Iñigo de Loiola arrepentido

A los 500 años del comienzo de la batalla de Hondarribia, conmemoramos el 467 aniversario de Iñigo López de Loiola

Monumento en Pamplona en honor a Iñigo López de Loiola, que recoge al soldado herido.
Monumento en Pamplona en honor a Iñigo López de Loiola, que recoge al soldado herido. FOTO: X. IRUJO

En mayo de 1521, un ejército compuesto por unos 9.000 infantes y algunas piezas de artillería avanzaba hacia Pamplona a las órdenes de André de Foix, señor de Asparrots. Su propósito era restituir el reino a su legítimo soberano y a unir de nuevo las dos Navarras, divididas en 1512. Antonio Manrique de Lara, duque de Nájera, escribió que “todos los de vascos se avían levantado por el hijo del rey don Juan [de Labrit]”. El domingo 12 de mayo Asparrots tomó Donibane Garazi y dos días después Miguel de Herrera recibió la orden de trasladase desde Segovia a Iruñea para hacer frente a las tropas navarras. El 15 de mayo el ejército de Asparrots cruzó el Pirineo y tomó la fortaleza del Peñón en Errozabal y un día más tarde la vanguardia acampó “a media legua” de Pamplona.

Ante la presencia de las tropas, el duque de Nájera “marchó rápidamente” a Segovia el 17 de mayo con la excusa de pedir ayuda, pero allí no consiguió “ni una lanza ni un peón ni otra providencia”. Tampoco volvió, ya que el almirante de Castilla le había aconsejado huir, “porque el capitán mejor estaba suelto para socorrer que atado para no poder hazer nada”. Siguiendo su ejemplo, unos días más tarde escaparon Francisco de Beaumont “e otros caballeros de Navarra y traían consigo sus haziendas, mujeres e hijos”, los cuales fueron recibidos “por ser servidores” del rey de Castilla.

Atrás se quedaron los que no pudieron escapar. El duque dejó a Pedro de Beaumont como capitán de una guarnición de unos 1.000 hombres y, siguiendo sus órdenes, Martin de Loiola organizó una pequeña fuerza “con gentes del señorío de Loiola” para “defender Pamplona de los franceses”. Tal como escribió Luis Fernández, con él iba su hermano Iñigo, y entraron en Pamplona el sábado 18 de mayo por la tarde o el 19 por la mañana, “cuando las banderas francesas entraban por una puerta de la muralla y por otra salía Luis de Beaumont”, tercer conde de Lerin.

En palabras del duque de Nájera, al tenerse noticia de la huida del virrey, los vecinos de Pamplona se sublevaron y “movieron un rezio alboroto contra la gente de guerra que yo había dexado”. En Atarrabia, los diputados de Pamplona juraron fidelidad a su legítimo rey Enrique de Labrit. Tal como recoge Pello Monteano, los pamploneses mostraron su agradecimiento por haber sido liberados “de la cautividad de la servidumbre en que nosotros y todo el Reino de Navarra habíamos caído” y por haber sido “restaurados en nuestra antigua franqueza y libertad”. En nombre de Enrique II, Asparrots juró respetar los fueros y los diputados juraron obediencia a “aquel niño que diez años atrás había salido huyendo de la ciudad” que era su único soberano y señor.

El alcaide de la fortaleza, Miguel de Herrera, había llegado a Iruñea para hacerse cargo de la defensa de la plaza ese mismo domingo, poco antes de que las tropas leales cerraran el cerco de la ciudad. Ante la reacción del pueblo de Pamplona, que había tomado la ciudad, Herrera ordenó que las tropas se replegaran al castillo de Santiago, que se hallaba en el solar donde se alza hoy la sede de la diputación. Esta fortaleza había sido construida en 1512 por orden de Fernando de Aragón para proteger Pamplona de su propia gente. Fiel a su propósito, allí se acantonaron las tropas del alcaide. Desde esta posición, Herrera ordenó disparar sus cañones contra el centro urbano de la ciudad a partir del lunes 20 de mayo, lo que produjo muchos daños y víctimas entre la población civil. El estruendo se oía extramuros y “los que andan al campo de noche afirman cómo oyen jugar el artillería”.

