Irán después de Ebrahim Raisi

Director del Centre Mahatma Gandhi por la Paz de la Universitat Global de Jindal. Nacido en 1956 en Teheran, en 2006 pasó cuatro meses detenido por el règimen iraní por haber criticado la postura negacionista del presidente Mahmoud Ahmadinejad en relación al Holocausto. Desde entonces desarrolla su actividad intelectual en la Índia i Canadà.

La misteriosa muerte de Ebrahim Raisi, el presidente de la República Islámica de Irán, en un accidente de helicóptero en una zona montañosa del noroeste de Irán, junto con su ministro de Asuntos Exteriores, Hossein Amir-Abdollahian, complica el rompecabezas que es la lucha por el poder en Irán. La principal pregunta que se hacen la mayoría de los expertos y observadores de Irán es si la muerte súbita de Ebrahim Raisi creará cambios o nuevas oportunidades en cuanto al proceso de sustitución del líder supremo de 85 años, el ayatolá Ali Jamenei. De hecho, aunque los conservadores de la línea dura dominan todas las ramas del poder, la muerte súbita de Raisi les crea un problema para encontrar a un nuevo candidato entre los veteranos del régimen islámico que pueda ser a la vez un hombre de unidad y leal al líder supremo.

El compromiso de Raisi con los principios políticos del régimen islámico y su violencia y dureza eran bien conocidos por todos. No olvidemos que Raisi era un exfiscal que tuvo un papel decisivo en la ejecución masiva de presos políticos de los años ochenta. En 1988, el difunto ayatolá Jomeini designó a Raisi como miembro de una «comisión de la muerte», un grupo de cuatro personas que emitió sentencias de muerte contra al menos 5.000 prisioneros. Pese a su papel en la consolidación del poder judicial iraní durante las últimas cuatro décadas, el ascenso de Ebrahim Raisi a la presidencia estuvo marcado no sólo por la exclusión sistemática de rivales moderados y favorables a realizar reformas, sino también por una baja participación récord de votantes. Su selección como candidato para las elecciones presidenciales de 2021 fue cuidadosamente diseñada y controlada por el líder supremo Ali Jamenei y los Guardianes de la Revolución de Irán (IRGC), que han estado influenciando todas las decisiones relacionadas con la política interior y exterior de Irán. Ya entonces había rumores de que, a la larga, el mejor candidato para sustituir al líder supremo sería Raisi. En ese momento así lo deseaban y aprobaban los miembros de la línea dura de los IRGC y de los Bassij, que, no debe olvidarse, son la base de apoyo más poderosa para exportar la Revolución Islámica a otros países y combatir la resistencia social y grupos políticos del país. La presidencia de Ebrahim Raisi supuso, para los políticos iraníes de la línea dura, la oportunidad perfecta para tomar el control de los estamentos más importantes del gobierno. Raisi logró reunificar a los más conservadores del régimen iraní, pero no logró calmar a la población descontenta de Irán. Estaba lejos de ser una figura que pudiera obtener el apoyo del mayor segmento de la sociedad, es decir, los iraníes jóvenes y desilusionados. La elección de Raisi como presidente también lo puso en crisis fruto de la incompetencia política y la mala gestión económica. Los críticos le culparon de no contener la disidencia y las manifestaciones de mujeres jóvenes y estudiantes tras la muerte de Mahsa Amini en septiembre del 2022.

Durante los últimos tres años, la presidencia de Ebrahim Raisi ha estado marcada por numerosas violaciones de los derechos humanos, incluyendo la persecución de minorías religiosas y étnicas, las detenciones masivas de manifestantes no violentos y el uso creciente de la pena de muerte. Además, el Irán de Raisi dio al IRGC un empuje autoritario para que nutriera todos los aspectos de la sociedad iraní y Oriente Medio con la ideología islamista chií global del régimen. Esto significó un retorno a los valores fundamentales de la revolución iraní en casa y un compromiso más celoso con la militancia y militarización regionales. Sin embargo, durante su presidencia, Ebrahim Raisi ha tenido menos éxito que su predecesor Hassan Rouhani en cuanto al problema de la cuestión nuclear y la administración estadounidense. Por todo ello, Ebrahim Raisi no era un candidato lo suficientemente bueno como para gestionar la complejidad de la política iraní. Ahora, quienes le ayudaron a salir elegido deberían avanzar sin él. Pero el vacío creado por la muerte de Ebrahim Raisi no puede llenarse fácilmente, sobre todo porque la salud del ayatolá Jamenei es cada día más frágil y las condiciones políticas internacionales y nacionales van en contra del gobierno iraní.

