Inundaciones

Las inundaciones ocurridas estos días sí que incitan una vez más a la reflexión, para intentar al menos reducir sus riesgos, ya que conseguir que no se produzcan es casi imposible tal y como se han configurado y construido una buena parte de nuestros municipios. Pero si la muerte de dos personas ocurridas en Sunbilla y Elizondo se puede considerar como un fracaso colectivo.

En las últimas décadas el indiscriminado desarrollo socioeconómico ha incrementado los tradicionales usos del río generando importantes afecciones que han desembocado en considerables impactos y han degradado los ecosistemas fluviales. A esta situación se ha llegado por el modelo de gestión que ha gobernado las políticas del agua y que ha primado más la explotación que la conservación del medio hídrico.

El clima es la fuente motriz que desencadena los episodios normales y típicos de elevada pluviometría, agravados artificialmente como consecuencia del cambio climático, al que me referiré más adelante, pero son las presiones que el modelo socioeconómico produce sobre el Dominio Público Hidráulico, junto con la erosión y la pérdida de cobertura vegetal de la cuenca hidrográfica, las que inducen en última instancia los efectos catastróficos de las inundaciones.

Edificaciones e infraestructuras diversas ocupan e invaden las llanuras de inundación, reduciendo drásticamente la capacidad de desagüe de los cauces, y haciendo que personas y bienes queden expuestos a las crecidas. La vegetación natural de ribera disipa de forma natural la energía del agua. Y por tanto minimiza sus efectos destructivos. Esta función atenuadora desaparece cuando la vegetación es eliminada. Por otra parte, los encauzamientos clásicos hacen disminuir en las zonas en las que se construyen, pero trasladan el problema, normalmente agravado, a las zonas no encauzadas que existen aguas abajo.

Una cuenca que dispone de cobertura vegetal adecuada, unos ríos con vegetación de ribera natural y un Dominio Público Hidráulico liberado de ocupaciones urbanísticas, dispone de los mecanismos necesarios para al menos reducir las consecuencias catastróficas de las inundaciones.

Sin duda, partimos de una mala situación. Son muchísimos los kilómetros de ríos sometidos a elevado riesgo de inundación en Navarra. Es decir, territorios, a veces muy amplios, los hemos podido ver en las inundaciones que se repiten con bastante frecuencia en la comarca de Pamplona, en la zona Norte, en la Ribera con el río Ebro, y en las que hay infraestructuras humanas, de cualquier tipo, que pueden sufrir severos deterioros: cascos urbanos, zonas industriales, áreas de alta productividad agrícola, granjas, etcétera.

Por otra parte, los ríos se expanden. Cada cierto tiempo pasan de tener 10 metros de anchura a tener 100, o más. Podemos negarlo, pero no por eso va a dejar de pasar. Los ríos necesitan espacios de expansión. Es esencial recuperarlos donde se han perdido. Los ríos son sistemas vivos y dinámicos. Sin crecidas no hay ríos. Ha pasado siempre y seguirá ocurriendo. Podemos intentar dos cosas: procurar dominarlos o intentar acomodarnos a su dinámica natural. Llevamos muchos años peleándonos contra ellos y por ahora no parece que vayamos ganando la batalla. Quizá sea el momento de optar por una diferente ordenación del territorio, que tenga en cuenta que cada cierto tiempo, el río reclama lo que es suyo.

Hay toda una serie de cuestiones que tienen que ver con la coordinación de las administraciones, el establecimiento de sistemas de aviso y alerta temprana y la información clara y precisa a la población. Y, tras estas últimas inundaciones, habrá que analizar con la mayor amplitud y profundidad posible si ha habido improvisación, y otro tipo de cuestiones.

El agua es un buen indicador para conocer los efectos de nuestra relación con el planeta, porque acaba reflejando en ella todo lo que opera sobre la biosfera. Uno de los primeros impactos que está teniendo el cambio climático, es la menor disponibilidad del agua. Otro de los problemas, es la contaminación de los ríos, que los convierte en auténticos basureros.

El cambio climático está también detrás de la mayor frecuencia con que estamos sufriendo fenómenos meteorológicos extremos que dan lugar a desastres mal llamado “naturales”. Así se dice en el VI Informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), filtrado s los medios a primeros de agosto. Ahora bien, todavía es difícil establecer una relación directa entre estas inundaciones y el cambio climático, ya que está también la variabilidad natural.

Uno de los mayores retos de la gestión del agua es reducir el riesgo de inundaciones, a través de una política de prevención, que sigue siendo absolutamente necesaria. En este sentido, es primordial que las nuevas edificaciones deben construirse en lugares seguros, y en el caso de las que se sitúan hoy en día en zonas inundables, no se puede dar una solución genérica. Cada zona es diferente y exigirá una solución concreta, enmarcada, eso sí, en un plan a escala de cuenca. Opino que las soluciones de ingeniería clásica se tienen que dejar para los casos extremos en que no haya otra opción viable, que se deben ejecutar con el máximo respeto ambiental.

Durante estos días hemos asistido a diversas declaraciones de algunos organismos que vienen a plantear que las inundaciones tienen que ver con que los ríos no están limpios. Detrás de esta afirmación está la idea de que los ríos que tienen vegetación están sucios y por tanto deben ser limpiados de forma regular. Sin embargo, la llamada vegetación de ribera es fundamental para el mantenimiento de calidad ecológica del río, para mitigar el efecto de las inundaciones y también para favorecer la vida de la flora y la fauna.

Un río está sucio cuando contaminamos sus aguas con nuestros desechos, cuando depositamos escombros y numerosos residuos echando basuras de todo tipo y utilizando el río como un vertedero. Esto sí es un río sucio que debe ser limpiado. Una correcta gestión del espacio fluvial debe favorecer la existencia de vegetación en el río, si bien, en aquellos puntos sensibles, como los puentes, donde pueden acumularse tapones o troncos cruzados, deberá tenerse en cuenta la conveniencia de su retirada.

Hay una idea extendida sobre la necesidad de limpiar los ríos y eso lo hemos podido escuchar estos días. Es decir, eliminar la vegetación, para que no inunden las fincas de cultivo…” Hay que limpiar el río para que no se salga”, es una de las frases que más se oyen. En realidad, para mitigar el efecto de las inundaciones el río lo que necesita es espacio para desaguar la crecida y cuando el cauce es insuficiente el agua ocupa la llanura de inundación que, además de mantener los cultivos, tiene como fin almacenar y laminar las aguas de la crecida.

Por lo tanto, los ríos no debemos entenderlos ni tratarlos como espacios públicos asfaltados que hay que limpiar de forma periódica. Son corredores biológicos y ecosistemas que albergan vida y que deben ser gestionados como tales.

Plaza Nueva