Si Cataluña pide una consulta para irse de España, también puede pedir una el Vallès Occidental para irse de Cataluña o Matadepera para irse del Vallès Occidental. Este juego de muñecas rusas se usa a veces para caricaturizar y ridiculizar la demanda catalana del derecho a decidir. Ninguna novedad. Se utilizó en términos muy iguales ante la demanda quebequense y en los procesos de independencia balcánicos, allí con muchísimo más dramatismo. A menudo, este argumento caricaturesco se acompaña de otro: ningún país de los que reconocemos como una democracia aceptaría el ejercicio de este supuesto derecho, nadie se imagina Francia, Alemania o Estados Unidos dejando votar a Córcega, Baviera o Texas (olvidando que Canadá y Gran Bretaña sí lo han hecho, cuando ha tocado). En el fondo, aunque de manera tramposa, en esta formulación se refleja la pregunta verdaderamente central: quién es y quién no es sujeto político, quién tiene derecho a decidir.
Para responder a esta caricatura, podemos hacer un gran debate sobre las características históricas, demográficas, culturales, identitarias que hacen falta para que una comunidad o un territorio sea considerado un sujeto político. Es un debate pertinente, pero que raramente acaba en acuerdo. Lo que para ti es evidente -por ejemplo, que Cataluña es una nación- es negado por el otro. A tus argumentos históricos opone el otro argumentos históricos contrarios, que a ti te parecen ficticios por completo, como a él se lo parecen los tuyos. No proclamo ningún relativismo. Hay quien tiene razón, y razones, y quien no las tiene o no tiene tantas. Pero la posibilidad de llegar a un acuerdo es escasa. Tú dices: como somos un nación, debemos poder votar. El otro dice: como no quiero que votes, niego que seas una nación.
Busquemos entonces otro baremo. La voluntad libre y democráticamente expresada. Cataluña proclama su derecho a decidir con un aval democrático: el ochenta por ciento del Parlamento está a favor de una consulta legal y acordada, los dos principales partidos del país fueron votados llevándolo al programa y tienen una mayoría holgada en las instituciones. Si en una Cataluña independiente el Vallès Occidental pidiera hacer una consulta con un aval similar, con el ochenta por ciento de sus representantes electos a su favor, el gobierno de Cataluña les debería escuchar. Si Matadepera tuviera un ochenta por ciento y unos partidos políticos propios y mayoritarios que pidieran lo que fuera, se les debería escuchar. Si una propuesta de este tipo tiene un aval democrático incontestable, no puedes hacerte el sordo. Ni España, ni Cataluña ni el Vallés. De la misma manera, estoy convencido de que si en Francia o Alemania o los Estados Unidos un territorio presentara una reivindicación como ésta con un aval democrático tan evidente y mayoritario, los gobiernos no harían como quien oye llover (como hace el gobierno español). No lo ha hecho Gran Bretaña, cuando ha ganado en Escocia un partido que lo llevaba en su programa, y precisamente con este argumento, no con argumentos históricos o jurídicos. La Constitución canadiense no preveía la autodeterminación de Quebec. Pero los tribunales dijeron que si la gente lo quería y lo manifestaba democráticamente el gobierno tenía la obligación de escucharlos y de negociar con ellos.
Por lo tanto, el mejor criterio no es la historia o la lengua o la identidad diferenciada, sino la inequívoca voluntad democrática. Es la voluntad la que define el sujeto. Si la independencia del Vallés Occidental es sólo un chiste de conversación de café, un derecho abstracto, no tiene ningún sentido. Es caricatura. Si tuviera un ochenta por ciento de la población detrás, se debería escuchar y darle respuesta. Y no nos engañemos, para que algo así no sea un chiste, sino que articule una amplia mayoría, es necesario que se junten muchos factores relevantes y difíciles. Un deseo profundo, una voluntad firme, un agravio sentido para la mayoría, una confianza en la viabilidad de lo que se propone, una esperanza que servirá para que las cosas vayan mejor. Y todo esto no se da por casualidad. Esto sólo se da sobre un sustrato sólido de identidad, de historia, de cultura y de intereses -también económicos- que se consideran despreciados.
¿Matadepera independiente? Hablemos de ello. Si lo quisiera la mayoría. Y esto es prácticamente imposible que pase, en todos estos ámbitos, más allá del chiste de café. Porque las mayorías no se construyen alrededor de chistes, sino de sentimientos e intereses que ha ido configurando la historia, la cultura, la economía y la identidad. Están o no están.
ARA