respecto de las lenguas diferentes del castellano y hay un poco más de permisividad. A partir de 1975, no he encontrado ningún documento que acredite la censura en libros escritos en vasco. Pero el cierre la etapa de la represión en 1983 porque fue cuando el Estado dio por clausurado el aparato de censura. Aquel reconocimiento tuvo lugar como consecuencia de una pregunta de la Generalitat de Cataluña 1983 respecto de si podía disponer del depósito de libros.
-¿Qué influencia tuvo la ley de prensa e imprenta del ministro franquista Manuel Fraga?
– Con la ley impulsada por Manuel Fraga en 1966, la censura se normativiza. Esto no quiere decir que haya más tolerancia, sino que se impulsa una ley dentro de la legalidad franquista que instaura qué tipo de obras y cuáles no se pueden publicar. La ley, de hecho, es un cajón de sastre. Cabía todo. En la práctica, el nivel de censura es similar.
-Usted relata un aspecto desconocido: la precariedad que sufrían los censores. Cómo condicionaban las pésimas condiciones laborales su trabajo?
Lo ilustra perfectamente el testimonio de un jefe de los censores: era así para evitar que se extralimitan y no tomaran confianza. Como tenían miedo a perder su puesto de trabajo, los censores hacían unas lecturas y unas posiciones de dictámenes sobre los libros a editar muy duras. Los censores debían interpretar la opinión que tenía la cabeza y, por tanto, se optaba por ir más allá. No en vano, podían perder su trabajo si permitían algún libro que chocaba con la doctrina de la dictadura.
-Con la excusa del terrorismo de ETA, se produjo una cierta criminalización e, incluso, persecución del activismo a favor de la lengua y la cultura vasca? Usted, precisamente, fue víctima del cierre ilegal del diario en euskera Egunkaria.
– ETA fue la excusa ideal para poder arrasar diferentes ámbitos de la cultura vasca. La estrategia del todo es ETA tuvo diferentes fases. A finales de la década de los 90, por ejemplo, la acción judicial se concentró hacia los movimientos sociales vascos, aunque no formaran parte de la izquierda abertzale. Con la llegada de Aznar al Gobierno, se produjo un salto cualitativo: entraron en el campo cultural y del activismo a favor del euskera. La Guardia Civil, no en vano, inició durante aquellos años la denominada Operación Libro, en la que se intentaba desprestigiar a las editoriales en vasco. La lógica aberrante que aplicaba la benemérita era la siguiente: el ejecutivo vasco, entonces en plena redacción del Plan Ibarretxe, otorga subvenciones a editoriales, revistas y otras entidades del universo cultural del vasco, que ejercían de pantalla para financiar ETA. Era un despropósito absoluto: sostenían que la cultura, la cual siempre ha estado falta de dinero, era una de las patas económicas de ETA. Afortunadamente, sin embargo, no dio resultado.
-Y entonces se pone en marcha el proceso contra Egunkaria.
– Esto es. Dentro de la numerosa documentación que recogen, la Guardia Civil afirma que cuenta con unos papeles que acreditan que Egunkaria está dirigida por ETA. De este modo, cambian la ecuación: pasan de asegurar que financiaba ETA decir que estábamos en manos de ellos. En el juicio, sin embargo, desmontaron todas las acusaciones falsas. Hay una escena de la vista que dejó claro: fue cuando el fiscal pregunta a los expertos de la Guardia Civil sobre si han investigado la línea editorial del diario para señalar que es un órgano de ETA. Y el agente contesta que no.
-Al margen de la cuestión vasca, cree que aún persiste la censura sobre las lenguas diferentes del castellano en España?
La censura es líquida y se acomoda a todas las realidades posibles. Salvo del castellano, el resto de lenguas del Estado español prácticamente no existen para los grandes medios de comunicación. Sólo están presentes, y en diferentes grados, en las administraciones de cada territorio en el que se habla. En la práctica, el resto de lenguas del Estado español están marginadas. Qué canciones escuchas a las radios estatales en lenguas diferentes del castellano? Cuántos temas en vasco conoce el gran público? Son realidades culturales que están desaparecidas de los circuitos mayoritarios y del prisma del Estado.
EL TEMPS