Julià de Jòdar
Estos días pasados hemos podido ver publicada en los medios de comunicación una foto de políticos independentistas del govern, con el president de la Generalitat y el consejero de Industria al frente (ERC), junto con la alcaldesa (comunes) y dos concejales de Ayuntamiento de Barcelona (PSC), además de los respectivos presidentes del Puert (Junts) y de Turismo de Barcelona (?), en torno al empresario de la Copa América de vela, todos juntos celebrando la elección de la capital de Cataluña como organizadora del evento en 2024. El principal diario subvencionado de la situación subrayaba en portada, ampulosamente, que la Copa América “realza la unidad política y de la sociedad civil”, mientras que uno de sus subdirectores, no menos enfáticamente, hablaba del “Mobile World Congress del mar” en el seno de una “economía azul […] o economía marina sostenible”, que comprendería, según uno de sus promotores, actividades como “turismo costero, navegación, construcción de barcos, minería marina, pesca y extracción de energía o proteínas alternativas”. Nada que no abarque, sencillamente, el concepto ancestral de explotación del mar, tan sostenible o insostenible como la han practicado toda la vida pescadores y marineros de todo tipo y en todos los lugares del mundo, desde la Polinesia y los balleneros atlánticos hasta los sardineros del Maresme. Esperamos con velas el bautizo de los Juegos Olímpicos de Invierno (“economía blanca”, ¿quizás?).
La lógica del sistema comporta la implicación –que sufrimos cada día– de la política con la economía, pero éste no es el lugar para discutir los papeles que se han publicado a lo largo de los años en torno a la “relativa autonomía” de una y otra. La cuestión central es la elección de los espacios económicos, de los proyectos a desarrollar y de los socios a incorporar. Tampoco hay que darle muchas vueltas, porque la citada foto, más la de la alcaldesa de Barcelona con los promotores del trofeo de tenis de los Godó, más la que nos espera una vez hayan “ganado” el referéndum de los Juegos de Invierno (véase el editorial del director de ayer -1-), no permiten fantasías. Barcelona no debe ser la capital de Cataluña, sino una ciudad a merced de la economía ‘événementielle’, una especie de mesa rasa donde se pueda escribir el relato del ‘nowhere’ mundial.
Lo que preocupa, en cambio, a este escribidor es, justamente, la falta de imaginación de los políticos independentistas de gobierno. Puestos a hacer economía a conciencia, se preferiría asistir a la creación de una “burguesía de Estado”, o sea, una clase de emprendedores ligados a la empresa pública, realmente comprometida con el país, que llevara como insignia la autodeterminación económica de Cataluña. En ausencia de una auténtica burguesía nacional comprometida, y en presencia de unas empresas dirigidas desde España para dañar a Cataluña (¿“economía amarilla”?), no me parecería ningún disparate que las palancas de la neoautonomía fueran utilizadas para crear una clase dirigente nacional, dada la orfandad con la que nos encontramos a la hora de dirigir con cara y ojos procesos complejos. Pero los políticos de la neoautonomía prefieren ayudar a hacer burguesías provincianas (v. Barcelona) o, según relaciones de fuerza, comarcaleñas (v. Diputación de Barcelona).
Me adelanto a confesar que he dado un rodeo para llegar a donde me interesa, que no es otra cosa que lanzar una modesta proposición al lector benévolo y a la lectora paciente. A partir de las consideraciones hechas más arriba, he llegado a la conclusión de que denominar “partidos independentistas” a los que practican el neoautonomismo, promueven los negocios privados desde el gobierno y envían la independencia a las ‘calendas griegas’ de España, sólo conlleva confusión. La misma, por cierto, que cuando llamamos «socialistas» a gente que sabemos de sobra que nunca harán «socialismo»; o cuando llamamos “liberales” a gente que quiere liquidar una lengua a cualquier precio; o cuando se usan pretextos academicistas gastados para llamar “extrema derecha” al fascismo rampante. Todo es lenguaje, ciertamente, pero confusionario, envenenado, desvirtuador, corrompido. Vayamos, pues, al grano.
Propongo, humildemente, que dejemos de hablar de “independentismo” y de “independentistas”. Debemos abolir todos los “ismos” y todas las adjetivaciones que dicen lo contrario de lo que practican. Dejemos que se llamen a sí mismos “partidos independentistas”, o “movimiento independentista”, o “independentismo”. Lo que hace falta es hablar de independencia sin más. Qué haremos por la independencia. Cómo plantearemos programas de lucha por la independencia. Cómo crearemos organizaciones por la independencia. Cómo formaremos liderazgos para la independencia. Y, si es necesario, cómo inventaremos palabras, cómo haremos neologismos esclarecedores. Al igual que, según aquél, la obligación de un revolucionario es hacer la revolución, los que queremos hacer la independencia debemos ser gente decidida a hacer la independencia. Que “independendentismo” e “independentistas” sean los estigmas de quienes se contentan con ser un “ismo” más dentro del sistema de dominación español imperante, unos tunantes que se han apropiado de términos nobles para esmaltar metales corroídos. “Independentismo”, ahora y aquí, será el disfraz ideológico del neoautonomismo. “Partido independentista” será, aquí y ahora, la polea necesaria del neoautonomismo. Y quienes quieran la independencia tendrán que colocarse con plena conciencia al margen de este baile de disfraces, de este baño de ideología. Y esto debe empezar por el lenguaje: habrá que hablar de independencia en movimiento, no de movimiento independentista; seremos luchadores por la independencia, no independentistas. Que los muertos entierren a sus muertos, pero no permitamos que nos entierren a nosotros.
(1) https://www.vilaweb.cat/noticies/referendum-olimpic-on-queda-la-claredat/
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