A los pocos días de llegar a Beirut mi amiga Angelines Junqueras me mostró un pequeño altillo que había encima de su cocina, que en árabe llaman tedjite. Era el lugar destinado para que la empleada domestica pudiese dormir. Durante estos días he vaciado, no sin pena, mis tres tedjites, uno sobre la cocina, otro sobre el cuarto de baño, el tercero sobre el pasillo, de centenares de diarios, revistas, folletos, programas de viajes, guiones de conferencias textos escritos a mano de mis crónicas, carteles ,pasquines políticos ,hojas volanderas de los años de la guerra, en español, árabe, francés, ingles catalán, griego, turco – algunos intactos, con las fajas todavía sin abrir, acumulados, pero presentes en mi memoria . Años, papeles, días que pasan. No fue fácil decidirme. Ha sido como un tesoro del tiempo, del que no quería desprenderme tras cincuenta años de vida de corresponsal. Y entre muchas de estas vanguardias desde la época del huecograbado de la primera pagina todavía quedaban crónicas impresas que no he podido salvar. Esto han sido para mi, tan solo, estos espacios domésticos o trasteros que en principio empezaron a construirse en los años cuarenta de la independencia del Líbano como elemento de la arquitectura urbana concebido como despensa, para guardar garrafas de aceite, enseres caseros, recoger alfombras durante el verano, antes de dedicarse muy especialmente a dormitorio para chicas de servir, que de noche podían encaramarse al tedjite por unas escalerillas de madera.
El tedjite de una altura no mayor de un metro tiene unos pocos metros cuadrados. En las casas de nueva construcción ya no se incluye en su plano. El tedjite- un zulo como lo describe en su magnífico libro ´´Dones valentes´´ Txell Feixas- ha sido el vergonzante símbolo del trato que reciben mujeres procedentes de Filipinas, Etiopia, Bengladesh que trabajan en Beirut. En la década de los sesenta eran egipcias, sirias las que llegaban atraídas por los fulgores cosmopolitas de esta capital donde no era bien visto que las libanesas se dedicasen a estos menesteres. En Beirut cualquier familia que se precie tiene una asiatica o africana a su servicio. Es un signo de distinción social y además las consiguen por poco dinero. Cuando salen a la calle acompañando a sus empleadores, caminan sumisas, algunos pasos detrás, tienen que pechar con los niños y estar a su servicio y antojo.
No es solo en la península arábiga donde hay escándalos, abusos, violaciones de esta dócil mano de obra, sino también en el Líbano. Es indudable que su situación aquí es más conocida y ventilada gracias a la libertad de prensa, inexistente en los demás países árabes. Suicidios – a veces arrojándose por los balcones-, violaciones, tentativas de fuga son frecuentes entre estas empleadas domesticas. A menudo aparecen en los diarios avisos como “se busca, ceilandesa” con su fotografía y señas de identidad, advirtiendo a quien la localice que “comunique su paradero, absteniéndose, sobre todo, de contratarla”. Cuando los dueños se ausentan de casa, acostumbran a cerrarlas con llave. No las dejan salir los domingos para que no puedan relacionarse con otras compañeras de trabajo. La misa de doce de las iglesias es su cita semanal porque profesan la religión cristiana. La vergonzosa “kafala” es una ley en vigor que confiere al empleador el derecho de disponer impunemente de su libertad, permitiéndole retener su pasaporte, recluirla en su domicilio, o incluso privarla de su salario bajo pretexto de entregárselo al final, o descontarle una parte del dinero adelantado para el viaje o los gastos de la agencia intermediaria.
. El tedjite angosto, oscuro, es el símbolo de su servidumbre. A raíz del hundimiento de la libra libanesa, y de la especulación sin freno del dólar, docenas de miles de estas mujeres tratan de que sus embajadas puedan repatriarlas. Pese a todos los conflictos e incertidumbres del Líbano preferían trabajar aquí antes que en sus paupérrimos países.
. Si los árabes se lamentan con razón del racismo que padecen en Europa, su comportamiento con la gente de color, sobre todo con la raza negra , es indignante. Fueron ellos los primeros que hace siglos, a partir de la isla de Zanzibar, emprendieron la trata de esclavos en Africa. No me canso en repetir que en árabe la palabra “abed” quiere decir tanto esclavo como negro.
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Posted by Tomás Alcoverro on Wednesday, July 1, 2020