Es imposible que antes de la creación del FC Barcelona a finales del año 1899 hubiera personas que se declararan, con una u otra terminología, «anticulers»: no es normal que alguien se muestre contrario a algo que no existe. Sin embargo, esto no significa que no hubiera nada, absolutamente nada, que pudiera llegar a generar una cierta animadversión de manera indirecta, aunque también automática. Existía, por ejemplo, un anticatalanismo que, como documentó Francesc Ferrer i Gironès en ‘Catalanofobia’ (2000), se movía desde hacía siglos tanto a nivel de cultura popular como en escritores de la importancia de Quevedo. En relación con el Estado de Israel, suele esgrimirse una especie de cronograma imaginario en el que la animadversión contra este pequeño país comienza justo el día de su creación, el 14 de mayo de 1948 (es decir, hace cuatro días en términos históricos). Según algunos, lo que se ha ido produciendo desde entonces sólo son casos concatenados de acción-reacción. El pasado octubre Hamás mató o secuestró a muchos ciudadanos israelíes y, en represalia, Israel está devastando la Franja de Gaza. El sábado Irán atacó a Israel como respuesta al ataque a la embajada iraní en Damasco el 1 de abril. Etcétera. Visto así, todo parece tener una nítida lógica propia que comienza exactamente el citado 14 de mayo de 1948. Sin embargo, esta supuesta inercia acción-reacción es totalmente falsa. Las cosas no han sido así: volviendo al ejemplo ilustrativo que hemos planteado al principio del artículo, el odio a los judíos es muy anterior a la creación del Estado judío.
El 21 de marzo de 1935, en pleno ascenso de la Alemania hitleriana, Persia cambió oficialmente de nombre y pasó a llamarse Irán, que significa “país de los arios”. El general Reza Pahlavi no se limitó a ese insólito cambio de nomenclatura para dar coba al Führer. Se convirtió también en un entusiasta colaborador de los nazis, así como en el principal socio comercial de Alemania, y compitió en esta actitud servil con la principal autoridad religiosa palestina de la época, el Gran Muftí de Jerusalén Hajj Amin al-Husayni. Se conservan fotografías suyas saludando efusivamente al arquitecto del Holocausto, Heinrich Himmler, o escuchando con devoción al propio Adolf Hitler. De Al-Husayni se conserva también una imagen especialmente siniestra pasando revista a una unidad bosnio-musulmana integrada en las SS, mientras, sonriendo, realiza el saludo fascista. Murió en 1974 en Beirut y fue enterrado (con honores) en el Cementerio de los Mártires. Cuando Persia canjeó su antiquísimo nombre por el de «país de los arios», o cuando Hajj Amin al-Husayni hacía el saludo fascista a un escuadrón responsable de actos terribles contra los judíos de Bosnia, el Estado de Israel no existía. Por tanto, cuando interpretamos esta larga pesadilla colectiva (que incluye la actual destrucción indiscriminada e injustificable de Gaza) de la manera habitual, es decir, en términos de una acción-reacción que comenzó apenas en mayo de 1948, estamos faltando gravemente a la verdad.
Los radicales de Hamás que hace unos meses atacaron a ciudadanos indefensos aspiran a un modelo de sociedad incompatible con los derechos humanos más elementales. Los radicales iraníes que en 1979 echaron al Sha y aclamaban Jomeini no pedían nada parecido a una democracia. Los radicales de Afganistán que se enfrentaron a los soviéticos durante la década de 1980, tampoco. Y los radicales que votaron masivamente al Frente Islámico de Salvación en Argelia en las elecciones municipales de enero de 1990, menos. Si olvidamos esto también estaremos faltando muy gravemente a la verdad, en este caso por omisión. En 1905 aparecieron en la Rusia imperial ‘Los protocolos de los sabios de Sión’, cuyo objetivo prioritario no era otro que fomentar el antisemitismo en todo el mundo. Contenían, supuestamente, las actas secretas del Primer Congreso Sionista, celebrado en Basilea en agosto de 1897 bajo los auspicios de Theodor Herzl. Más adelante se demostró que Los protocolos eran una ridícula falsificación basada en una obrita contra Napoleón III que escribió el abogado Maurice Joly en 1858. Odio incubado, macerado lentamente, en un contexto malsano de mentiras, resentimientos e ignorancia: las ‘fake news’ son más viejas que ir a pie.
Las cosas han cambiado: hoy, paradójicamente, una de las principales amenazas para la viabilidad de Israel radica en un modelo de defensa militar basada en la desproporción, en la desmesura. Un modelo de revancha, no de defensa. Resulta muy difícil, por no decir imposible, justificar lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza. Creo que es bueno entender cómo se ha llegado aquí más allá de la versión trivial de 1948, pero también cómo afrontar un futuro que no pase por la pura destrucción.
ARA