Ilustrativo por demás el artículo de Mikel Buesa en el diario ABC. El supuesto que plantea, contempla la configuración de un Estado vasco para el próximo decenio que incluiría los cuatro espacios territoriales del antiguo Reino de Navarra –en la actualidad bajo soberanía española- Todo ello resultado de la decisión española de permitir que los mismos se separasen y así liberarse de la pesada carga que representan para España y la economía española.
A decir verdad, Buesa pinta un escenario terrorífico para esta nueva república europea; emigración de cientos de miles de vascos, paralización de la economía como resultado del éxodo, descapitalización imparable, aislamiento internacional –incluso con la marginación inmediata de la misma Unión Europea- y, para rematar, un estado intolerante de estructura totalitaria, como no puede ser otra la que derive del nacionalismo vasco. No le deseo tal escenario a mi peor enemigo. No obstante me pregunto si tienen que ser las cosas necesariamente como las prevé en su prospectiva nuestro economista. ¿Está actuando Buesa como el sacamantecas de nuestra infancia que teme se le escape el niño al que ha secuestrado?
Es indudable que la creación de un nuevo estado siempre trae consigo reordenamientos poblacionales y otros de índole económica. Se entiende que en la futura República de Navarra tienen poco que hacer funcionarios policiales españoles y otros de la administración del Estado que se encuentran en nuestro territorio de manera coyuntural, con vistas a méritos para su curriculum. Tales clases productivas como policías, o jueces, o cualquiera otro, son fácilmente sustituibles, caso de que optasen por otros destinos. Ignoro quien más pueda marcharse, ni las razones objetivas que tenga al respecto.
Con relativa frecuencia nuestros puntos de vista pueden quedar condicionados muy negativamente por los prejuicios que hemos adquirido en las primeras etapas de nuestra vida. Las imágenes que se nos imponen durante nuestra primera educación son contempladas como realidades inamovibles, en consonancia con nuestra corta experiencia personal y nuestro imaginario se convulsiona, cuando se ve obligado a modificarse por la fuerza de los acontecimientos. Los mapas políticos de la escuela e instituto parecen una realidad tan sólida como el mar o los continentes que representan. En consecuencia, nos resistimos a que sus colores sean modificados, como si fuesen auténticas realidades físicas. No obstante, el mapa político europeo constituye una realidad cambiante. Una persona actual de las que vivían hace 100 años llegó a conocer los tres grandes imperios autoritarios en los que se incluía el conjunto de Europa Oriental, además de a sus respectivos emperadores llenos de relumbrón, que hoy son vistos como anacronismo de hace varios siglos. Quienes éramos jóvenes en la década de 1960 vivimos sobrecogidos por la posibilidad de una guerra nuclear, derivada del enfrentamiento entre los dos sistemas socio-económicos imperantes, capitalismo y socialismo…
El mundo –y la propia Europa occidental- cambian de continuo. El mosaico de estados en que se ha convertido Europa funciona bien. Probablemente los mayores problemas de sus engranajes sean los grandes Estados-Nación que han visto deshacerse sus imperios mundiales y tienen aspiraciones hegemónicas, reflejo de las anquilosadas rivalidades que vivieron en épocas pasadas. Frente a lo que pretenden ciertos agoreros la aparición de nuevos estados a la que venimos asistiendo no ha generado nuevos conflictos, sino que ha permitido resolver otros que se han prolongado durante siglos; Irlanda frente a Inglaterra, Noruega frente a Suecia, los estados bálticos. La buena vecindad es preferible a la convivencia forzada y al régimen de subarriendo.
Lo siento por Mikel Buesa. Nuestra prospectiva contempla un escenario de la futura República de Navarra más apacible, especialmente, si llegase a efecto como resultado del convencimiento de los españoles de que resulta más ventajoso para todos permitir de manera amigable que se constituya ese nuevo Estado, rectificando los forzamientos que se han ejercido sobre las tendencias más naturales de sociedades y pueblos. Un Pueblo como el navarro –el vasco- al que los redactores mismos de la constitución de Cádiz de 1812 –la carta fundacional de la España moderna- reconocían una capacidad para luchar contra la tiranía y defender con eficacia un sistema constitucional en el que esos mismos redactores decían inspirarse, únicamente puede abocar a un sistema político democrático, con un merecido puesto en La Unidad europea que se apoye en la colaboración con otros pueblos y una solidaridad derivada de su misma libertad, en absoluto de la sujeción a ningún otro estado que pretenda dominarlo.
Finalmente, no es posible obviar otro hecho que deriva del artículo de Mikel Buesa. Estimo que el mismo Buesa no habla a título de inventario. En su artículo reconoce que es perfectamente factible la recuperación de la independencia del Estado navarro y además a corto plazo. Ignoro si le ha traicionado el subconsciente, pero tal futurible estado, que viene siendo reivindicado por los soberanistas desde tan largo tiempo, se denominaría República de Navarra, aunque al parecer, de momento, no incluiría territorios periféricos determinados. No puedo afirmar que todos los supuestos de Buesa sean resultado de la lucidez, particularmente en lo que se refiere a sus perspectivas catastróficas en las que se vería envuelto el nuevo estado. En cualquier caso parece que percibe una trayectoria de la evolución política europea que puede culminar dando paso a una reconfiguración del mapa político en la que vuelvan a ocupar su sitio antiguos estados como Navarra, Escocia, u otros no tan antiguos como Flandes.