La crisis industrial que atraviesa la región de Enkarterri no parece tener final. Tras lo acontecido hace unos meses en el sector papelero de Aranguren, ahora le toca el turno al sector químico, con la posible desaparición de 190 puestos de trabajo en Gueñes, gracias a la huida de la multinacional Reckitt&Benckiser, actual dueña de la planta que antaño se llamó Brasso. La grave situación, cuyo último capítulo fue la manifestación celebrada el sábado en Bilbo, tiene unos claros responsables y parece que ya va siendo hora de decirlo.
Es evidente que la globalización económica y el comportamiento de las empresas multinacionales es la que es. Las decisiones se toman en los centros empresariales desde donde se dirigen las mismas y las consecuencias derivadas de medidas traumáticas, como el cierre de una factoría, no son tenidas en cuenta. Se trata de evaluar los costes de la misma y de dotar los medios financieros adecuados para afrontarla. Por lo tanto, el principal responsable de la situación es la multinacional Reckitt&Benckiser. Pero decir esto es no decir nada. Enkarterri está siendo gobernada desde los ayuntamientos y la Diputación foral con una determinada política, la del Partido Nacionalista Vasco. Una política que se ha centrado en mantener el status quo sin mayores pretensiones. Los intereses de papeleros, forestalistas, constructores, empresarios y demás gente de orden han prevalecido en todo momento sobre los de la mayoría de la población encartada. La comarca ha permanecido marginada durante décadas, porque desde el PNV y la Diputación tan sólo se ha considerado como un vivero de votos y además una zona sin ninguna conflictividad social, gracias al dominio peneuvista de su realidad.
Está muy bien decir, como ha hecho el lehendakari Ibarretxe (conocedor de la zona desde la vecina Laudio), que si la empresa destruye 190 empleos, ellos ¿el PNV o Eusko Jaurlaritza) crearán 300. Como salida demagógica, fantástica. Pero estamos seguros de que no se va a traducir en hechos concretos que cambien la deriva que sufre Enkarterri.
Además, en el caso de Gueñes, se han dado maniobras urbanísticas harto sospechosas, con recalificaciones de suelo que han buscado el beneficio fácil de los poderosos de siempre, con el beneplácito (más bien el apoyo directo) del ayuntamiento gobernado por el PNV. En esta vida nada es gratuito. Siempre existen unos antecedentes para explicar el desastre actual. Los responsables del PNV en ese ayuntamiento y en la Diputación saben perfectamente lo que han estado haciendo hasta ahora, o sea, nada. Escudarse en la mala suerte o en la malignidad de las multinaciones está bien para contarlo en el batzoki y tranquilizar conciencias, pero no sirve para afrontar una crisis de esta magnitud.
La ideología neoliberal que apadrina el PNV, con la consiguiente inexistencia de una política industrial digna de tal nombre, conduce directamente a lo que tenemos delante de nuestras narices. Enkarterri lleva tantos años abandonada a su suerte que lo extraño sería que la situación hubiese mejorado en estos años. La culminación de la autovía del Kadagua, que convertirá en atractivos para la urbanización a muchos suelos rurales, y alguna inversión en turismo, especialmente en Karrantza, parecen ser los únicos argumentos de los jelkides. En todo caso demasiado pobres para tomarlos en serio.
Ante los retos del futuro, en Errioxa han optado por construir edificios singulares, como el pequeño Guggenheim de Eltziego, para que atraigan visitantes y dinero a la comarca. El problema es que en Enkarterri no tenemos bodegas de rioja, sino sencillos viñedos de txakoli, pero ¿quién sabe? Tal vez la solución pase por contratar a Frank Gehry y que nos haga otro de sus edificios emblemáticos en algún terreno que haya quedado libre de la especulación o, mejor aún, uno en cada pueblo, para que no haya disputas fraticidas entre ayuntamientos, como ha venido siendo habitual en todos estos años. Y así nos ha ido.