Monumento a los Caídos. Javier Bergasa
Nos sorprendió el pasado sábado 15 de junio un escrito de algunos ilustres que defendían las virtudes del monumento a los Caídos. Entre los firmantes, doctores en historia del arte (7), ingenieros (3), arquitectos (2), escritores (2) y hasta un médico y un empresario. Sensibles con el patrimonio histórico, y con la valoración de los méritos artísticos y arquitectónicos, con independencia de las connotaciones ideológicas o simbólicas, y su preocupación para que futuras generaciones pudieran valorar y disfrutar.
Profesionales a los que no oímos ni una palabra cuando, hace algunos años, se destruyeron para siempre iglesias románicas, palacios medievales, casonas, bordas, puentes… ¿Dónde estaban estos ilustres, tan sensibles con los valores artísticos e históricos, cuando se destruyó la iglesia románica de Artozki, o la de Itoiz? ¿Cómo es que no levantaron sus voces, cuando hasta la Institución Príncipe de Viana en 1983 catalogaba el puente medieval de Itoiz de interés arquitectónico 9, y su interés histórico de 8, la misma catalogación que la ermita de San Miguel? ¿Dijeron algo cuando se destruyó el palacio gótico del siglo XIII-XV? Y digo destruir porque las palas tiraron todas las piedras, sillares, etcétera para no dejar siquiera que durmieran bajo el manto del agua que hoy cubre el embalse. Supongo que tan sensibles historiadores contarán a las nuevas generaciones que debajo del agua quedan las piedras desparramadas y machacadas por el despropósito de unos gobernantes de lo que fue un pueblo, que en 1362 pagó al rey navarro Carlos II para que sus habitantes no tuvieran que ir a la guerra. Contarán, creo, que hasta el mismísimo guerrillero Espoz y Mina durmió en estos lares el 18 de julio de 1811. Y hablando de arquitectura, nada más bello que la propia naturaleza, que en este rincón del sur de Europa, pegado a los Pirineos, cinceló con absoluta maestría las reservas naturales de Txintxurrenea, Gaztelu e Iñarbe. Quizás estos y estas ilustres no dijeron nada porque entendían que había un bien superior, que era el desarrollo de la comunidad y la necesidad de embalsar agua.
Sin embargo, tampoco dijeron nada, excepto alguna dimisión que le honra, ante la destrucción de lo que la plaza del Castillo escondía en sus entrañas. Afloraron estructuras prehistóricas, como un pedrusco colocado verticalmente por los habitantes de esta meseta sobre el río Arga hace miles de años; un conjunto termal romano, el más importante del norte de la península Ibérica; murallas tardorromanas y medievales, un cementerio musulmán de los siglos VIII y IX, el barrio medieval de Zurriburu, restos de conventos y del castillo que da nombre a la plaza, etcétera. Es decir, en el subsuelo había aparecido concentrada la historia de miles de años de Pamplona-Iruña. En palabras de una comisión de expertos que visitó los hallazgos “a Pamplona le ha tocado la lotería”. Hoy, si se hubiera respetado, pudiera ser un gran museo subterráneo, testigo de nuestro pasado. Supongo que nadie defenderá que aparcar coches sea un bien superior que justificara tal expolio.
Tampoco les oímos, excepto algún artículo descriptivo, bien planteado, supongo que para no ofender la voz de su ama, cuando las máquinas implacables pusieron un triste final a un destacado edificio de estilo modernista. Efectivamente, nos estamos refiriendo al frontón Euskal-Jai. Se inauguró en 1909 y se mantuvo con una programación estable hasta 1977. En el año 1994 fue ocupado, y mantuvo una actividad como centro social okupado hasta el 2004, año en el que fue desalojado por la fuerza y derribado de forma violenta por el Ayuntamiento, siendo alcaldesa Yolanda Barcina.
El Euskal-Jai comenzó a construirse en 1908 por el arquitecto Serapio Esparza, que luego alcanzaría fama por ser el autor del proyecto del segundo Ensanche de Iruña. El frontis de 11 metros de altura fue hecho con piedra de sillería y todos los pelotaris destacaron la extraordinaria calidad del mismo. Dicen que dichas piedras están guardadas en algún almacén municipal. Disponía de una cancha capaz de albergar hasta 400 sillas, con 21 magníficos y elegantes palcos cubiertos con bonitos cielorrasos, y un aforo total que llegaba a los 1.100 espectadores.
A mi entender este artículo, que nos sorprendió por la defensa del monumento a los Caídos, rezuma ideología. Ideología fruto de nuestro pensamiento que se ubica en el cerebro, ese pequeño órgano que representa menos del 2% del peso total del cuerpo, y que sin embargo requiere para su funcionamiento de más del 16% de toda la sangre que impulsa el corazón y que consume el 20% de todo el oxígeno que asimila el organismo.
El cerebro humano está muy bien protegido por una estructura firme de huesos, que se han unido para aislarlo, y por una telilla que lo recubre. Está tan bien protegido que casi nada puede entrar con facilidad directamente en su interior. Sin embargo, está absolutamente indefenso ante los pensamientos y las ideas que pueden penetrar fácilmente en su interior y dominarlo.
Fue Einstein quien exclamó ante los acontecimientos sociales: “qué triste estos tiempos, en los que es más fácil desestructurar un átomo que destruir un prejuicio”.
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