Wikileaks merece protección, no amenazas y ataques
The Australian
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
En 1958 un joven Rupert Murdoch, entonces propietario y editor de The News de Adelaide, escribió: “En la carrera entre el secreto y la verdad, parece inevitable que siempre vencerá la verdad”.
Es posible que su observación haya reflejado la revelación de su padre Keith Murdoch, de que tropas australianas estaban siendo sacrificadas innecesariamente por comandantes británicos incompetentes en las costas de Gallipoli. Los británicos trataron de silenciarlo pero Keith Murdoch no dejó que lo hicieran y sus esfuerzos llevaron al fin de la desastrosa campaña de Gallipoli.
Casi un siglo después, WikiLeaks también publica intrépidamente hechos que deben ser conocidos por el público.
Crecí en una localidad en el campo en Queensland donde la gente decía abiertamente lo que pensaba. No tenía confianza en el gran gobierno como algo que podía ser corrompido si no era vigilado cuidadosamente. Los oscuros días de la corrupción en el gobierno de Queensland antes de la investigación Fitzgerald testimonian lo que sucede cuando los políticos amordazan a los medios para que no digan la verdad.
No he olvidado esas cosas. Wikileaks fue creado alrededor de esos valores centrales. La idea, concebida en Australia, fue utilizar tecnologías de Internet de nuevas maneras para informar sobre la verdad.
Wikileaks acuñó un nuevo tipo de periodismo: periodismo científico. Trabajamos con otros medios noticiosos para llevar las noticias a la gente, y también para probar que son verídicas. El periodismo científico te permite que leas una noticia, y que luego hagas clic en línea para ver el documento original en el que se basa. Así puedes juzgar tú mismo. ¿Es verdadera la historia? ¿Informaron exactamente los periodistas?
Las sociedades democráticas necesitan medios fuertes y Wikileaks forma parte de esos medios. Los medios ayudan a mantener honesto al gobierno. Wikileaks ha revelado algunas verdades duras sobre las guerras de Iraq y Afganistán, y desvelado historias sobre la corrupción corporativa.
Hay gente que dice que me opongo a la guerra. Para que se sepa, no es así. Algunas veces las naciones tienen que ir a la guerra, y hay guerras justas. Pero no hay nada peor que un gobierno que miente a su pueblo sobre esas guerras, y que luego pide a esos mismos ciudadanos que pongan en juego sus vidas y sus impuestos por esas mentiras. Si una guerra está justificada, digan la verdad y la gente decidirá si quiere apoyarla.
Si habéis leído alguno de los archivos sobre la guerra en Afganistán o en Iraq, alguno de los cables de las embajadas estadounidenses o alguna de las historias sobre las cosas de las que ha informado Wikileaks, considerad cuán importante es que todos los medios puedan informar libremente sobre esas cosas.
Wikileaks no es el único que publica los cables de las embajadas de EE.UU. Otros medios noticiosos, que incluyen The Guardian de Gran Bretaña, The New York Times, El País en España, y Der Spiegel en Alemania han publicado los mismos cables editados.
Sin embargo, es Wikileaks, como coordinador de esos otros grupos, el que ha sido objeto de los ataques y acusaciones más malignos del gobierno de EE.UU. y sus acólitos. He sido acusado de traición, aunque soy australiano, y no ciudadano estadounidense. Ha habido docenas de llamados serios en EE.UU. para que yo sea “eliminado” por fuerzas especiales de ese país. Sarah Palin dice que yo debería ser “cazado como Osama bin Laden”, hay una ley republicana ante el Senado de EE.UU. que trata de que se me declare “amenaza transnacional” y que se me trate correspondientemente. Un asesor de la oficina del primer ministro canadiense ha llamado en la televisión nacional a que sea asesinado. Un bloguero estadounidense pidió que mi hijo de 20 años, que está aquí en Australia, sea raptado y dañado, sin otra razón que hacerme daño.
