Joan Fuster: la vocación de pensar

Ferran Sáez Mateu

Joan Fuster es la figura más importante del ensayismo catalán del siglo XX. Se lo conoce sobre todo por Nosotros, los valencianos (1962) a pesar de que es autor con una obra muy extensa. Sus aportaciones contribuyeron a la consolidación del valencianismo de matriz catalanista y a la idea de «Països Catalans».

Nació en Sueca el 23 de noviembre de 1922 y murió el día 21 de junio de 1992. Provenía, por vía paterna, de una familia de tradición carlina que a partir de 1939 estuvo vinculada al régimen franquista en el seno del Ayuntamiento de Sueca. Fuster siempre ironizó con este legado familiar, hasta el punto de afirmar que el carlismo era, en realidad, un «anarquismo de derechas». En cualquier caso, sus primeras preocupaciones identitarias no son del todo ajenas a la cuestión de los fueros valencianos, por ejemplo. Fuster evolucionará hacia actitudes cada vez más zurdas y, como la inmensa mayoría de los intelectuales europeos, acabará asumiendo posiciones abiertamente marxistas hacia finales de la década de los 70. En el momento de su muerte, sin embargo, el autor de ‘Nosotros, los valencianos’ es básicamente un nacionalista que prueba de otorgar consistencia a la noción de «Països Catalans». El atentado que sufrió en 1981 (significativamente, el día 11 de septiembre) tenía más que ver con sus ideas catalanistas que con un izquierdismo cada vez más matizado y, en aquel preciso momento, más bien dubitativo.

Fuster fue la auténtica ‘bête noire’ de un blaverismo que nunca dispuso de un equivalente intelectual capaz de rebatirlo. Durante muchos años también fue casi el único referente del progresismo nacionalmente comprometido en el País Valenciano, lo que en algunos momentos lo rodeó de una corte de admiradores, y también de aduladores, que divulgaron su pensamiento como si se tratara de la verdad revelada del líder de una secta, antes y después de su muerte. De forma paralela tuvo enemigos furibundos, obsesionados patológicamente con el personaje, sobre todo en el seno de la prensa valenciana.

Una figura difícil de clasificar

A pesar de sus conocimientos enciclopédicos, Fuster no fue nunca un filósofo en el sentido académico del término: el delicioso Diccionario para ociosos (1964) se acerca a la definición penetrante de Voltaire, al aforismo de Nietzsche o al estribote al estilo de Cioran, pero en ningún caso puede ser clasificado como un texto filosófico, como pasa con el resto de sus libros. Tampoco encaja exactamente con la figura del periodista de opinión ni, por supuesto, con la del jurista (era licenciado en derecho e hizo de abogado durante años). Su experiencia docente universitaria, en este caso desde su condición de doctor en filología, es muy tardía: en 1983, con más de 60 años, empezó a ejercer de profesor de historia de la lengua en la Universitat de València y en 1986 fue nombrado catedrático. Todo esto sin dejar nunca de colaborar en la prensa: Levante, La Vanguardia, Abc, Informaciones, El Correo Catalán, El País, El Noticiero Universal y revistas tan diferentes como por ejemplo Destino, Jano, Por Favor, Sierra d’Or o Qué y Dónde, y un larguísimo e ideológicamente abigarrado etcétera. La sorpresiva heterogeneidad de esta lista, que podría ser mucho más larga, tiene una explicación muy sencilla: Fuster decidió vivir profesionalmente de la escritura, lo que en algunos periodos de su existencia implicó una actividad periodística extenuante. Es justo decir que, además de esta actividad remunerada, fue también un grafómano descomunal: los miles de planas de su correspondencia, publicada por 3i4, dan fe.

 

Un verdadero polemista

Los convulsos años de su madurez intelectual lo transformaron, quizá un poco a regañadientes, en un verdadero polemista. Si observamos con atención su biografía, sin embargo, no parece que fuera esta su vocación inicial: Joan Fuster se inicia en el mundo de la escritura cultivando una poesía circunspecta y existencial (su primer libro, escrito a los 26 años, se llama Sobre Narcís, y fue publicado en 1948). El estilo literario de Fuster, brillante y a la vez sobrio, de una prodigiosa condensación conceptual que, en general, no se hace pesada, nace más en aquel contexto de recogimiento personal que en la bronca efímera de la confrontación periodística. La influencia de Montaigne y de los moralistas franceses afecta tanto a la forma como al contenido de su obra ensayística, así como su mismo proyecto vital: como Michel de Montaigne, aislado voluntariamente en la librairie de su château, pero atento a los cambios de su tiempo, Fuster transformó su casa familiar de Sueca en un refugio prudentemente alejado de Valencia, de Barcelona y de Madrid.

El ensayismo de Joan Fuster tiene, en general, un sesgo político, pero en un sentido muy amplio. ‘Nosotros, los valencianos’ tiene una evidente lectura política, pero constituye también un exhaustivo análisis histórico, sociolingüística o literaria del País Valenciano que puede ser leída en dos direcciones: del pasado al presente (en este caso, la década de 1960) y del presente al pasado, con una atención muy especial al periodo de la Renaixença. Nosotros, los valencianos parte de una constatación incómoda o incluso perturbadora: «Si hay algo que todo el mundo tiene claro es esto: que fallamos en cuanto que pueblo normal». Y, empleando un adjetivo desconcertante, Carpintero riza el rizo: «Nos sospechamos una deficiencia oscura en nuestra constitución colectiva, en nuestra complexión de sociedad». Esta deficiencia oscura va mucho más allá de los cambios políticos y administrativos originados por el Decreto de Nueva Planta o la dictadura franquista. El gran acierto de este ensayo modélico, redondo, se debe, en parte, a la formulación honesta de unas preguntas que en aquel momento nadie osaba hacerse; conviene recordar que estamos hablando del año 1962.

El legado intelectual de Fuster es inmenso y ha dado lugar a toda una corriente de pensamiento político conocido como «fusterianismo», que ha ido evolucionando a lo largo de los años, a menudo en medio de sonoras discrepancias. Conviene añadir que este planteamiento, tan fructífero desde el punto de vista cultural, no ha tenido nunca ninguna traducción política exitosa. En cualquier caso, la habitual reducción de la figura de Joan Fuster a un ideólogo político es injusta y descontextualizadora. Junto con su amigo Josep Pla, Carpintero fue, sobre todo, un escritor que transformó un idioma debilitado y descuartizado en una lengua de pensamiento de nivel europeo. No es poca cosa esto.

ARA