PUBLICADO EN DIRECTA EL 9 DE OCTUBRE DE 2020.
«El 9 de octubre celebramos la entrada de Jaume I en Valencia en el año 1238. Este año no habrá en las calles multitudes para recibirlo, no lo celebraremos con la alegría de siempre, porque batallamos contra un enemigo tan poderoso como aquel al que se enfrentó el rey hace 782 años, con determinación, con esfuerzo y con la unión de su gente». Las anteriores frases formaban parte del anuncio que la Generalitat Valenciana emitió en los medios de comunicación el pasado lunes, 5 de octubre, con motivo de la celebración de la Diada del 9 de Octubre. La cuña publicitaria sólo resistió unas horas en las radios, ya que la presión popular en las redes, que acusaba el anuncio de un racismo banal insoportable, logró que se retirara el mismo lunes.
Como decía el historiador Benedetto Croce, «toda la historia es historia contemporánea», es decir, el análisis histórico de las personas que hacen historia está siempre más o menos atravesado por la visión sobre el presente, y es evidente que, de del mismo modo, la población lee la historia con ecos del presente. Además, si algo caracteriza la historia, es el cambio, el continuo cambio que también se produce en la historiografía, el estudio de la historia. Como el resto de ciencias, trabaja constantemente para llegar a un conocimiento cada vez más refinado y exacto, gracias a planteamientos nuevos que permiten llegar a tesis más sólidas.
La historia del pueblo valenciano no es ajena a esta dinámica. La figura de Jaume I ha evolucionado desde la Transición hasta aquí y no es la misma. Los motivos son múltiples, como la academia, actualmente, se preocupa de estudiar aspectos de la figura del monarca diferentes o que nuestra sociedad es mucho más rica y diversa culturalmente hablando en 2020 que en 1980, o que una parte reducida del movimiento nacionalista del País Valenciano entiende que un rey medieval como referente nacional más importante puede ser difícil de encajar con su ideología antirracista, antimilitarista…
Hace una década, incluso, se tocó la cuestión por parte del regionalismo valenciano más casposo. Carlos Recio, responsable de cultura de la Diputación de Valencia que iba a fichar sin trabajar y publicaba cómics de superheroínas valencianas que utilizaban naranjas explosivas, defendía que los verdaderos reyes valencianos habían sido los reyes ‘acequieros’ -Mubarak y Mudafar-, al tiempo que sostenía que el reino de Valencia era milenario. Así, el malvado y siempre sospechoso de catalanista Jaume I había llegado a tierras valencianas cortando la legítima línea hereditaria de los reyes musulmanes.
Más allá de episodios como el anterior, con los que la derecha valenciana más servil no se cansa de ofrendar el pueblo valenciano, en la actualidad el asunto está en otro lugar. El planteamiento de la figura de Jaume I se hace hoy en día desde postulados que pretenden profundizar en las libertades sociales y nacionales de nuestro país y que reflexionan sobre la legitimidad y conveniencia de tener como padre de la nación un rey feudal.
La primera cuestión que conviene entender, como destaca el historiador de Sueca Antoni Furió, es que siempre hay que separar el personaje histórico del símbolo en que ha llegado a convertirse. Jaume I, razona el historiador, no conquistó sólo las Islas y las tierras valencianas. No se puede responsabilizar a la persona ni en términos negativos, de la destrucción de la parte oriental de Al Andalus, el Sharq Al-Andalus; ni en positivos, de la creación de los reinos de Mallorca y Valencia. Había todo un país detrás, toda una sociedad, que impulsaba esos proyectos.
El mito de Jaume I
«Cuando hablamos de Jaume I -prosigue Furió-, no hablamos tanto del personaje histórico como del símbolo», del símbolo de una sociedad cristianofeudal en expansión que conquistó unas tierras que no estaban deshabitadas, sino ocupadas por una población autóctona que fue expulsada y, en el mejor de los casos, expropiada de sus casas y tierras y sometida a la dominación cristiana. La conquista -toda la conquista- fue un acto violento, tanto por la muerte y brutalidad como por la sustitución demográfica -la población musulmana por la cristiana-, el exterminio y la esclavización de los vencidos -en el reino de Mallorca especialmente- y la sujeción política, económica y social de los musulmanes que continuaron habitando en los nuevos reinos. En ese proceso, Jaume I se convierte en el símbolo de aquel doble proceso de destrucción y construcción de una nueva sociedad sobre los escombros de la anterior.