Los planes de sucesión del líder supremo están más enredados que nunca. La muerte de Raisi abre la puerta a las ambiciones futuras de la institución económica, política y militar más poderosa de Irán, los IRGC. Considerados la estructura política y militar más sólida surgida de la Revolución Islámica, los IRGC se encargaron inicialmente de proteger la revolución y sus logros, pero con los años han utilizado su rol constitucional para legitimar su poder y ampliar su influencia política en la República Islámica. A medida que los Guardianes de la Revolución van acumulando más poder y mayor influencia, los límites de su influencia y responsabilidades se difuminan. En el ámbito económico, los IRGC han logrado el control absoluto de todos los contratos y las inversiones estatales, incluyendo el petróleo y las importaciones y exportaciones de Irán. Por lo que respecta a la política, los Guardianes de la Revolución se han inmiscuido en los asuntos políticos internos del Estado iraní arrestando, encarcelando y asesinando a individuos que consideraban peligrosos y subversivos para su propia supervivencia. Por último, pero no menos importante, las capacidades militares de los Guardianes de la Revolución han resultado ser tan extensas que se han convertido en una grave amenaza para el liderazgo de los ayatolás. Con el ayatolá Jamenei cada vez más dependiente de los IRGC para su supervivencia, Irán post-Raisi tendrá un aspecto más militarizado y menos teológico, y el establishment clerical de Qom –ciudad santa del islam chií, capital de la provincia homónima de Irán– se encontrará en un enfrentamiento abierto con los Guardianes de la Revolución. Cuándo y dónde se desarrolle este enfrentamiento no es importante, ya que los probables beneficiarios de esta lucha serán, de una u otra forma, los Guardianes de la Revolución.

ARA

Ebrahim Raisí: una muerte inoportuna

Ramon Aymerich

La muerte en accidente de helicóptero del presidente iraní Ebrahim Raisí añade todavía mayor incertidumbre al futuro de un país como Irán, clave para el equilibrio de Oriente Medio, una región en situación explosiva después de la matanza de Hamas del 7 de octubre y de la posterior invasión de Gaza por las Fuerzas de Defensa Israelí hace ya más de seis meses.

Irán ha sido en todo este período el verdadero adversario de Israel. Primero a través de lo que se ha conocido como “guerra en la sombra”, mediante los ataques de las milicias a las que da su apoyo en la zona (Hizbulah en el Líbano, los hutíes del Yemen, el propio Hamas en los territorios palestinos y otras fuerzas en Siria e Irak). Y desde el pasado 13 de abril, de forma directa, en un ataque con misiles y drones sobre territorio israelí previamente anunciado para minimizar sus efectos.

Las autoridades iraníes se han propuesto borrar cualquier atisbo de sospecha sobre la intencionalidad de la muerte de Raisí. Son conscientes de la fragilidad del régimen en el período de transición que se abre. Pero si hubiera que buscar un beneficiario de su muerte, este sería Israel. El helicóptero en el que se estrelló Raisí regresaba de la inauguración de una presa en la frontera con Azerbayán, donde compartió ceremonia con su presidente, Ilham Alíyev. Azerbayán es un aliado de Israel, y en su territorio el Mossad, la agencia de inteligencia israelí, es muy activo. La minoría azerí, que sintoniza poco con el régimen de los ayatolás, es también importante en el norte de Irán, equivale casi al 35% de la población del país. Y su presencia en las recientes protestas contra el régimen ha sido notoria.

