Historia y cultura

Tendemos a basar nuestros principios independentistas en la historia de nuestro pueblo, aferrándonos a unas fechas y hechos en concreto con los que avalamos el derecho que, como nación, nos corresponde no ya sólo a elegir, si no simple y llanamente a exigir.

Hitos históricos no nos faltan, aunque suelan ser éstos objeto de manipulaciones e interpretaciones interesadas. Pero existir existen, y qué mejor prueba de que nos revelan una realidad indeseable para los manipuladores la circunstancia de que sean tan alegremente tergiversados, ocultados o ignorados.

No se puede negar, por lo tanto, el peso que aquellos pasajes de la historia poseen en lo que a temas políticos atañe, pero tampoco deberíamos desdeñar la valiosa aportación que nuestra cultura nos puede ofrecer a la hora de exponer argumentos y razones políticas. Ambas, historia y cultura, se hallan inevitablemente unidas, tanto que dependen la una de la otra en cuanto a la evolución de la sociedad vasca se refiere. Somos poseedores de una cultura rica, compuesta de elementos gestados en tiempos inmemoriales y otros fruto de los contactos mantenidos a lo largo de los siglos entre propios y extraños.

Bien es cierto que defender el derecho del pueblo vasco a recuperar su independencia con razones únicamente de tipo cultural no sería lo más idóneo por falta de contundencia en los planteamientos. Pero tampoco hay que darle la espalda a algo tan característico entre nosotros como lo es la cultura vasca, incluyendo dentro de ésta todas y cada una de sus variantes, por simples que nos puedan parecer.

Eso sí, combinar historia y cultura para plantear a nuestro interlocutor una serie de verdades político-sociales requiere de un conocimiento bastante amplio sobre aquellas, y no sólo esto si no también la comprensión de que la cultura vasca ha dependido y evolucionado con el paso de los años en estrecha relación con las idas y venidas de la historia. Y que si las cosas hubieran sucedido de otra forma tal vez algunos de nuestros rasgos culturales serían diferentes, aunque esta cuestión en la actualidad carece de importancia.

A día de hoy la sociedad vasca en general tiene un mayor conocimiento e interés por los temas culturales que por los históricos y no son pocos los que defienden a capa y espada un futuro en libertad basándose solo en razones culturales. Y eso a pesar de que la mayor fuerza dialéctica recae sobre unos determinados hechos históricos que, en realidad y en definitiva, son por muchos desconocidos.

Llegados a este extremo nos planteamos qué consecuencias traería la hipotética situación en la que la sociedad vasca, conocedora de su cultura, tuviera además noticias claras y veraces sobre aquellos hitos que han marcado nuestra realidad histórica. ¿Cuál sería la respuesta de la población? ¿Interés, indiferencia, indignación?

El acercamiento entre sociedad y cultura propia no resulta, por lo general, tan difícil como entre sociedad e historia. De la primera es mucho más fácil participar, empaparse de ella sin demasiado esfuerzo, como si abriéramos un libro lleno de imágenes que nos dan una visión sobre el tema amplia y somera a la vez. No obstante no ocurre lo mismo con la historia, que requiere de una mayor dedicación y atención. Con respecto a la cultura determinados elementos identificativos vascos nos pueden sonar, sin que esa falta de precisión sea demasiado grave. La historia del pueblo vasco no puede permitirse ese tipo de desliz, ya soporta suficientes reveses y mal interpretaciones de dudosa finalidad.

Adentrada como está en el siglo XXI, la sociedad vasca ya debería de poder acceder a una información histórica definitiva, ser capaz de diferenciar la verdad de la versión interesada y actuar en consecuencia. De igual manera que se oferta cultura, así debería ser con la historia de los vascos, independientemente de las evidentes diferencias que se dan entre ambos conceptos. Por desgracia, aunque se diera la circunstancia de que se unieran interés político y social con recursos económicos necesarios para crear una oferta atrayente, ésta, en la mayoría de los casos (aunque no siempre), estaría sujeta a unos puntos de vista políticos que, dependiendo de cuáles fueran, mejor sería obviar tal invitación al «conocimiento histórico».

En definitiva, historia y cultura se complementan, pero la realidad social nos dice que el desconocimiento histórico generalizado es un escollo difícil de salvar mientras sigan existiendo intereses políticos que jueguen con la interpretación de los hechos. La información está ahí, más cerca y accesible que nunca, pero los prejuicios están al orden del día y la selección de los datos históricos a recibir es totalmente inevitable. Estamos, pues, ante un problema de difícil solución.