Indignados o movimiento 15-M

Indignados o movimiento 15-M

Humbert Roma

Hay tantas cosas que no cuadran, que todo hace no más que mal olor.¿Sabéis cuando nace el movimiento del 15M en Madrid? Justo después de que Bildu es legalizado y se sabe que puede presentarse a las elecciones. Poco después de que 881.000 catalanes votáramos en las consultas sobre la independencia nacional, es decir, ejercieran el derecho a la autodeterminación (ACCIÓN DIRECTA, PROPAGANDA POR EL HECHO).¿Sabéis que las reivindicaciones de Sol -epicentro del imperio, como nos recuerdan cada fin de año para las campanadas en TVE- incluían dos puntos del programa de la Rosa Díez (UPyD, ex socialista vasca que odia todo lo que hace referencia a vascos y autonomías)?: 1) el Estado español como distrito electoral único (ESAD, hacer desaparecer del mapa electoral español los partidos nacionalistas o independentistas vascos y reducir aún más el peso de la representación catalana, alegando que esto es más justo porque así «no hay discriminaciones entre los españoles según los Territorios donde vivan». 2) Supresión del Senado, que su propia Constitución dice que debería ser la cámara de representación territorial y nunca lo ha sido, «porque es un organismo inútil y caro «.¿Sabéis que el manipulador jefe de la poderosísima comisión de comunicación en la charlotada de la plaza de Cataluña era un antiguo candidato del partido de Rosa Díez? No era un infiltrado, todo el mundo lo conocía y corrían fotos suyas envuelto en la bandera monárquica y el toro. Si ya no creéis que los niños vienen de París y que no les trae la cigüeña, atad cabos y ved por qué han arrastrado durante semanas por el estiércol el derecho a la autodeterminación de los pueblos oprimidos por el imperio español, por defender el cual hay 750 personas en las cárceles de los imperios español y francés y que ejercimos 881.000 catalanes en una acción histórica y masiva de rebelión, ésta sí democrática, contra el Estado. Que cada uno saque las consecuencias que le parezcan oportunas. Yo ya he sacado las mías y no estoy dispuesto a hacerles el juego para que vuelvan a enmierdar el derecho a la autodeterminación, despreciando a los que la hemos ejercido y los que son encarcelados por defenderlo.

 

 

Ferran Requejo

«Indignados»: malestar con sombras

La Vanguardia

 

Es demasiado pronto para analizar con profundidad el reciente fenómeno de los «indignados», sus raíces, prácticas y repercusiones. Estas sólo son reflexiones provisionales. De entrada parece conveniente distinguir entre tres niveles diferentes, el socioeconómico, el político y el cultural. Aquí, por motivos de espacio, mencionamos elementos de los dos primeros.

 

1) Nivel socioeconómico. Queda claro que los indignados expresan un difuso pero evidente malestar social relacionado con la crisis financiera y con la percepción de incertidumbre ante el futuro. Casi todo el mundo percibe que la crisis no la han provocado los ciudadanos, sino el afán de acumulación de las entidades financieras yuxtapuesta a la impotencia y pasividad de los gobiernos occidentales. Avaricia, nepotismo, corrupción, incompetencia son dardos generales dirigidos al «sistema». También se percibe que la crisis no la están pagando los que la han provocado, sino la mayoría de los ciudadanos, especialmente las clases medias, bajas y los jóvenes. Por otro lado, el discurso de los gobiernos insiste en que para evitar el colapso sólo hay una salida posible: bajar los salarios, recortar gasto en educación, sanidad, pensiones, etc, aunque el sector financiero y las grandes corporaciones siguen acumulando dividendos, unos especialistas en privatizar beneficios y socializar pérdidas. Parece claro que la conclusión más racional de esta crisis es que se trata de una monumental tomadura de pelo a la mayoría de la población, de una colosal tomadura de pelo a la ciudadanía. También parece claro que los impuestos deberían servir para mejorar la sociedad y las oportunidades de los ciudadanos, no para rescatar bancos y entidades financieras (¿Islandia?). En este panorama, que es de carácter internacional, se le añaden otras «crisis» de carácter local, como un modelo de crecimiento basado en la construcción (burbuja inmobiliaria), defendido tanto por el PP como por el PSOE, y la incompetencia de un gobierno central que primero negaba la crisis y luego no ha acertado con ninguna solución propia para afrontarla. Cuando todo ésto se da en un contexto de desempleo de un 21% (jóvenes: más del 40%) y donde la ciudadanía puede movilizarse fácilmente a partir de las nuevas tecnologías, no puede sorprender que se salga a la calle a mostrar indignación. Tampoco sorprende que, en principio la protesta obtenga aquiescencia social cuando gran parte de a la población se ve afectada por crisis. Este es el punto más positivo del movimiento: la expresión, cuando es pacífica, de un malestar social cuando están pagando justos por pecadores ante una clase política que se muestra tan desorientada como falta de liderazgo. Es un movimiento que expresa al mismo tiempo desafección y politización. No importan demasiado las ideas «alternativas» que se proclaman (en los «manifiestos» hay de todo, desde cosas de sentido común a propuestas que muestran una clara desinformación y poca competencia técnica). Las principales «sombras» del movimiento se encuentran en el nivel estrictamente político.

 

2) Nivel político. El movimiento de los indignados reivindica una «democracia real». Los puntos más críticos son dirigidos a la democracia representativa («nadie nos representa», se dice), los partidos políticos (tanto de derechas como de izquierdas, y, en Cataluña, tanto a los españolistas como los catalanistas), así como el funcionamiento de las instituciones. Se reivindica una genérica «participación» popular en las decisiones colectivas, a través de medidas de democracia directa (asambleas decisorias, referendos) o reformistas (cambios en los sistemas electorales). Asistiendo a algunos debates (casi monolingües en castellano) de la plaza Cataluña, se constataban claras carencias de información en las argumentaciones dominantes. Por ejemplo, una visión ingenua, casi pueril, de lo que es «la democracia», cercana a lo que llama la concepción clásica (aunque Tucídides y Aristóteles ya sabían que las asambleas eran útiles para deliberar, pero pésimas para decidir), así como una tendencia al populismo (sea de izquierdas o de derechas). Hoy sabemos que las democracias de raíz liberal de los estados de bienestar son los sistemas políticos más emancipadores que ha inventado la humanidad. Son el resultado final de unos procesos conflictivos que se han ido estableciendo durante la época contemporánea. Y también sabemos que el populismo, que no quiere intermediarios entre «el pueblo» y el poder, ha tendido a conducir a versiones totalitarias de la democracia, sean también de izquierdas o de derechas. La conjunción de ingenuidad conceptual y populismo facilita una deriva peligrosa, reaccionaria de izquierdas, digamos, del movimiento de los indignados. El siglo XX no está muy lejos, pero parece que la memoria humana es muy corta. Los derechos y libertades, cierta separación de poderes, las elecciones competitivas, la premisa de legalidad, los autogobiernos, etc, son principios organizativos costosamente conseguidos, pero no son irreversibles. En política nada lo es. Resulta totalmente impresentable que intentara impedir la reunión de un Parlamento elegido democráticamente (aunque hubiera sido sin violencia). Es importante saber historia. Sin embargo, lo que sí denota el mundo actual es la necesidad de instituciones internacionales que «controlen» a los agentes privados y que velen por los intereses de los ciudadanos. Los estados son aquí en buena parte incompetentes. Ni aunque quieran hacerlo, pueden hacerlo bien. La realidad hace tiempo que les rebasa.