Y los australianos debieran ver sin orgullo cómo Julia Gillard y su gobierno hacen el juego a esos sentimientos. Los poderes del gobierno australiano parecen estar totalmente a disposición de EE.UU., en cuanto a la cancelación de mi pasaporte australiano, o a que se espíe y acose a seguidores de Wikileaks. El Fiscal General australiano hace todo lo posible por colaborar con una investigación estadounidense que se orienta claramente a incriminar a ciudadanos australianos y enviarlos a EE.UU.
La primera ministra Gillard y la secretaria de Estado Hillary Clinton no han expresado una sola palabra de crítica hacia otras organizaciones mediáticas. Es porque The Guardian, y Der Spiegel son antiguos y grandes, mientras Wikileaks todavía es joven y pequeño.
Somos los desamparados. El gobierno Gillard trata de matar al mensajero porque no quiere que se revele la verdad, incluida la información sobre sus propios tratos diplomáticos y políticos.
¿Ha habido alguna reacción del gobierno australiano a las numerosas amenazas públicas de violencia contra mi persona y otros miembros del personal de Wikileaks? Se podría haber pensado que una primera ministra australiana debería defender a sus ciudadanos contra cosas semejantes, pero sólo ha habido afirmaciones totalmente no confirmadas de ilegalidad. La primera ministra y especialmente el fiscal general deben cumplir con sus deberes con dignidad y mantenerse por sobre la refriega. Pero podéis estar seguros, esos dos sólo quieren salvar su pellejo. No lo lograrán.
Cada vez que Wikileaks publica la verdad sobre abusos cometidos por agencias estadounidenses, políticos australianos recitan un coro evidentemente falso con el Departamento de Estado: “¡Arriesgáis vidas! ¡Seguridad nacional! ¡Pondréis en peligro a los soldados!” Luego dicen que no hay nada de importancia en lo que publica Wikileaks. No puede ser las dos cosas al mismo tiempo. ¿Cuál de ellas, entonces?
Ninguna de las dos. Wikileaks tiene una historia editorial de cuatro años. Durante ese tiempo hemos cambiado gobiernos enteros, pero no hay una sola persona, que se sepa, que haya sido dañada. Pero EE.UU., con la complicidad del gobierno australiano ha matado a miles sólo en los últimos meses.
El secretario de defensa de EE.UU., Robert Gates, admitió en una carta al Congreso de EE.UU. que ninguna fuente o método confidencial de inteligencia ha sido comprometida por la revelación de las bitácoras de la guerra afgana. El Pentágono declaró que no hay evidencia alguna de que las revelaciones de Wikileaks hayan llevado a que alguien sea dañado en Afganistán. La OTAN en Kabul dijo a CNN que no pudo encontrar a una sola persona que necesitara protección. El Departamento de Defensa australiano dijo lo mismo. Ningún soldado o fuente australiana han sido afectados por algo que hayamos publicado.
Pero nuestras publicaciones no han dejado de ser importantes. Los cables diplomáticos de EE.UU. revelan algunos hechos sorprendentes:
- EE.UU. solicitó a sus diplomáticos que robaran material humano e información de funcionarios de la ONU y de grupos de derechos humanos, incluyendo ADN, huellas digitales, escaneo del iris, números de tarjetas de crédito, contraseñas de Internet y fotos de identificación, en violación de tratados internacionales. Presumiblemente, también podrían apuntar a diplomáticos australianos en la ONU.
- El rey Abdullah de Arabia Saudí pidió a EE.UU. que ataque Iraq.
- Responsables en Jordania y Bahrain quieren que el programa nuclear de Irán sea detenido por todos los medios disponibles.
- La investigación británica sobre Iraq fue amañada para proteger “intereses estadounidenses”.
- Suecia es un miembro encubierto de la OTAN y no se informa al parlamento sobre el intercambio de inteligencia con EE.UU.
- EE.UU. está actuando de manera agresiva para lograr que otros países acepten detenidos liberados de la Bahía de Guantánamo. Barack Obama estuvo de acuerdo con encontrar el presidente esloveno sólo si Eslovenia aceptaba a un prisionero. Nuestro vecino en el Pacífico, Kiribati, recibió una oferta de millones de dólares para que acepte detenidos.
