De una manera inconcreta, difusamente, la expresión la casta hace referencia al vínculo simbiótico que suele establecerse entre el mundo de la política y el de la comunicación de masas. Es probable que esta relación promiscua sea hoy inevitable, pero aquí ya entraríamos en otro tema. Es igualmente probable -muy probable, de hecho- que la mayoría de denuncias contra esta zona de intersección de poderes provengan de personas que, más que odiar la casta, se sienten injustamente excluidas. Esto también es harina de otro costal, pero conviene tenerlo muy presente para entender ciertas actitudes en apariencia contradictorias, tales como aceptar un acta de diputado tras haber sujetado una pancarta donde se leía «No nos representáis». Un día de estos tendremos que hablar de la casta anticasta y de la estulticia de los que se tragan dócilmente sus enormes ruedas de molino.
En todo caso, si algo caracteriza a la casta es el uso de un lenguaje autorreferencial y orgullosamente ajeno a los usos normales o canónicos de las palabras. El último ejemplo que hemos podido contemplar ha sido la enigmática ‘euroviñeta’. En la mayoría de periódicos que leo, de radios que escucho y de teles que veo, casi nadie ha considerado oportuno explicarme qué era eso de la ‘euroviñeta’. ¿Una pequeña parcela ubicada en territorio europeo donde tenían intención de hacer uva? ¿O quizás un chiste gráfico hecho en Europa? He observado igualmente que el término se utiliza tanto en catalán como en castellano. Por el contexto, creo haber inferido que se trata de una tasa que se aplicaría a los vehículos pesados de transporte de mercancías en la red viaria europea. Repito que esto lo he deducido de una manera vaga y aproximada: nadie me lo ha explicado, y yo no tengo la obligación de conocer las jergas de los otros (ni los demás de conocer las mías). Es perfectamente normal que cuando un político debate con otro político la aplicación de la directiva 2006/38/CE (que modificaba la Directiva 1999/62/CE, la referida también a los vehículos pesados de transporte de mercancías) se refiera simplemente a la «euroviñeta». ¿Este uso resulta también justificable por parte de los profesionales de la información? De eso no estoy tan seguro.
Jergas hay en todas partes. En la universidad todos sabemos qué quiere decir, por ejemplo, «IP» (investigador principal); pero las personas que no trabajan en esta institución no tienen ninguna obligación, ni necesidad, de saberlo. Lo que no tiene justificación, lo que delata la existencia de algo parecido a una casta, es el hecho de elevar una denominación gremial a la categoría de lenguaje normativo. En este caso, el gremio pasa a ser percibido, y con razón, como una casta. El término ‘euroviñeta’ es un calco incorrecto del francés ‘eurovignette’. La ‘vignette de l’impôt sur les automobiles’ es el adhesivo o distintivo que llevan los coches para indicar que han hecho efectivo el impuesto de circulación. Aquí a eso no lo llamamos viñetas: lo llamamos pegatinas, o adhesivos, o distintivos, etc. Pero incluso en el caso de que habláramos del «eurodistitivo» o de la «europegatina», por ejemplo, continuaríamos proyectando sobre la ciudadanía esa sensación de lenguaje secreto, de código particular de la casta político-mediática (más mediática que política, para ser más precisos).
Esto que les cuento de la ‘euroviñeta’ resulta, en tanto que cuestión puntual, anecdótico. El trasfondo del asunto, en cambio, tiene más importancia. De hecho, explica la pujanza actual de los populismos de derechas y de izquierdas, separados por una línea cada vez más delgada. Tenemos dos extremos: por un lado, el de una supuesta casta que se expresa crípticamente, con su propio dialecto autorreferencial; por otra, el de unos supuestos justicieros populares «que dicen las cosas por su nombre». En este preciso contexto, «decir las cosas por su nombre» significa exactamente simplificar los conceptos, emocionalizar los debates y adular al votante explicándole lo que quiere oír, no lo que debería escuchar. Justo en medio de estos dos extremos existe -¿existía?- una posibilidad que sin duda resulta poco llamativa o atractiva, pero que ayuda a crear sociedades de adultos bien informados. Son los que luego podrán actuar responsable y racionalmente, tanto en el ámbito individual como colectivo. Desde una perspectiva liberal, la función social de los medios de comunicación consiste en informar honestamente; y su función política es actuar como contrapeso del poder, no imitar su lenguaje. El caso de la ‘euroviñeta’ representa justamente lo contrario, la antítesis de esta noble y vieja vocación ilustrada.
ARA