Historiar el tiempo presente

Desde hace unos años se están publicando un montón de libros con la intención de ser una crónica política de la Catalunya reciente, pero seguramente muchos de ellos no pasarán a la historia. Algunas son obras improvisadas, oportunistas y compuestas a toda prisa. Porque historiar el tiempo presente requiere oficio y criterio para saber seleccionar los hechos realmente trascendentes y separarlos de los que son irrelevantes. Y eso no es nada fácil de ejercer con rigor. El reciente libro de Joan B. Culla La història viscuda lo hace con solvencia y pienso que permanecerá en el grupo reducido de lecturas duraderas. Como es sabido, en los últimos años este historiador ha escrito, o coordi­nado, los más importantes libros publicados en Catalunya sobre Convergència Democràtica, Esquerra Republicana y la derecha españolista y, más recientemente, ha descrito con esmero el tsunami que ha transformado el sistema de partidos catalán.

Ahora, en esta obra Culla explica el seguimiento de la vida política catalana que ha hecho desde las elecciones de 1977, circunstancia que lo ha convertido en uno de los más veteranos especialistas en la historia reciente de nuestro país. Culla es un coleccionista de papeles nato. Su inmensa colección se inició a mediados de los años setenta, cuando empezó a ir a las sedes de los partidos políticos para recoger panfletos, programas y propaganda electoral. Su interés por seguir de cerca la evolución de las fuerzas políticas lo impulsó a asistir a los congresos de los partidos y a tratar directamente con sus dirigentes. Confiesa que en las últimas cuatro décadas ha asistido a más de 150 congresos, todo un récord de perseverancia y, también, de paciencia.

En La història viscuda, que es una mezcla de memoria personal y de crónica política, Culla se nos muestra como un observador privilegiado de la historia inmediata gracias a haber tejido una intensa red de relaciones personales con políticos de varias adscripciones ideológicas, aunque predominan los nacionalistas. Y hay que reconocer que Culla ha sabido establecer complicidades con el fin de conseguir confidencias que después sabe explicar con un estilo que combina la ironía y la crítica con el rigor documental.

El libro presenta situaciones políticas bastante interesantes y algunas muy jugosas y reveladoras de cómo es en realidad el mundo de los políticos. A lo largo de 400 páginas desfilan desde Josep Tarradellas hasta di­rigentes del PP como Alejo Vidal-Quadras, Jorge Fernández Díaz o Josep Piqué, pasando por Jordi Pujol, Josep Antoni Duran ­Lleida, Miquel Roca, Artur Mas, Pere Esteve o Josep Lluís Carod-Rovira.

Culla describe conversaciones y hechos realmente impagables que nos retratan, mucho mejor que cualquier ensayo de politología, el carácter de un personaje, de una institución o de un partido. Las tensiones que se produjeron dentro del Cercle d’ Economia, con motivo de los hechos de octubre del 2017 y la aplicación del 155, son una muestra, así como algunas disputas producidas en tertulias conducidas por Josep Cuní, Mònica Terribas o Antoni Bassas. El libro acaba con una guinda: la ruptura de su larga relación con El País, provocada por la negativa de la dirección de este diario madrileño a publicarle un artículo. Si se trataba, sin embargo, de una cierta panorámica de la Catalunya actual, echo de menos un comentario más amplio de las memorias de Jordi Pujol. Tal vez es un signo de prudencia, a la espera de redactar la biografía del dirigente nacionalista.

El libro muestra el buen oficio de Culla como cultivador de la historia del tiempo presente. Un género historiográfico polémico, excluido mucho tiempo del reconocimiento más académico. De hecho, la historia inmediata presenta una serie de ventajas, pero también no pocos inconvenientes. La principal ventaja es poder disponer de muchísimas informaciones, de las más variadas procedencias y de carácter bien heterogéneo. Y sobre todo tiene el gran privilegio de poder conocer personalmente a los principales protagonistas. Hablar e interrogar a los políticos no tiene precio para un historiador. Ahora bien, la proximidad excesiva también dificulta la percepción de la relevancia histórica de las cosas. Muy a menudo decidir en caliente si un hecho concreto será trascendental o no puede conducir a errores notables. El historiador tiene que ser capaz de analizar y calificar una cuestión que está presente y está viva en la sociedad y que forma parte del debate ciudadano.

Cultivar la historia del tiempo presente también implica enfrentarse a otros riesgos. Los políticos con los que trata el historiador están vivos y no todos olvidan fácilmente los reproches recibidos. Y a menudo el debate entre el historiador cronista y el protagonista del hecho histórico puede conducir a una situación llena de equívocos. Ahora bien, como el propio Culla confiesa, a él le gusta la brega y más de una vez se ha mostrado como un hábil polemista. El impresionante arsenal de información del cual dispone, el hecho de haber redactado un dietario con bastante esmero y ser él mismo una especie de archivo viviente, lo convierten en un adversario temible.

Sería lamentable que Culla se retirara de la primera trinchera de la crítica política, como insinúa al principio del libro, diciendo que él “ya es de otra época” y que el mundo político del siglo XXI ya no es el suyo. Dudo, sin embargo, que lo haga y quiera perderse como cronista los complejos años que nos esperan.

LA VANGUARDIA