En su trascendental dictamen sobre el caso de los Papeles del Pentágono, la Corte Suprema de EE.UU. dijo que “sólo una prensa libre y sin limitaciones puededenunciar efectivamente el engaño en el gobierno”. La tormenta actual respecto a Wikileaks refuerza la necesidad de defender el derecho de todos los medios a revelar la verdad.
Julian Assange es redactor jefe de WikiLeaks.
PROJECT-SYNDICATE
WikiLeaks, secretos y mentiras
Simon Chesterman
La última descarga de información por parte de WikiLeaks ofrece fascinantes revelaciones sobre el funcionamiento del Departamento de Estado de los Estados Unidos que mantendrán a los expertos en política exteriores y a los teóricos de las conspiraciones muy ocupados durante meses. Naturalmente, gran parte de lo comunicado no es “noticia”, en el sentido tradicional, sino una serie de embarazosas meteduras de pata: verdades que nunca se deseó oír en voz alta.
Subyace a esos chismorreos –no debe extrañar que los americanos consideraran al Primer Ministro italiano, Silvio Berlusconi “vanidoso” o a Robert Mugabe de Zimbabwe “un viejo loco” – la cuestión más amplia de si los gobiernos deben poder guardar secretos.
El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, sostiene que la respuesta es “no” y que una mayor transparencia “crea una sociedad mejor para todo el mundo”, lo que plantea la cuestión de por qué los gobiernos guardan secretos y si se trata de razones justificadas.
La tarea de mantener los secretos del Estado recae con frecuencia en sus servicios de inteligencia, que suelen centrarse en la protección de tres tipos de información.
El primero es sus fuentes y métodos, que se deben salvaguardar para que sigan siendo eficaces a la hora de recoger información. Cuando el Washington Times informó en 1998 de que la Agencia de Seguridad Nacional podía vigilar el teléfono por satélite de Osama ben Laden, por ejemplo, éste dejó de utilizarlo.
En segundo lugar, no se deben dar a conocer las identidades y las actividades de un personal operativo del servicio, para que pueda desempeñar sus tareas y se garantice su seguridad. A raíz de la publicación el pasado mes de julio de decenas de miles de documentos sobre la guerra del Afganistán por WikiLeaks, un portavoz talibán dijo a periodistas británicos que el grupo estaba “estudiando el informe” con vistas a identificar y castigar a quien resultara haber colaborado con las fuerzas de los EE.UU.
En tercer lugar, se debe mantener secreta la información facilitada confidencialmente por gobiernos o servicios de inteligencia extranjeros para no dejar en una posición embarazosa a quien la facilita y, por tanto, reducir la probabilidad de que vuelva a hacerlo en el futuro. Una consecuencia duradera de la más reciente filtración es la circunspección al compartir información con los Estados Unidos.
En realidad, lo habitual es que los gobiernos intenten, naturalmente, guardar en secreto mucho mas que esto. A veces evitar las situaciones embarazosas puede redundar en beneficio del interés nacional, pero puede proteger también las carreras de los políticos y los burócratas. En otras circunstancias, puede ser prudente no revelar cuánto –o lo poco que– se sabe sobre una situación determinada.
WikiLeaks se considera inserto en la tradición en la que los medios de comunicación piden cuentas a los gobiernos sobre sus abusos. El papel del Cuarto Poder fue particularmente importante durante el gobierno del Presidente George W. Bush. Las revelaciones de torturas, entregas extrajudiciales y vigilancia electrónica sin mandamiento judicial dependían de un periodismo de investigación que ahora está amenazado por las reducciones presupuestarias y la incesante atención que los medios de comunicación prestan exclusivamente a lo actual, sea lo que sea: con frecuencia a expensas de lo auténticamente interesante desde el punto de vista periodístico.
