Leí en la edición de este pasado viernes de DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA una carta firmada por Joaquín Gorrochategui en la que el lingüista se queja de no disponer «de ninguna copia de ninguna inscripción» de los grafitos con inscripciones en euskera que fueron descubiertos en el yacimiento de Iruña-Veleia y que, según las primeras pruebas científicas de datación, se pueden remontar al siglo III, ser las primeras grafías euskericas que se conocen y, sobre todo, aportar inéditas lecturas sobre la romanización y cristianización de la Vasconia de hace 2.000 años y sobre la propia realidad del euskera.
El debate histórico, arqueológico o lingüístico que suscita es apasionante. Sin embargo, algunos ínclitos académicos dedican más esfuerzos, sin saber muy bien con qué intereses, a sembrar dudas y abrir un extraño debate sobre la propia veracidad del hallazgo -sin esperar a las conclusiones científicas- que a trabajar con las hipótesis planteadas.
Por ejemplo, se queja Gorrochategui en la citada carta de no haber tenido acceso al material completo conservado en el Museo de Arqueología, pero a pesar de esta falta de información, el ilustre filólogo no tuvo reparo en hablar con gran precisión hace dos meses en el Congreso Koldo Mitxelena para «conceder en un cálculo de probabilidades un 15% a la validez de los textos en euskera encontrados en el poblado romano», como recogió la prensa. Asombroso cálculo que al parecer saca de la chistera.
En cambio, otro euskaltzaina miembro equipo de investigación, Henrike Knörr, afirmó en su día que las interpretaciones lingüísticas de Veleia no cuestionan la veracidad de los hallazgos, aunque entendió que existan recelos, porque «no casan con los paradigmas de la Historia de la Iglesia, el arte y del euskera utilizados hasta la fecha».
Supongo que en su día también fue conflictivo sostener que la tierra era esférica.