Desde la solemne convocatoria de elecciones, Montilla ha dejado el rol de presidente de Cataluña para alinearse con una de las dos opciones políticas generales sobre el futuro del país. Tiene razón en una cosa: estas elecciones marcarán el inicio de una nueva etapa de transición en la reconstrucción nacional, y por tanto los electores no pensarán sólo en una legislatura. Esta vez, los electores estarán obligados a pensar en un gobierno capaz no sólo de gestionar las frustraciones diarias, sino de ofrecer un horizonte plausible para el ejercicio del derecho de autodeterminación.
En este contexto, Felip Puig planteó un interesante dilema: independencia o decadencia. Ya era hora de que un dirigente del principal partido catalán empiece a plantear en público el debate de fondo. Que después la máxima aspiración estratégica de CiU se reduzca a pedir el concierto económico, no nos viene de nuevo. Durante muchos años sufrimos este regateo de pequeño tendero con los poderes fácticos del Estado. Pero ahora al menos el concierto económico a la vasca ya no sería un «peix más al cove» (un pez más al cesto), sino el traspaso de toda la flota pesquera, y eso no lo permitirá nunca el gobierno español sin la independencia.
En cualquier caso, resulta apasionante asistir a la eclosión de un discurso público donde no se obvia con eufemismos el debate de fondo entre Catalunya y España.
Las palabras prohibidas suelen preceder al destino de las naciones prohibidas. Y cuando las palabras -como independencia, soberanía, separación, secesionismo, estado propio, autodeterminación o derecho a decidir- comienzan a circular amnistiadas por la calle, el bar, los consejos de administración y los titulares de los informativos, entonces estamos cerca de la normalidad democrática.
Ahora bien, la formulación del dilema de Puig, no la acabo de ver suficientemente precisa ni adecuada. Hablar de decadencia del pueblo catalán o de la nación catalana en caso de que no se alcance la independencia presupone que ya se ha conseguido la plenitud en algún momento previo. Lo que, si repasamos la convulsa historia de nuestro país, sólo desde el siglo XX hasta hoy, resulta insostenible. Vería más ajustada a la realidad histórica la formulación del dilema en estos términos: independencia o asimilación. Porque la corriente de fondo que mueve y que explica esta historia particular deriva de un manantial inagotable, que es la voluntad de asimilación de España de toda diferencia nacional en una sola nación, lengua y cultura (dentro de las fronteras y armas de su estado).
La vía de la asimilación ha sido un ambicioso proyecto nacional y colonial de España, que, perdidas las colonias de ultramar, quiso asegurar en el interior del Estado.
Como demostró Franco, la llamada guerra civil fue también una guerra colonial, los efectos de la que no sólo arrasaron durante cuarenta años de dictadura las expresiones y aspiraciones de la nación catalana, sino que han limitado decisivamente en democracia el alcance y las posibilidades de la reconstrucción nacional. Y de hecho, desde la Transición, todos los gobiernos de Madrid han pensado en términos asimilacionistas. El fracaso del Estatuto es la última batalla.
Se aclara el paisaje
Ahora, ante el 28-N, empieza a aclararse el paisaje. Por fin, las opciones generales serán reducibles a dos: unionistas o independentistas. En ambos lados hay moderados y radicales. Entre los primeros, los del PP seguirán siendo radicales, mientras que los del PSC esgrimirán la opción federalista como si fuera una tercera vía salvífica para evitar el (su) desastre. ¿Pero no es que el estado de las autonomías no es ya una especie de estado federal a la española, como ha argumentado un conocido experto constitucionalista catalán? ¿Y que no ha sido este modelo » descentralizado » un invento eficaz de los reformistas españoles para decapitar y nivelar las aspiraciones de la nación catalana, en Cataluña, el País Valenciano y las Islas? ¿Decadencia? De momento, la exigencia de soberanía es sólo el último recurso de autodefensa y de supervivencia contra la asimilación.
Fuente: AVUI – EL PUNT