Historias de peregrinos

El ser humano es un narrador de historias. En esto se fundamenta lo que hemos llamado literatura. El hombre cuenta historias para jugar, por entretenimiento, por mantener vivo el fuego de la memoria, como resistencia ante la monotonía y el aburrimiento. En casi todas las obras literarias podemos encontrar, muy explícita, esta voluntad, a veces de forma indirecta. Sin embargo, existen algunas obras cuya misma estructura enuncia esta voluntad. Quizás el modelo más perfecto y universal sea ‘Las mil y una noches’, cúspide del arte de contar. En la tradición europea el ejemplo más relevante sería el ‘Decamerón’ de Boccaccio.

Cercano a este último e influenciado por él, ‘Los cuentos de Canterbury’, de Geoffrey Chaucer, quizás es más irregular pero sin embargo muy sugerente. En cierto modo Chaucer hizo con la lengua inglesa lo que Dante, Petrarca y Boccaccio hicieron con la italiana: convertirla en lengua literaria. La fuerza del inglés oral para contar historias se desplaza con Chaucer a la escritura, un proceso que se hace extensivo a todas las llamadas lenguas nacionales.

Así, como recuerdo de una calidad similar a los relatos del ‘Decamerón’, recuerdo muy desiguales los de ‘Los cuentos de Canterbury’. Los argumentos de los peregrinos que se dirigen a Canterbury se van desgranando con cierta artificiosidad, excelentes algunos, más mediocres otros. Pero, por lo general, la fuerza narrativa de Chaucer es muy considerable, utilizando recursos naturalistas y proyectando en su obra el mundo que le es contemporáneo. Como en toda buena peregrinación no es tanto llegar a la meta como la experiencia del camino.

ARA