Se va acercando la fecha del 1 de septiembre, la de la evacuación militar estadounidense, pero la republica iraquí no ha conseguido aun formar un nuevo gobierno. ¿Quién se acuerda de aquellas elecciones legislativas del 7 de marzo que suscitaron no pocas esperanzas, que fueron bien acogidas pese a las numerosas víctimas que murieron en la jornada del escrutinio porque, a diferencia de las anteriores del 2005, no fueron boicoteadas por la comunidad musulmana suni?
Su participación hizo pensar que serviría para requilibrar el nuevo poder, chii, nacido a la sombra de la ocupación norteamericana, del invierno del 2003, y de la erradicación del régimen baasista de Sadam Hussein en el que la mayoria de los chiis, como había ocurrido en los anteriores gobiernos bajo el dominio colonial británico y después bajo la monarquía y los balbuceos de la republica, y también la minoria kurda, fueron marginados y perseguidos.
La pequeña diferencia de dos escaños en favor de la coalición de Irakiya de Iyad Aalui que representaba a los sunis además de los chiis menos infeudados al Irán, a las tendencias laicas, bien vista por los vecinos gobiernos árabes, y de la gran alianza del «Estado de derecho» formada en torno a Nuri el Melki, núcleo duro del chiísmo religiosos militante muy vinculado al régimen islámico persa, ha complicado las negociaciones y los regateos políticos. Ninguno de los dos adversarios ha podido obtener el respaldo imprescindible de 163 diputados del parlamento, cuyas sesiones han sido suspendidas una y otra vez, de los 325 representantes elegidos en aquella invernal consulta popular. El tercer bloque mas destacado, formado por los kurdos, interviene también en estas interminables gestiones para constituir un gobierno que todo el mundo esperaba, los norteamericanos en primer lugar, que se formaría con tiempo para preparar esta difícil etapa de la evacuación. El Malki, anterior primer ministro, sigue encargado de los asuntos de tramite gubernamentales.
En recientes declaraciones del vicepresidente norteamericano Biden, que visitó Bagdad recientemente, afirmó que «no estaba en su mano» garantizar la calma tras la salida de sus tropas. «Los cincuenta mil soldados que permanecerán en Irak -explico- ya no tendrán una misión de combate sino que deberán ayudar a la capacidad militar de las fuerzas armadas iraquies.»
La imposibilidad de un compromiso gubernamental tantos meses después del 7 de marzo es alarmante porque va a ser muy difícil gestionar los vitales temas de la seguridad nacional que deben ser asumidos tras el cumplimiento del plazo prometido por el presidente Obama, porque pueden fomentar cada vez más el sangriento caos cotidiano, y reavivar la siempre latente guerra civil.
Por otra parte el miedo a una violencia desbocada animada por toda clase de insurrectos y no solo de Al Qaida, preocupa a los países fronterizos de este estado a la deriva. Los estadounidenses desde ya hace tiempo y desde bases como la del «Campo Victoria», van efectuando sus complejas y costosas mudanzas, retirando su vehículos blindados que envían a Kuwait en dirección a los EE.UU. o Afganistán y destruyendo el material que consideran inservible. La orden de evacuación se va cumpliendo tal como se había previsto pese a estas complicaciones políticas iraquies.
Nunca el país legal se había alejado tanto del país real. Los sufrimientos diarios de la población que padece las drásticas restricciones de electricidad, soportando temperaturas de 54 grados, provocan violentas manifestaciones de cólera. Exasperados, protestan por al falta de fluido eléctrico que les impide hacer funcionar los motores para sacar agua de sus pozos. El 21 de junio en la ciudad de Nasariya, la policía mató a un hombre e hirió a otros. Solo pedían que les suminsitrasen electricidad para no morir de sed, abrazados por el calor.