Llueve sobre mojado. El clima actual de bajas presiones, es decir, de depresión nacional, explica que cualquier aguacero, incluso sólo el anuncio de nubosidades, ya nos aflija. No quiero quitar importancia ni al descalabro del Palau de
De todo esto, ya hemos hablado mucho. En cambio, desde mi punto de vista, se ha discutido poco sobre el papel de los medios de comunicación tanto en la creación del clima depresivo que nos hace tan sensibles a la tormenta, como de sus propias relaciones, si no corruptas, como mínimo turbias con el poder político. En este campo, como también en muchos otros, tenemos que hacer memoria de donde venimos. Y oomo el punto de partida de nuestra democracia fue un régimen corrupto por definición, es decir, una dictadura, al no haberse producido una verdadera ruptura regeneradora, la democracia nació contaminada, compartimentalizada. El ejército, la policía,
La policía ha visto como sus cabezas principales –Roldán, Vera, Colorado…– acababan en prisión.
Pues bien: el caso de los medios de comunicación tampoco se escapa a este pecado original, en parte consecuencia del papel trascendental que tuvieron durante
Es por eso que tantas veces he protestado por esta práctica farisaica de determinadas crónicas informativas que hablan invisibilizando la autoría de quien habla, es decir, que enmascaran el papel del mismo medio y de su relación con los hechos. Por ejemplo, cuando se denuncia –como en el caso Prenafeta y Alavedra– que se haya aplicado la ahora llamada «pena de telediario» mostrando repetidamente las imágenes que se consideran una condena anticipada ilegítima. O bien, cuando se informa de la importancia de un acontecimiento por el hecho que haya congregado a muchos medios, como si quien habla no fuera uno de los medios que, con su presencia, ha decidido convertir el hecho en un acontecimiento. La independencia no se consigue negando la existencia del observador, sino todo lo contrario: haciéndola presente y explicitando su perspectiva. Independencia de criterio no es ni carencia de criterio ni su ocultación. Es tenerlo, hacerlo visible y ser capaz de resistir a las presiones espurias.
En este sentido, no tiene que extrañar que los medios de comunicación se hayan apuntado con tanta devoción al ambiente depresivo y de baja autoestima que arrastramos. De hecho, ellos no tan sólo informan, sino que son cómplices necesarios. En unos casos, es mero resultado de la situación de dependencia política y del hecho de tragarse como noticia lo que es una conspiración pensada para disminuirnos. En otros casos, porque la desconfianza –a menudo cinismo– con que los periodistas contemplan la realidad política tiene la raíz en el conocimiento de la naturaleza de las relaciones que ellos mismos establecen con el poder. Contribuir a la depresión colectiva es una manera de disimular la responsabilidad que se tiene.
No es que quiera salir a defender a los políticos, que ya tienen manera de hacerlo solos, pero sí que quiero decir que la exigencia de regeneración democrática vale para todas las dimensiones de la vida social, y no tan sólo para la de los partidos, la gubernamental o la parlamentaria. La regeneración democrática pasa por ser más escrupulosos en las relaciones entre el mundo de la empresa y las administraciones, o ser honestos en los procedimientos de contratación universitaria, o hacer transparentes las relaciones entre las industrias culturales y los generosos apoyos institucionales que suelen recibir. Y, entre tantos otros ámbitos, esta regeneración pasa especialmente por revisar a fondo las dependencias formales e informales entre los medios de comunicación y la política.
Francamente: me preocupa menos la existencia de granos corruptos individuales, como puede acabar siendo el caso Millet y compañía, que la tolerancia de las pequeñas –y medianas– corruptelas generalizadas que muestran el rostro de una sociedad desmotivada, sin temple, sin virtud, que confunde derechos con prebendas y que encuentra que los deberes son molestias. Hay trabajo para todo el mundo, y se puede empezar por donde se quiera.
Publicado por Avui-k argitaratua