¿Existe el nacionalismo español?


Para un sector destacado de la elite política española, la Constitución de 1978 se aleja de cualquier nacionalismo adjetivado como español. Para fundamentar este dogma, arguyen el sentido inclusivo del concepto patria, donde caben las diferencias regionales y se reconocen los derechos de los pueblos que componen el Estado. La patria se presenta como una realidad neutral-valorativa. De tal manera que un vasco se debe sentir murciano, madrileño o catalán y un madrileño identificarse como extremeño, andaluz, canario, aragonés o navarro. Una sola patria, bajo una bandera, un escudo y un sentimiento. La unidad de la nación entendida como pueblo español. Sin duda éste fue el espíritu dominante a la hora de redactar el artículo 2 de la Constitución vigente. Para sus padres fundadores España expresa la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho de autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.

Mas allá de la redacción, que permite al legislador interpretar de forma conservadora o progresista su enunciado, tras de sí esconde el principio sobre el cual se urdió el proyecto de una monarquía parlamentaria. La idea de España excluye las referencias a un gobierno republicano con estructura federal en la organización del Estado. De esta forma renuncia a la memoria histórica y a su propia conciencia de nación de naciones.

Ernest Renan, en su clásico ensayo ¿Qué es una nación?, define con precisión lo que debemos entender por ésta: una alma, un principio espiritual. Legado de recuerdos y consentimiento actual, deseos de vivir juntos y voluntad de mantener indivisa la herencia recibida. Antes que nada, es una conciencia moral. No basta ni la raza, ni la lengua, ni los intereses, ni la afinidad religiosa, ni la geografía, ni las necesidades militares su organización territorial. Pasado y presente en continuo cambio, las naciones no son de una vez y para siempre, se redefinen. Pero esta visión no está presente en la Constitución española. Se impuso una perspectiva monolítica, descartándose alternativas futuras abiertas a la contingencia.

El nacionalismo español es fácilmente identificable. Cuando se producen elecciones en Cataluña, Galicia o el País Vasco, se conjura para propagar la existencia de un frente, el nacionalista adjetivado como catalán, vasco, etcétera, versus el bloque constitucional, representado por los partidos de ámbito estatal. No de otra manera se entienden los pactos entre el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Popular, a pesar de las distancias ideológicas que los separan a la hora de proponer gobiernos en las comunidades autónomas históricas. En Navarra prefirieron entregar el poder a la derecha antes que gobernar con los partidos de izquierda con propuestas federales de Estado.

Las reivindicaciones federales y republicanas son presentadas como disolutivas de la patria, y sus líderes, auténticos demonios representantes de un proyecto rupturista. No importa que sea Izquierda Unida, Convergencia Democrática de Cataluña, el Partido Nacionalista Vasco o el Bloque Gallego, todos caen en el mismo saco. La realidad emerge como nacionalismos separatistas versus un bloque defensor de la patria, la nación y el pueblo español. Se trata de un nacionalismo invertido.

Para entender este dislate hay que recordar los orígenes del nacionalismo español. La defensa de la unidad patria y los principios del reino se encuentran ligados al nacionalcatolicismo del siglo XIX. Ideología que el franquismo hará suya más tarde. Menéndez Pelayo fue taxativo al indicar en qué consistía la unidad de la patria: España, evangelizadora de la mitad del orbe, España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio… ésta es nuestra grandeza y nuestra unidad, no tenemos otra.

Así, el nacionalismo español crece y se expande, Maeztu y Primo de Rivera asumen los postulados en medio de la Guerra Civil. Con la dictadura, se reprimen lenguas, culturas y manifestaciones de identidad diferencial. Así, vascos renegarán de su condición, para definirse españoles y falangistas. Dos casos representativos; José María Areilza y Fernando María Castiella son un buen ejemplo. El primero, mano derecha de Fraga en los años 70. El segundo, un profesor universitario de alta preparación, cuyos vínculos con la Iglesia permitieron establecer los concordatos de 1953 con el Vaticano.

El nacionalismo español se encubre bajo el manto de una España grande y libre, patria indivisible donde se reconoce el pueblo. Con estos mimbres en las cortes constituyentes, Unión de Centro Democrático y el PSOE asumieron la propuesta franquista maquillando el concepto. La monarquía constitucional era la forma de recubrir su enunciado tradicionalista. Así, Alianza Popular no tuvo inconveniente en adherirse al articulado. La inclusión de las autonomías y los regionalismos hizo su entrada por la puerta trasera. Contentaron a los partidos de ámbito estatal, incluido el PCE, y se firmó el pacto. De aquí el parche, cuyo acuerdo final consistió en pensar la autonomía y el regionalismo como parte de la unidad patria. De esta forma se salvaron los escollos, significando un triunfo para la vieja Acción Católica representada en los cuadros de Alianza Popular y el Opus Dei, motor importante de las reformas económicas de los años 70. Era la recomposición del nacionalcatolicismo.

La mayoría de los dirigentes de la Unión de Centro Democrático, coalición donde coexistían social-cristianos, liberales, falangistas y monárquicos, apoyaron las tesis de la unidad patria, defendida por su adalid Adolfo Suárez. El carácter insaciable del nacionalcatolicismo se hizo carne en la nueva Constitución. Julián Marías resume con esta frase su fuerza: Probad discrepar en un punto, el más minúsculo, y veréis cómo estas gentes cierran contra vosotros.

Para la oposición antimonárquica y democrática, en algunos casos fuera del proceso constituyente, y hoy cuasi marginal, proponer el concepto rupturista de una España federal y republicana, tejida como nación de naciones, ha sido descalificado. El actual nacionalismo español es una realidad. Su existencia permea la sociedad, desde concepciones culturales sobre el inmigrante, la raza y el espíritu de la furia española hasta los espacios territoriales donde las autonomías se contemplan como meros enclaves administrativos, impidiéndoles desarrollar el alma, su historia y su conciencia.

Publicado por La Jornada-k argitaratua