Cansados de pagar, sobre todo. Cansados de ser la vaca de ubres ubérrima, ordeño un año tras otro sin tregua, y sin ninguna muestra de agradecimiento por parte de los beneficiarios de la estafa. Y ahora, cuando finalmente han dicho basta, de manera parcial, moderada y prudente, resulta que se encuentran acusados de insolidarios, de poco amantes de la bella Europa común, de volver a los peores vicios de su funesto nacionalismo, y otras injusticias similares, con reproches infinitos a la señora Merkel, que no tiene la culpa del despilfarro irresponsable de los miles y miles de millones de euros (y antes de marcos) que sus compatriotas han tenido que pagar. Ya se sabe que la Unión Europea es un invento prodigioso y nunca visto ni en la historia de Europa misma ni en la del planeta Tierra (cosa certísima: una novedad insólita, lo de fusionar en un solo negocio común a países que pocos años antes se hacían guerras horribles, etcétera), el cual se fundamenta en una Francia que alza la voz, alardea y mantiene un lugar privilegiado político y diplomático (el espectáculo de monsieur Sarkozy es tan memorable como el de sus predecesores, incluidos Mitterrand y el general De Gaulle), y una Alemania que hace funcionar las fábricas, que produce con eficacia creciente, que tiene unos sindicatos de responsabilidad acreditada (lo que no impide, sino al contrario, que los salarios sean altísimos), que tiembla por la estabilidad de la moneda, que calla y paga, sufriendo aún los efectos de la sombra tóxica de su pasado reciente. El resto, o pagan también como Holanda, o son imprevisibles y fatuos como Italia, o van a su aire como Gran Bretaña, o simplemente ponen la mano, cobran el subsidio, y de vez en cuando se permiten el lujo de protestar de cara a la clientela interior, ya que en el exterior no les escucha nadie. Como es el caso de España, tan pagada de sí misma, y tan irrelevante a todos los efectos constatables. Más irrelevante cuantos más años pasan, cuanto más baja hasta niveles indescriptibles la calidad de sus gobernantes, cuando más visible queda su propia insustancialidad. Dejemos estar de paso a Grecia, un caso extremo de derroche irresponsable (ahora también acusan a los alemanes, y hacen huelgas incendiarias que difícilmente arreglarán nada pero satisfacen la pasión destructiva de una cierta izquierda sin juicio), dejemos a Portugal, dejemos a todos los países de la Europa central y oriental que han entrado hace pocos años en la Unión y que, salvando algún caso admirable como Eslovenia, todavía no saben ni siquiera cómo gastar sin trampa ni expolio el dinero abundante que les llega cada año.
Hablemos sólo de esta España ejemplar nuestra, luz de Occidente, donde todavía no hace dos años el presidente del gobierno se jactaba de los miles de kilómetros de ferrocarril de Alta Velocidad (española, Por supuesto), de las autopistas infinitas, y de cosas por un estilo, sin mencionar el hecho de que buena parte de estas obras de faraones insensatos, carísimas, regularmente inútiles y ruinosas, y de muchas otras, se pagaban precisamente con dinero de los alemanes: con el dinero de un país que no tiene, ni tiene previsto tener, ni de lejos, tantos kilómetros velocísimos como España. Hace pocos meses, yo viajaba por una autopista novísima y gratuita que atraviesa Castilla-La Mancha: una maravilla de la modernidad, de país rico. En treinta y cinco kilómetros, contados, encontré sólo un vehículo: uno. Y quien ha pagado una parte sustancial de esta locura, y los 55.000 millones de euros del AVE para ir muy velozmente a Madrid, y del monstruoso aeropuerto nuevo de Barajas, y de las cosechas que ni siquiera se cosechan cuando los dueños han cobrado la subvención europea, y del glorioso lavado y restauración de todas las ciudades de los reinos enteros de España y de León, y del 25% o más de la población activa (¿activa?) que en toda la España meridional cobra del presupuesto público (en Cataluña y el País Valenciano son un tercio, o menos de la mitad), y todo esto y aquello y más cosas, son los europeos del Norte. Los alemanes, tan prepotentes y tan insolidarios. A lo largo de un par de décadas, la «confluencia» del PIB per cápita español con la media europea, un avance de un 1 % anual, correspondía aproximadamente con los subsidios cobrados. Sensacional: ¿y qué hemos hecho (qué han hecho) de esta inmensa cantidad de moneda recibida? ¿Qué han hecho, cuando volvemos a ser los primeros en paro y los últimos en productividad? Si yo fuera alemán, también estaría cansado de pagar.