La maestra e histórica del movimiento nacional en el País Valenciano Llum Sanfeliu coincide con Furió en destacar que lo que «hace décadas o, mejor dicho, siglos que celebramos no es propiamente la figura del rey», sino su símbolo como creador de la posibilidad de ser valenciano. Desde la perspectiva de la formación nacional catalana, el secretario general del Partido Socialista de Liberación Nacional de los Países Catalanes, Josep Guía, recuerda todavía las palabras del catalán y profesor en la Universidad de Valencia Joan Reglà, quien pensaba que las conquistas de Jaume I y Jaume II representaban el segundo empuje de la formación nacional catalana.
Lluïsa Cifre, profesora de valenciano y militante de Ca Revolta, ha visto un cierto cuestionamiento de la figura del rey Jaume I las últimas décadas en determinados sectores de la sociedad. Reconoce que ella misma ha tenido que replantearse, reconociendo que es un símbolo necesario para el pueblo valenciano, ciertos aspectos de la conquista a raíz de tener un alumnado mucho más multicultural, que no se puede sentir cómodo con el enfoque que se hacía décadas atrás de la Diada del 9 de octubre y la conquista.
En la línea apuntada por Cifre insisten Ferran Garcia-Oliver, historiador y escritor valenciano, y Vicent Escartí, escritor, doctorado en Filología Catalana y licenciado en Historia Medieval. El primero señala que si se trasladan los patrones morales y éticos ochocientos años atrás, ninguna figura resistiría, y «así encontraríamos un Ausiàs March propietario de musulmanes, homófobo y representante del patriarcado más genuino». Garcia-Oliver destaca cómo la moral o la ética no son variables con que la ciencia histórica trabaje. El segundo plantea la experiencia del espejo cóncavo frente a nosotros mismos y se pregunta si tal vez alguien «nos juzgará un día y nos dirá que mientras la gente de África muere de hambre, nosotros echamos comida a la basura constantemente y producimos comidas especiales para nuestras mascotas».
Garcia-Oliver, autor de numerosas publicaciones sobre los musulmanes valencianos, como ‘Nosaltres érem els altres’ (‘Nosotros éramos los otros’), que trata sobre la expulsión de los moriscos, enfatiza en que Jaume I es el creador ‘ex novo’ del «reino de Valencia», un ente político que sobrevivirá hasta la entronización de los Borbones, es decir, durante cinco siglos. En esa misma línea, Escartí resalta que Jaume I es un referente inevitable del pueblo valenciano. «Sin él, sin su mundo, nosotros seríamos otra cosa». No sabe si mejor o peor, pero otra cosa.
En este punto, conviene destacar que la clase política catalanoaragonesa de la época del rey Jaume I no veía con buenos ojos el nacimiento del reino valenciano, ya que se entendía que Mallorca había quedado bajo la influencia catalana y que, del mismo modo, las nuevas tierras por debajo del río Sénia debían pasar a manos aragonesas. El objetivo aragonés era tener una salida franca al mar. Este es uno de los motivos que hacen de Jaume I un rey tan estimado en Valencia como controvertido en Aragón. El profesor Escartí recuerda cómo el rey tuvo durante siglos el apodo «del de buena memoria». En esta dirección, Furió señala que el pueblo valenciano ha visto la figura de Jaume I como el creador del reino y la identidad valenciana a la vez que como el protagonista de la edad dorada -de libertades y privilegios- de la historia valenciana. Cuatro siglos y medio después de la conquista, continúa Furió, los campesinos que se levantaron durante la denominada Segunda Germanía aún evocaban los buenos tiempos del rey Jaume, «justamente porque identificaban su reinado como una época de libertad y de menos desigualdad social».
