Héroes de 1714

Una más de las desgracias que impone la LOMCE recién aprobada por el Congreso consiste en la capacidad que otorga al gobierno español de fijar el 100% de los contenidos en materia de geografía e historia en la ESO. Parece previsible, pues, y siempre que no se consume la ruptura con España pronto, que volveremos al siniestro periodo en el que la historia de Cataluña desapareció de las aulas y se difuminó buena parte de su imaginario colectivo.

Afortunadamente, esto se mitigó en el caso de algunos alumnos de mi generación, la que ahora está impulsando el proceso soberanista (lo que, como es sabido, denuncian con vehemencia los adversarios de la independencia cuando alegan, como ha insinuado el propio ministro Wert, que algunos de nosotros fuimos «adoctrinados» por el radicalismo nacionalista en nuestra tierna infancia). Para las hornadas de alumnos educados bajo el franquismo y durante los años de la llamada transición, en cambio, no hay ninguna noticia ni de la Cataluña medieval, ni de 1640, y con respecto a la guerra de Sucesión, la versión consistía en agradecer a Felipe V que destruyera nuestras libertades porque así se puso la primera piedra de la modernización de España asociada, como no podía ser de otro modo, al centralismo y a la aniquilación de los localismos rancios.

Majaderías como ésta todavía se podían escuchar hasta hace poco no sólo en boca de algún político o intelectual madrileño sino también de supuestos progresistas catalanes que, cultivados en todo menos en lo que se refiere al pasado y a la cultura del país, habían decidido aparcar su identidad a cambio de un universalismo de baja estofa que no levantara la voz a los mitos nacionales españoles y que les permitiera ir sacando partido del régimen autonómico. Eran voces afines a las que ahora, por una gran dosis de ignorancia y con mucha mala fe, critican la soberbia infraestructura cultural que representa el Born y su conveniente inauguración pocos meses antes del tricentenario. Mientras aquellos interpretan el nuevo equipamiento como un delirio más del aquelarre independentista que estallará en 2014, otros entendemos que se trata de una iniciativa imprescindible para aproximarnos con rigor al conocimiento de unos hechos que marcaron decisivamente nuestra comunidad, y aún más si la voluntad de las instituciones españolas no es otra que la de desterrar de la enseñanza episodios como el del sitio de Barcelona o el de la feroz represión borbónica. Hay que celebrar, pues, que las instituciones municipales hayan reconciliado la capital con el pasado del país y que el proyecto dirigido por Joaquím Torra acoja propuestas tan sólidas como la del ciclo de conferencias, coordinado por Enric Vila, sobre los héroes de 1714 que se inició la semana pasada con las ponencias de Joaquim Albareda y de Jordi Pujol sobre Narcis Feliu de la Peña. Sin duda, para encarar los retos que nos esperan, sería mucho mejor que nuestras élites tuvieran bien presentes las acciones y las ideas de personajes como Pau Ignacio de Dalmases, el general Basset, Manuel Desvalls, Rafael Moragues y el mismo Narcís Feliu de la Peña, por citar sólo algunos de los nombres que desfilarán en las diversas sesiones celebradas en el Born. Quizás así seríamos capaces de desmontar las tergiversaciones que los discursos hispanocéntricos han construido durante los tres últimos siglos y su esfuerzo por sepultar la memoria de las hazañas que los catalanes protagonizaron durante los primeros años del siglo XVIII. Porque, a pesar de ser cierto que la guerra de Sucesión se desarrolló en el marco de un conflicto dinástico español, la verdad es que las consecuencias de la contienda condujeron a la anexión militar de una entidad con atributos de soberanía y a una revancha encarnizada que se convertiría en un triste precedente en la cadena de genocidios que se sucederían en la Europa contemporánea. Y quizás, si fuéramos conscientes de la obra de los grandes juristas catalanes y los pensadores políticos anteriores a 1714, seríamos capaces de entender que los supuestos localismos medievales que Felipe V arrasó no eran sino precedentes de la limitación del poder y de la sujeción de las autoridades al derecho que ya incorporaban el germen de lo que la modernidad conocería como constitucionalismo, tal vez un constitucionalismo que habría evolucionado desde un orden tradicional como ya había sucedido en aquella época en Inglaterra desde la llamada Revolución Gloriosa de 1688 o los Países Bajos, modelos en los que Cataluña se reflejaba.

Nuestra debilidad como nación se revela precisamente porque el conocimiento de nuestras epopeyas históricas e intelectuales han tenido que ser adquiridas por muchos catalanes con un cierto carácter autodidacta, fuera de la oficialidad (también, como hemos recalcado, de un amplio sector de la oficialidad institucional que ha controlado el país en democracia) e incluso, recientemente, a través de la literatura con magníficas novelas como ‘Victus’, de Albert Sánchez-Piñol, y ‘Lliures o morts’ (‘Libres o muertos’), de Jaume Clotet y David de Montserrat -sin olvidar otros textos prominentes de la última década dedicados al derrumbe catalán como son la ‘Trilogía 1714’, de Alfred Bosch (2002), y ‘La dona de la finestra’ (‘La mujer de la ventana’), de Vicenç Villatoro (2005)-. Es positivo, en definitiva, que ante una nueva ofensiva del españolismo para negar nuestros orígenes y para borrar nuestros códigos sociales compartidos rescatemos de las sombras y del polvo algunos de los hitos más elevadas que hemos producido como pueblo, aunque sólo sea para intentar emularlas, esta vez con el éxito definitivo que nos conduzca a la plenitud nacional en versión actual, esto es, a un espacio de libertad en un orden social justo.

EL PUNT – AVUI