El descubrimiento de la primera palabra escrita en lengua vascónica ha irritado a los adalides de la euskarafobia, que han intentado desprestigiar el hallazgo. El pasado ayuda a comprender el presente y eso a veces resulta incómodo
Resulta difícil abstraerse de la Mano de Irulegi y su misteriosa inscripción en el dorso en lengua vascónica. Un descubrimiento con innumerables implicaciones lingüísticas, históricas, arqueológicas e incluso antropológicas que abre un horizonte de investigación y estudio con muchas más preguntas que respuestas. Pero que tiene también una carga emotiva muy importante.
Aunque existen referencias anteriores, –algunas monedas o la piedra tallada de Olite– es la primera vez que se descubre una palabra íntegra en euskera arcaico con un significado aparentemente claro: Sorioneku. Los vascones que habitaban estas tierras hace más de 2.000 años no solo sabían escribir, sino que lo hacían en su propia lengua. Y que ha resultado ser, como intuían algunos estudios, muy parecida al euskera actual. Ahí es nada.
A falta de mayores evidencias, la posibilidad de que la lengua vasca, en su versión originaria o arcaica, se hablara en lo que hoy es la comarca de Pamplona ya en el siglo I a.C., no deja de ser una hipótesis. Académica, documentada y colegiada, pero hipótesis al fin y al cabo, por lo que puede haber descubrimientos que en el futuro confirmen o cuestionen estas primeras conclusiones.
Pero arroja algo de luz a uno de los misterios más intrigantes que todavía hoy existen en Europa: el origen del euskera, una de las pocas lenguas vivas que no está emparentada con ninguna otra. Que su primera referencia escrita esté en el corazón de Navarra tiene además un enorme valor simbólico y emocional. El euskera siempre estuvo aquí y ha encontrado sus raíces en una localidad –el Valle de Aranguren– que hasta hace apenas diez años era legalmente “zona no vascófona”.
Un nuevo símbolo
Así que es comprensible la euforia que se ha destacado estos últimos días. La mano se ha convertido en un icono para adornos y hasta se han elaborado camisetas. Se ha ironizado con los dos mil años de imposición o con la necesidad de traducir al castellano la inscripción para no herir sensibilidades. Incluso una cuenta anónima difundió el bulo de que el diputado Carlos García Adanero había dicho que con UPN el yacimiento de Irulegi “sería una rotonda y no una amenaza para España”. Hubo mucha gente que creyó que lo había dicho de verdad.
Porque la realidad es que durante años el Gobierno de Navarra se negó a reconocer el euskera como lengua propia obstaculizando su recuperación, cuando no fomentando su desaparición. Y que ha habido una reacción airada de los sectores más euskarafóbicos. Negacionistas del euskera que desde el principio han intentado desacreditar y caricaturizar el hallazgo, ya sea desde supuestas tesis académicas sin más rigor que conjeturas propias o directamente con el insulto.
Entre ellos ha destacado uno de los promotores de la manifestación contra el euskera en la legislatura pasada, que ha tratado de demostrar que todo es un montaje político y que, en realidad, Sorioneku es una palabra de origen latino. Otro de los agitadores habituales ha definido la mano como un “flequillo aberchandal metálico” e incluso el diario ABC ha querido matizar el hallazgo apelando al “carácter diverso de Navarra en la antigüedad”. Pidiendo incluso que la Mano de Irulegi “no lleve a pensar que el vasco era la lengua mayoritaria en el denominado solar vascón”.
Repercusión internacional
Críticas ridiculizadas por la repercusión internacional que ha tenido la noticia y que ha llevado a los periódicos de mayor prestigio en todo el mundo a hacerse eco del descubrimiento. “La escritura vasca puede ser 1.000 años más antigua de lo que se pensaba” (The Economist); “Palabras en mano de bronce que pueden reescribir la historia del euskera” (Los Angeles Times); “Un antiguo artefacto que podría ayudar a encontrar el origen del euskera” (The Guardian). Son solo algunos de los titulares que ha dejado la semana.
Es en definitiva un descubrimiento de un valor incalculable que seguramente, y más allá de los intentos por desprestigiarlo y silenciarlo, cobrará mayor importancia con la perspectiva del tiempo. Pese a lo manido del término, no estamos acostumbrados a vivir momentos realmente históricos como este, que pasa de la rueda de prensa del lunes directamente a los libros de Historia.
En ese contexto hay que entender la Mano de Irulegi. La Historia nos enseña y nos define. Nos muestra quiénes fuimos y de dónde venimos. Un legado que como sociedad tenemos la responsabilidad de cuidar y recordar, especialmente cuando ese pasado se ha tratado de ocultar. Pero no nos determina. A fin de cuentas, las nuevas generaciones son hijas de su propio tiempo y no deben verse atadas a lo que hubiera podido ocurrir hace más de 2.000 años. Suyo es el futuro y suyas deben ser las decisiones. Y ese un derecho al que no deben renunciar.
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