Según el profesor Furió, el referente de Jaume I sigue siendo útil y necesario para cualquier proyecto de construcción de una identidad nacional de las valencianas y valencianos. Es más, aunque el nuevo reino se insertaba en el marco de una Europa cristiana y feudal, el reino de Valencia nunca sería tan ‘feudal’ como Aragón y el Principado. El peso de la aristocracia feudal sería menor, en beneficio del elemento ciudadano y burgués. Después de todo, el reino de Valencia, como proclama su nombre, era el ‘reino’ de la ciudad de Valencia, y esto atenúa los rasgos feudales y señoriales, al tiempo que destacaba la ciudadanía con sus mayores libertades, ligadas al mismo hecho urbano. En este sentido, Jaume I, la conquista y la creación del reino de Valencia constituyen ingredientes fundamentales en la construcción de la identidad valenciana. Es el elemento originario, del que forman parte también la población -la mayoría de los colonos que ocuparon el nuevo reino eran catalanes, junto con aragoneses, navarros y de otras procedencias. El acta de nacimiento, que decía Joan Fuster en ‘Nosotros los valencianos’.
Una identidad que se construye de manera más inclusiva
La historia de un país constituye un ingrediente fundamental de la identidad de sus habitantes. Ahora bien, una identidad moderna, cívica y democrática no se construye sólo sobre este ingrediente, sino también sobre muchos otros, entre los cuales el respeto a la diversidad religiosa y cultural y la voluntad de inclusión.
Según Garcia-Oliver, la radicalidad democrática, como principio moral y ético imprescindible, reconoce que el País Valenciano moderno parte de una guerra despiadada, que fue vivida con dramatismo y desesperación por los «otros» valencianos que oraban en las mezquitas. El mito de Jaume I, pues, incluye o debería incluir la reparación a aquel pueblo vencido y aniquilado. La sociedad valenciana también es producto de lo que hicieron los «moros de la tierra» en la agricultura, en las acequias, en la poesía de Ibn Khafaja, en el tesoro de palabras, en la fundación de innumerables pueblos.
La historia no lo es todo. Pero tampoco se puede dejar de lado. La historia no dice cómo debe ser el futuro, no lo predetermina, pero ayuda a explicar cómo hemos llegado a ser lo que somos. No «somos» una misma cosa a lo largo de los siglos, atemporal y fuera de la historia. «Somos» precisamente en tanto que «hemos sido». Y esto no tiene nada de esencialista, sino todo lo contrario. Pone el énfasis en la existencia, en la historia, en el que hemos sido y seguimos siendo. Y da claves para entender dónde estamos y para decidir a dónde queremos ir. Lo más importante, en todo caso, es, como decía Joan Fuster, la «decisión de futuro», concluye Antoni Furió. Y esta decisión, hoy, no puede sino sostenerse sobre unas bases cívicas y democráticas, inclusivas; lo que no quiere decir, de ninguna manera, hacer tabla rasa del pasado.
Como historiador, Furió continúa viendo el 9 de octubre como una posibilidad de conocer mejor ese proceso que anteriormente calificaba de «destrucción de una sociedad, la andalusí anterior,» y «de creación de otra, la nueva cristianofeudal», lo que difícilmente se habría visto así hace treinta o cuarenta años. Como ciudadano, ve la Diada como una posibilidad de continuar repensando la identidad valenciana en términos más modernos, más democráticos, más inclusivos.
Las historiadoras coinciden en que la Diada del 9 de octubre es igual de necesaria que siempre, ya que todavía no se ha conseguido afirmar la identidad nacional del pueblo valenciano y la mayor parte de la población vive el hecho de su valencianidad como una forma subalterna de españolidad. En este contexto, en el que el país aún queda por hacer, son necesarios los símbolos nacionales que puedan tener un papel aglutinador del conjunto de la sociedad y, en ese sentido, Jaume I sigue siendo uno de los más importantes. Con todo, en el siglo XXI, es necesario cuestionar los mitos para poder conjugar esa afirmación nacional con símbolos que sean lo más transversales e inclusivos posibles, tanto como estrategia como, en especial, por convencimiento democrático.
LLIBERTAT.CAT
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