Primer autor mediático y profesional, un auténtico polemista. Irreductible y tenaz. El más influyente de la Ilustración. El hombre que nos enseñó a pensar y vivir en libertad. Monárquico reformista, sin saberlo, claro, preparó el camino a la Revolución Francesa, más por la parte de la ‘liberté’ que de la ‘égalité’. ¿Fraternidad? Nunca dejó de cultivar enemigos, pero fue muy amigo de sus amigos, tanto de ellos como sobre todo de ellas: fue un gran amante (y defensor de las mujeres). Hablamos de François-Marie Arouet (1694-1778). Voltaire.
Su vida itinerante y apasionada, de prisionero y exiliado de lujo, inseparable de una obra ingente (teatro, poesía, historia, ensayo, correspondencia…) que ha pasado a la historia por ‘Cándido o el optimismo’ y ‘Cartas filosóficas’, nos la presenta ahora en una fluida y documentada narración biográfica el biólogo, novelista y experto en la Ilustración Martí Domínguez. Voltaire, publicada por Arpa, lleva por subtítulo ‘La vida del filósofo que nos enseñó el camino de la libertad’. Libertad de pensar y actuar al margen de los dogmas de la Iglesia y del poder absoluto de los monarcas. Voltaire utilizó su genialidad literaria, que a los 25 años ya la había hecho un autor teatral de éxito, para atreverse a decir lo que creía, mucho más allá de lo que tocaba. Fue a la vez perseguido y tolerado, admirado y rechazado. Provocó filias y fobias entre los poderosos y entre el pueblo lector, cada vez más amplio.
Muchos ilustres detractores contribuyeron a su fama, convertidos en altavoces involuntarios. De numerosos hombres de iglesia a compañeros librepensadores, comenzando por el mismo Rousseau, opositor irreconciliable. En los salones epicúreos y libertinos, y en los escenarios ávidos de ‘bons mots’ (‘buenas palabras’), Voltaire reinaba por encima de todos, determinado, cáustico, persuasivo, apasionado y enamoradizo. Niño precoz y superdotado, el pequeño Zozo a los 3 años recitaba ya de memoria un poema de setenta y cinco versos. Quedó huérfano a los 7 y se formó en un riguroso internado de los jesuitas. Pronto brilló con luz propia, no sin antes pasar por la tolerante Holanda. Su rápido éxito le reportó también muy temprano problemas graves: el choque con su padre y, en 1717, el encarcelamiento en la Bastilla, donde pasó 11 meses. Así descubrió en propia piel el despotismo. Tenía 23 años. A la salida, su primer gran triunfo teatral, ‘Edipo’, un estallido de fuerza poética y dramática que le reconcilió con la monarquía y le valió una pensión real anual de 1.200 libras. Lo tuvo claro: no quería ser un hombre de letras más muerto de hambre. El dinero también hacía la libertad.
A partir de ahí se suceden amantes y amigas que son también compañeras de letras. Y títulos. Placeres y escritura en un todo inseparable. Esquivando la censura, pero no la cárcel (vuelve a la Bastilla en 1726), y probando el primer exilio, que, con 32 años, lo lleva a Inglaterra, donde el poeta dramaturgo descubre a Newton y se convierte en filósofo y anglófilo: Locke, Pope, Milton, Addison, Swift, Shakespeare… Ávido de ambición literaria, nunca renunció a la vida cortesana pese a su mala salud de hierro, típica de un hipocondríaco. En 1728 regresa clandestinamente a Francia. En 1734 publica las ‘Cartas filosóficas’ de inspiración británica, donde defiende la libertad religiosa y carga contra la Iglesia, Descartes, Pascal, contra los aranceles y el derroche nacional. A sus 42 años huye de París por piernas, acompañado de su nueva amante, la marquesa de Châtelet, Émilie –esposa de un militar–. Es su primera pareja estable en el marco de un ‘ménage à trois’ con el matemático Maupertuis –con los años se enfrentarían– en el castillo de Cirey. Amor, lujo y estudio en un exilio dorado en el campo.
En 1746 es finalmente elegido académico gracias a la decisiva influencia de Mme. de Pompadour, el amante del rey. Pero la muerte repentina de Émilie lo trastorna. Pierde el punto de equilibrio entre ser cortesano y criticar a la corte. Y rompe con Francia. Siguiente destino: la corte de Federico II de Prusia, donde no entraban mujeres ni sacerdotes, y que coleccionaba ‘philosophes’. Empezaba de nuevo. Allí hace su ‘Diccionario filosófico’. Pero no encuentra su sitio. Y con casi 60 años, huye de nuevo y es perseguido. Se une a su sobrina Mme. Denis, 18 años menor y con la que ya había tenido relaciones. Se convierte en su última fiel compañera de exilio, primero en Ginebra y después en el campo, en Ferney, con campesinos bien pagados bajo su protección. Con 75 años, en 1759 publica el ‘Cándido’, una especie de novela autorreferencial vital, directa e irónica, donde denuncia la esclavitud, se mofa de la nobleza y se muestra implacable con todos los fanatismos y supersticiones. Se convierte en un bestseller y lo transforma en un activista de la libertad. Lo acababa con aquel «Cultivemos nuestro jardín», llama a cultivar la propia libertad. Y el giro final: con 83 años vuelve a París sin permiso real, donde es recibido por el pueblo como un héroe y muere al cabo de unos meses.
ARA