¿Es verosímil que Israel haya tenido algo que ver en la muerte de Raisí? No debería serlo. El ataque con misiles de Irán sobre Israel fue una muestra de contención y una señal de que Irán no está interesado en escalar el conflicto en la región. Sin embargo, Israel no es hoy una única voz. Y la confrontación directa con Irán parecería la continuación de la política seguida por los sectores más radicales en el seno del gobierno de Benjamin Netanyahu, cada vez más dividido, opuestos a cualquier negociación e instalados en la lógica del “cuanto peor, mejor”. El atentado del 20 de enero sobre Damasco en el que murieron varios generales de la Guardia Revolucionaria iraní fue, de hecho, un error de cálculo alentado por estos sectores, cuando no una abierta provocación.

Algunos observadores no descartan tampoco la hipótesis de un atentado desde el interior. Irán es un país con graves problemas de legitimidad. En el que al régimen le ha costado movilizar a la población para acudir a las urnas en los últimos años. Incluso para elegir al propio Raisí, que ganó en 2021 con la participación más baja de la historia de la Revolución Islámica. Esto ha convertido al régimen iraní en un conglomerado paranoico, obsesionado con eliminar cualquier rastro de disidencia interna. En enero de este año, el Estado Islámico, de filiación suní, reapareció en la ciudad de Kerman con un atentado que dejó 84 muertos. El objetivo fue una ceremonia que celebraba el aniversario de la muerte en atentado del general Qassem Soleimani, artífice de la expansión militar iraní en Oriente Medio de los últimos años y asesinado por Estados Unidos en Bagdad en 2020.

La minoría baluchi es también muy activa en el confín oriental del país. Pero Teherán no percibe a ninguno de estos grupos como un peligro real. La hipótesis de un atentado desde el interior del régimen tendría más que ver con los entresijos de un régimen opaco. De las luchas de poder en una cúpula muy radicalizada y permeada por los Guardianes de la Revolución, en fase de posicionamiento ahora para la sucesión. Hay que señalar que Raisí debía revalidar su mandato en unas próximas elecciones.

La muerte de Raisí es, en todo caso, inoportuna para un país que por razones geopolíticas se ha convertido en una potencia regional con importantes aliados. Dos son los grandes activos de Irán. El petróleo y su tecnología militar, capaz de fabricar drones de última generación que suministra a Rusia y que han demostrado su efectividad en el frente ucraniano. Hace cinco años, Irán era un país aislado. Pero la guerra de Ucrania lo ha cambiado todo.

Su proximidad con Rusia primero, y con China más tarde, le han sacado del aislamiento y le han convertido en un país indispensable para la recomposición del panorama político global. Para los que consideran que existe un nuevo Eje del Mal frente al poder occidental (según la desafortunada expresión de George W. Bush), en ella se integrarían ahora Rusia, China y el propio Irán (contando con la no despreciable ayuda militar de Corea del Norte). El fortalecimiento de Irán en el panorama exterior se ha puesto de manifiesto en los últimos días, al firmar un acuerdo estratégico con India mediante el cual el país de Nerendra Modi accede al puerto de Chandahar, vital para sus intereses en Asia Central. Con la muerte de Raisí, pues, Irán entra en una fase de transición muy peligrosa hasta que recomponga la jerarquía del poder.

La muerte de Raisí es inoportuna y por ello Nassim Taleb, el ensayista que teorizó la existencia de los Cisnes Negros, esos acontecimientos imprevisibles que en su accidentalidad reordenan de manera convulsa todo lo que tienen a su alrededor, ha explicado esta madrugada en la red X que la muerte del dirigente Raisí le recuerda a la muerte en atentado de Francisco Fernando de Austria, heredero del imperio Austro-Húngaro en 1914, a manos del nacionalista serbio Gavrilo Princip. Una muerte que acabó de manera precipitada en la I Guerra Mundial. La muerte de Raisí sería, en esta visión alarmista, un Cisne Negro que desembocaría en una guerra de grandes proporciones con múltiples actores.

Pero eso sería anticiparse a los acontecimientos. Y apostar por un escenario tan apocalíptico como poco verosímil. Ahora mismo, en esta mañana del 20 de mayo, el precio del petróleo, uno de los medidores de la inestabilidad en la zona, apenas ha notado la muerte de Raisí. Para tranquilidad de todos.

La Vanguardia