¡Qué alivio!


El proceso de paz abierto en el País Vasco con el anuncio de un alto el fuego permanente por parte de ETA en marzo del 2006 ha supuesto un verdadero lastre para la política española hasta la semana pasada cuando, de manera formal, llegó a su fin. ¡Qué alivio! Para un observador externo – entre los cuales podríamos incluir a los propios vascos y a muchos catalanes- podría parecer un absurdo que un proceso de paz llegara a incomodar tanto en un país cuya opinión pública lleva años considerando que el terrorismo de ETA, incluso en ausencia de atentados, es su mayor problema. Pero la realidad es ésta: la política española ha encontrado su acomodo dialéctico en la supervivencia de un par de enemigos, el terrorismo vasco y el nacionalismo catalán, y ahora no sabría pasar sin ellos.

Esto es cierto de manera diáfana para el Partido Popular. Los conservadores – no voy a caer en la trampa de llamarlos populares-, desde la declaración de la tregua, han puesto todo su empeño en hacerla fracasar. En primer lugar, por una razón instrumental: el éxito del proceso de paz habría sido, también, el de Rodríguez Zapatero, y eso les podría haber cerrado las puertas de la Moncloa por un periodo de tiempo mayor. Pero el PP ha estado en contra del proceso de paz por razones más profundas, vinculadas tanto a su concepción unitarista de España como a su limitada cultura democrática.

Para el PP, la lucha contra el terrorismo vasco no es sólo una razonable cuestión de seguridad y orden público, sino un emblema de su rotundo compromiso con la unidad espiritual de la nación española. Sin el terrorismo de ETA en el País Vasco – especialmente, si la amenaza incluye la anexión de Navarra- el alto compromiso patriótico del PP quedaría en algo puramente retórico y evanescente, mientras que con él consigue toda su credibilidad. Asimismo, la cultura democrática limitada de los conservadores españoles les impide considerar la posibilidad de otro sujeto de soberanía nacional que no sea la nación española. Y aunque siempre quedó claro, también para el PSOE, que el proceso de paz estaba al margen de cualquier proceso político de autodeterminación, lo cierto es que la desaparición de ETA abriría un debate político libre entre vascos y españoles. En aquella situación, en ausencia de violencia, el peligro de un imparable avance democrático de algo parecido a un plan Ibarretxe podría ser altísimo. ¿Qué mejor precio que la aceptación resignada de una cierta amenaza terrorista – por supuesto, mejor si la policía consigue que se sirva en dosis homeopáticas- que garantice el imposible desarrollo de cualquier cambio político?

De todas maneras, hay que decir que la desazón por un proceso de paz que apenas pasó de los contactos preliminares también se instaló desde el primer día en las filas del PSOE. Justo lo contrario que con el PP, aquí una parte importante del PSOE de mordió la lengua en aras de la oportunidad de afianzarse en el poder.

Formalmente, quien resolviera definitivamente el problema del terrorismo en España, por lo menos desde el punto de vista internacional, ganaría mucho prestigio político. Pero los riesgos internos eran enormes. Por una parte, como se ha visto, porque el PP no se sumó para nada al proceso. Rodríguez Zapatero lo planteó muy mal desde el primer momento. Así, los poderes del Estado – incluidos los fácticos, como la Iglesia española o buena parte de los medios de comunicación- no estaban por la labor. Y el terrorismo debe tratarse como cuestión de Estado y no de mero buen talante presidencial. Pero tampoco el PSOE estaba como para regalar un futuro proceso político abierto de emancipación nacional, por la vía que fuere, a la sociedad vasca. Como se ha dicho hasta la saciedad, lo que más se parece a un nacionalista español de derechas es un nacionalista español de izquierdas. Y la sospecha de levedad en los sentimientos patrióticos – unitaristas, se entiende- de Rodríguez Zapatero ha sido su flanco más débil y el más atacado.

De manera que, a Dios gracias, el final de la tregua y la vuelta de la amenaza terrorista ha aliviado a unos y a otros. Cierto que de distinta manera. No me cabe la menor duda de que al PP le hubiera convenido que la tensión por un inútil proceso de paz tan abierto como paralizado se prolongara hasta las elecciones generales. Ahora, el PP deberá inventar nuevas condiciones para mantener la tensión de la sospecha contra Zapatero, como es la pretensión de invalidar la representación de ANV, el partido que obtuvo democráticamente un notable apoyo popular. Ya les decía que la concepción de España de los conservadores no era ajena a una limitada cultura democrática. En cambio, aunque de entrada el fin de la tregua pueda parecer otro enorme fracaso, para Rodríguez Zapatero – que en lugar de talante, sobre todo, hay que reconocerle potra- puede ser su tabla de salvación electoral. Desde el anuncio de ETA, Rodríguez Zapatero se ha puesto duro y ya ha metido en la cárcel a los dos personajes emblemáticos del proceso de paz, y no va a tener ningún reparo en recuperar el tiempo perdido para demostrar que no es el blandengue que pintaban Rajoy y sus matones.

Ni que decir tiene que ésta es una liga que se juega al margen de los vascos. Ni ETA- la organización más estructuralmente española del País Vasco, y que ha demostrado una vez más que el terrorismo también recurre a la demagogia electoralista, anunciando el fin de la tregua después de las elecciones, manipulando la voluntad del votante-, ni PP ni PSOE van a tener en cuenta la voluntad de los vascos, aun empecinados en desear que llegue la paz. Ni van a consultar a sus instituciones democráticas ni a sus líderes políticos. Los vascos son los únicos que con el fin del alto el fuego no han sentido ningún alivio, sino un mayor desconsuelo. Y, por la cuenta que nos trae, a una parte significativa de catalanes también nos invade la aflicción.

Publicado por La Vanguardia-k argitaratua