De acuerdo básicamente con los planteamientos de J. BELOQUI e I. AKERRETA de 29 de junio en lo que se refiere a la justificación de la Historia como útil que ayuda a la comprensión de la realidad presente. En todo caso considero conveniente tener conciencia de que los procesos históricos no son resultado de la libre actuación de las colectividades humanas, que muestran un aspecto fuertemente condicionado en sus decisiones, como consecuencia de las interferencias de elementos extraños, en lo que viene siendo un factor de carácter universal. Los teóricos de la Nación -Herder o Renan y demás…- elaboran un discurso en el que pueden dar la impresión de olvidar el hecho fundamental de la competencia existente entre los individuos y colectivos humanos; factor generador, en definitiva, de la violencia que agita sociedades y enfrenta a estas entre sí. Las naciones responden a la necesidad imperiosa de defensa de intereses comunes frente al competidor externo. En consecuencia, la Nación -o mejor dicho el Estado presunta Nación- no es siempre resultado del acuerdo de quienes integran la colectividad nacional, sino de la imposición de determinados grupos humanos sobre sus congéneres.
El caso de Navarra es paradigmático; no tanto por haber constituido un Estado en circunstancias aleatorias; sino más bien por representar una sociedad de marcada identidad, al haber logrado liberarse durante siglos de soberanías extrañas y, de manera más específica, por haber generado un sistema jurídico -Estado constitucional y derecho comunitario- que reclamaba la libertad, adelantado a su tiempo histórico y apuntaba soluciones igualitarias en situaciones de conflicto. Únicamente puede ser denominado Fuero este conjunto de condiciones que proclamaba al Pueblo como último referente del poder y orden social, por encima del rey y de otra cualquier instancia de poder. La reivindicación de una colectividad existente, como protagonista de su presente, es un hecho incuestionable. En todo caso es un derecho basado en la libertad individual y colectiva, que se encuentra por encima de cualquier otra referencia. La libre determinación que haga posible a esa concreta comunidad nacional la capacidad absoluta de decisión. Y esta es la piedra en que tropiezan gran parte de las proclamadas naciones que empiezan por imponer el carácter indivisible y único de su identidad.
De esta gran contradicción son protagonistas Estados como Francia y España, con unos ordenamientos jurídicos que contradicen el principio fundacional de las Naciones Unidas (artº1, al.2) que establece la condición irrevocable de la igualdad entre las naciones y la libre determinación de las mismas. Es un aspecto a no olvidar al tratar de las alternativas que se ofrecen al futuro de Navarra, condicionado hasta el presente por la imposición franco-española y que exige la creación de un clima de acuerdo entre los navarros, casi imposible de conseguir en la actualidad. La pretensión de alcanzar el consenso mediante los principios forales, que constituyen históricamente el fundamento de nuestra identidad política, perfilando únicamente los diversos planteamientos presentes en nuestra colectividad, incluyendo la constitución de un Estado soberano y las diversas opciones de integración en los Estados que se dividen el País navarro, implica soluciones de todo punto contradictorias, incapacitadas para el consenso. Sin cerrarnos a ninguna de estas alternativas, únicamente tendrá validez tal proceso, cuando España y Francia -Estados que en la actualidad niegan el derecho de los navarros de autodeterminar su presente y… su futuro-, renuncien por completo a toda interferencia.
Otra cuestión que afecta a la Nación Navarra es la referida a su denominación adecuada. La dificultad de denominar a nuestro país constituye una cuestión no banal, reflejo de lo confuso de nuestro imaginario, a su vez expresión de la interferencia ejercida por los imperios dominantes, quienes, en última instancia, buscan marcar nuestra identidad con el fin de facilitar el dominio que ejercen sobre nosotros. Bajo la aparente nimiedad de esta cuestión consiguen que interioricemos su propio programa de Estado y Nación, recurriendo a hechos particulares de nuestra identidad que nos son planteados como realidad enfrentada; vascos, vascongados, vasco-navarros, navarros o le Pays Basque de los franceses… Cada una de estas denominaciones implica una propuesta de configuración comunitaria diferenciada. Por mi parte, constato en ello un conflicto a resolver en el seno de nuestra colectividad nacional; al entender que este punto de nuestro imaginario se encuentra profundamente interiorizado y llega a marcar la perspectiva de nuestra mayoría cívica.
La reivindicación de la centralidad de Navarra en tanto que Estado, es fundamentalmente un desafío frente al imperialismo vigente que niega nuestra libre determinación bajo amenaza directa de violencia incluida en su mismo código constitucional. Son interesantes el conjunto de planteamientos que se hacen a propósito de la denominación adecuada de nuestra Nación. Desde mi punto de vista no dejan de ser paliativos frente a la afirmación de la condición estatal de Navarra. Insisto en la centralidad de Navarra, hecho sin sentido topográfico que haga de este territorio residual el núcleo aglutinador de los denominados territorios históricos. Centralidad es simplemente la afirmación de la identidad nacional del conjunto de los navarros en la reclamación de sus derechos nacionales, con independencia del territorio en que se encuentren. Me niego a considerarme navarro con la perspectiva administrativa que me impone España, ni considero navarro a quien así se ve por el hecho simple de que la administración española le reconoce tal. El uso que hace España de la denominación “NAVARRA”, responde a un fin de sujeción de una colectividad humana a quien niega su carácter nacional y derecho de tener un Estado propio. Se impone la exigencia de que los imperialistas se mantengan al margen del proceso de decisión que determine el futuro de Navarra como exigencia insoslayable.
En esta línea se hace necesario que la colectividad no se limite únicamente a contemplarse a sí misma. Es imperioso para las generaciones venideras la superación de las deficiencias que presenta la Unidad Europea y contemplar con actitud abierta el futuro de las relaciones humanas basado en acuerdos estables de cooperación, con la mirada puesta en la superación del impulso competitivo que hace de los individuos contrarios –homo homini lupus– y enemigas a las colectividades nacionales, como camino insoslayable para la eliminación de la violencia.