Herido en la batalla

En el curso de esta batalla fue herido Iñigo López de Loiola. Una “pelota de culebrina, sacre o falconete de hasta once libras de hierro [unos 5 kilos]” le destrozó una pierna y le lastimó gravemente la otra. Juan Alfonso Polanco, que oyó la historia de labios del propio Iñigo, escribió en el Summarium hispanicum de 1548 que, “vino un tiro que cogió de lleno en una pierna y se la quebró en muchas partes”. Luis González de Cámara puntualiza en el Acta Patris Ignatii de 1555 que “una bombarda le acertó en una pierna quebrándola toda, y porque la pelota pasó por entrambas las piernas, la otra fue malherida”. Nicola Orlandini publicó en 1620 que Loiola fue herido el 20 de mayo, si bien la fecha no se puede fijar con absoluta certeza.

Unos tres días más tarde, el jueves 23 de mayo, las piezas de artillería pesada arrastradas por los bueyes bearneses de Asparrots llegaron a Iruñea y, tal como escribió Polanco, tras unas pocas horas de cañoneo, “jugando tanta artillería que fácilmente rompió los muros, que no eran entonces muy fuertes”.

El 24 de mayo la guarnición capituló. Se negoció la entrega de armas y los vencedores concedieron el perdón a los cautivos y organizaron su traslado a Castilla. Pero los prisioneros tuvieron que esperar dos o tres días más para salir de la fortaleza y las tropas de Asparrots los tuvieron que escoltar para protegerlos de la ira de los pamploneses, encrespados por los bombardeos indiscriminados de que habían sido víctimas durante los cuatro días del asedio. Antonio de Peralta, hijo del marqués de Falces, fue el encargado de custodiar las tropas castellanas hasta Calahorra. Según escribió Ixaka Lopez Mendizabal, Iñigo de Loiola fue trasladado a su casa familiar escoltado por Esteban de Zuasti y un pequeño destacamento de hombres armados que tuvieron que enfrentarse a los de Sakana cerca de Biahizpe. Éstos querían linchar al prisionero por su participación en la guerra contra Navarra. Finalmente, a través de Lekunberri y Betelu llegaron a Tolosa, donde Loiola atravesó los cuatro arcos del viejo Puente de Navarra sobre el río Oria, y de Otsarain, a través de Albistur, Bidania y Goiatz, llegó a Azpeitia.

En menos de un mes el ejército leal había restaurado la Corona para su legítimo heredero Enrique II el Sangüesino. La campaña había sido un éxito debido a levantamiento de la población en favor de la causa de Navarra y se celebró la restitución de la legalidad y la abolición de la Inquisición. Amaiur, la única fortaleza que aún estaba en manos de una guarnición de quintos de Castilla, capituló el 3 de octubre de 1521, y quedó bajo el mando del capitán Jaime Belatz Medrano que la supo defender hasta julio de 1522.

Una larga rehabilitación

La rehabilitación de Iñigo de Loiola fue larga. Operado por tercera vez, le tuvieron que extirpar un fragmento de tibia de la pierna derecha. Durante esos meses quiso leer libros de caballería, pero no pudo conseguir ninguno. En su lugar leyó la Vita Christi del cartujo Ludolf von Sachsen y otras obras teológicas que motivaron su abatimiento y contrición. Como escribió en su biografía, “cobrada no poca lumbre de aquesta leción, comenzó a pensar más de veras en su vida pasada, y en quánta necesidad tenía de hacer penitencia della”. Su arrepentimiento llegaba tarde para Navarra.

En 1950 se erigió un monumento cerca del lugar en el que fue herido, mostrándolo montado en una parihuela, agonizando de dolor al llegar a su casa natal en Azpeitia. Es una réplica de la obra original de Joan Flotats, ubicada en el santuario de Loiola. No es la imagen del jesuita arrepentido y canonizado que muchos devotos celebran el 31 de julio, sino la del soldado herido que formaba parte de la guarnición que bombardeó la ciudad que supuestamente defendía, precisamente la imagen de sí mismo de la que el propio Loiola renegó.

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