Mi artículo de la semana pasada distinguía entre las economías que exportan sobre todo servicios baratos, las que exportan talento excepcional (en forma de servicios caros o productos tecnológicamente avanzados) y las que exportan productos que exigen personal cualificado. Cataluña, como país industrial, todavía forma parte del tercer grupo, pero el hecho es que, aunque la Generalitat está haciendo esfuerzos por crear una base científica puntera que nos acerque al segundo grupo, estamos evolucionando, de la mano del crecimiento del turismo y de la desindustrialización, hacia el primero. Ahora bien, el problema de este grupo es que le son de aplicación las siniestras conclusiones que el profesor Hans-Werner Sinn hacía para España: un país cuya «la única posibilidad» es flexibilizar el mercado de trabajo para que los salarios caigan más y más y «laminar el estado del bienestar privando a millones de personas de sus ayudas sociales».
La casualidad quiso que aquel artículo coincidiera con una entrevista a Gregorio Morán en que pronosticaba que «una Cataluña independiente estaría más cerca de Sicilia que de Holanda», una predicción muy similar a la que hizo Francesc de Carreras en el sentido de que «una Cataluña independiente sería algo como Sicilia, un lugar donde hay vendettas, corrupción y gangsterismo». La pasión ciega tanto a Morán como a Carreras. ¿Por qué Sicilia, precisamente? Se trata de una comparación desafortunada porque Sicilia no es independiente. Por otra parte, estos autores no hablan del futuro de Cataluña si permaneciera dentro de España. Si hemos de hacer caso al profesor Sinn, que es un hombre también apasionado, pero mucho mejor documentado, no se trata de una alternativa nada atractiva.
Ahora bien, un lector me pide que ofrezca alternativas. En estos casos, lo habitual es que los economistas hagamos referencia a la necesidad de mejorar la formación de la población (el capital humano), la economía del conocimiento y a cosas por el estilo. Es lo que hace, por ejemplo, César Molinas, en ‘Qué hacer con España’, donde, después de describir a su clase dirigente como el principal obstáculo para la prosperidad, considera posible refundar España a base de medidas políticas, que sintetiza con la propuesta de un «plan Marshall en investigación, desarrollo, innovación y emprendimiento».
Este tipo de propuestas me parecen poco realistas. Ahora bien, ¿es posible que Cataluña evite el destino que nos pronostica el profesor Sinn? Pienso que sí, pero para hacerlo no es necesario refundar el país, ni, sobre todo, inventar nada.
Hace veinticinco años el País Vasco estaba en una situación desastrosa. Dejando de lado la fractura política -todavía violenta-, su economía estaba devastada por la reconversión de su base industrial. Sus dirigentes no consideraron necesario reinventar el país, sino que se pusieron a trabajar para reconstruirlo. Protegieron como pudieron a los empresarios industriales y, entre otras cosas, crearon un conjunto de centros de tecnología aplicada muy próximos a su industria tradicional: la siderurgia, la máquina-herramienta, la automatización de los procesos industriales… Confieso haber visitado estos centros con el sentimiento de superioridad de quien se piensa que viene de una economía más moderna y mejor orientada. En aquellos momentos, la economía catalana era tan productiva como la vasca (en términos de PIB por habitante), pero la número uno era la balear, lo que parecía indicar que el futuro estaba en el ocio y en los servicios. Justamente Cataluña estaba a punto de hacer una apuesta sensacional con los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Los vascos tenían razón y nosotros no. No sólo han recuperado el liderazgo en productividad mientras el arco mediterráneo se ha hundido (¡la productividad balear está poco por encima de la media española!), Sino que tienen una sociedad más sana. La tasa de paro es mucho más baja que la nuestra y, como la suya no es una economía de camareros, el fenómeno del abandono escolar prematuro tiene unos niveles europeos, mientras que en Cataluña, y no digamos en las Islas, es dramático.
No cuento que España pueda ser refundada, pero sí sé que Cataluña puede evitar el siniestro destino que el profesor Sinn augura para España. Es cuestión de reconstruir nuestra base industrial, menospreciar las actividades que crean puestos de trabajo baratos y apostar sólo por los proyectos que crean otros cualificados. Barcelona World, por cierto, no es uno de ellos.
ARA