Herederos de Max Cahner

Max Cahner perdió la conselleria de Cultura al acabar el primer gobierno de Jordi Pujol, en 1984. No por haber completado la magna obra que había iniciado, ni por ningún error en los planos. Más bien, por haber ido demasiado deprisa y demasiado lejos, contando sólo con una gran inteligencia constructiva -y los mejores colaboradores disponibles-, demasiado atrevida para su tiempo. Y, sí, con un carácter nada dado a los pactos y las medias tintas. Va, digámoslo: los mandarines de la cultura de izquierdas que creían que en 1980 el país les había tomado lo que era suyo, le hicieron la vida imposible.

Las necrológicas de estos días han hablado extensamente y bien de este genio ordenador y constructivo de Cahner. Un genio que no tiene nada que ver con un supuesto carácter germánico sino con un encaje intelectual y patriótico en una concepción modernista de la cultura, que seguía los pasos de Enric Prat de la Riba. No repetiré la lista de iniciativas que desde finales de los cincuenta fue capaz de emprender y completar. Max Cahner tenía un conocimiento extensísimo de la historia, del territorio y sobre todo de la gente culturalmente más valiosa y emprendedora, pueblo por pueblo, de los Países Catalanes. Y cuando había consolidado un proyecto con las personas que consideraba más adecuadas, se retiraba a un segundo plano para atender nuevos frentes. De ahí la inverosímil capacidad para crear desde la conselleria tantas estructuras de Estado en sólo cuatro años y un presupuesto de risa. Lean a Albert Manent, ‘Crónica política del Departamento de Cultura 1980-1988’, Contravent 2010.

Pero ahora quiero dejar constancia de otro frente también abierto y ganado por Max Cahner. A mediados de los años ochenta, aunque ahora parezca imposible, la hegemonía intelectual se situaba en torno al PSC, con sus muchas fundaciones e institutos, revistas como Saber o El Món y, sobre todo, con la cobertura de El País. Desde este frente, el ensañamiento contra el nacionalismo era brutal y sistemático, y lo más suave que se llamaba es que estaba a punto de desaparecer del mundo mundial. Jaume Colomer los calificó de orquesta rosa (por aquello del puño y la rosa) en un par de memorables artículos en La Vanguardia, y Josep Huguet resumió bien el panorama en el Avui en «Orquestas y bandas» (28 – 6-1.987). ¿Y cómo reaccionó Cahner?

Tomen nota. En marzo de 1985 se hace cargo de una Universidad Catalana de Verano en crisis y a punto de desaparecer (lo relata bien Enric Casassas en Terra Nostra, núm. 85-86), para revigorizar -con hondura académica. En octubre de 1986 retoma la edición de la Revista de Catalunya, nueva plataforma de alta cultura. En 1987 asume el papel de editor del Avui con el interés preciso de ofrecer un espacio de reflexión renovada. Y en febrero de ese año, en Vic, pone en marcha las primeras jornadas ‘El nacionalismo catalán a finales del siglo XX’, de las que se celebrarán diez ediciones, todas publicadas excepto la última. Es en esas primeras jornadas donde JB Culla acuñó la que sería la divisa de un grupo de periodistas y profesores universitarios -«por un nacionalismo sin complejos»-, que se lanzarían a la arena del debate político: Villatoro, Marí, Gifreu, Rahola, Viladot, yo mismo y tantos otros que también son herederos.

Este es un artículo que sólo llega a señalar la enorme deuda de gratitud que tengo con Cahner. Mi entrada en el mundo soberanista es casi toda responsabilidad del Max. Él me llamó y empujar. No estoy seguro de que entonces fuera consciente de que, modestamente, formaría parte de una operación tan bien trenzada de renovación del pensamiento nacionalista. Visto ahora, sin embargo, tengo la convicción de que allí se empezó a cocer la victoria de nuestros argumentos de ahora.

ARA