Pero, mientras que el verdadero periodismo de investigación depende de la calidad, WikiLeaks se distingue por la cantidad. La magnitud del volumen de los datos descargados en la red Internet imposibilita un análisis detenido o, de hecho, un examen detenido de la información potencialmente perjudicial.
El umbral de la revelación justificada ya no es las fechorías de la escala de la que dio nombre el término “Watergate” y todos los posteriores “-gates”. En su lugar, se está advirtiendo a los funcionarios del Estado que todo documento puede ser filtrado y publicado a escala mundial por un funcionario subalterno descontento.
No es probable que la consecuencia de ello sea la transparencia. Propiciará, perversamente, un mayor secretismo. El mensaje que casi con toda seguridad está pasando por todos los poderes importantes es el siguiente: cuidado con lo que se transmite por escrito.
En lugar de en evaluaciones veraces y análisis provocativos, ahora muchas decisiones se basarán en informaciones orales y reuniones no reproducidas en actas. Los encargados de la adopción de decisiones desconfiarán de la transparencia incluso con su personal más cercano.
Es probable que esos cambios sobrevivan a la embarazosa posición de la Secretaria de Estado de los EE.UU., Hillary Clinton. Semejante autocensura propiciará decisiones peores y menos rendición de cuentas por las decisiones que se adopten. Parece un precio muy alto que pagar por el cotilleo.
Simon Chesterman es vicedecano y profesor de Derecho en la Universidad Nacional de Singapur y profesor mundial y director del programa en Singapur de la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva York. En 2011 se publicará su libro One Nation Under Surveillance: A New Social Contract to Defend Freedom Without Sacrificing Liberty (“Una nación vigilada. Un nuevo contrato social para defender la libertad de información sin sacrificar la libertad”).
Copyright: Project Syndicate/Instituto de Ciencias Humanas, 2010.
www.project-syndicate.org
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Por qué Wikileaks es bueno para la democracia
Bill Quigley
SinPermiso
“La información es la moneda de la democracia” (Thomas Jefferson)
Desde el 11-S, el gobierno estadounidense, ya fuese con el presidente Bush o con Obama, ha dicho una y otra vez al público estadounidense que sus “secretos de estado” no deben ser compartidos con los ciudadanos. El candidato Obama prometió reducir los secretos de estado, pero el presidente Obama continuó con la tradición de Bush. Los tribunales, el congreso y los aliados internacionales de EE.UU. se han plegado a la escalada secretista del ejecutivo estadounidense.
Etiquetando decenas de millones como documentos secretos, el gobierno estadounidense ha creado un enorme vacío informativo. Pero la información es el alma de la democracia. La información sobre los gobiernos contribuye a una democracia salubre. La transparencia y la rendición de cuentas de los cargos públicos son dos elementos esenciales de un buen gobierno. Igualmente, “una falta de transparencia gubernamental y de rendición de cuentas socava la democracia y da alas al cinismo y a la desconfianza”, según declara el informe Harris de 2008 encargado por la Association of Government Accountants.
En ese vacío informativo se adentró el soldado raso Bradley Manning, quien, según Associated Press, fue capaz de derrotar “los sistemas de seguridad del Pentágono no usando más que un CD de Lady Gaga y un lápiz de memoria”. Manning presuntamente envió la información a Wikileaks, una organización sin ánimo de lucro especializada en la publicación de información filtrada. Wikileaks, a su vez, compartió estos documentos con otros medios de comunicación de todo el mundo, incluyendo el New York Times, y publicó la mayor parte en su página web.
A pesar de las investigaciones criminales puestas en marcha por los Estados Unidos y otros gobiernos, no es claro que organizaciones como Wikileaks puedan ser perseguidas en los Estados Unidos si nos atenemos a la Primera Enmienda. Recuérdese que según ésta, el “Congreso no hará ley alguna con respecto a la adopción de una religión o prohibiendo el libre ejercicio de dichas actividades; o que coarte la libertad de expresión o de la prensa, o el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente, y para solicitar al gobierno la reparación de agravios.”
Algunos políticos, rojos de furia, denuncian que esta filtración equivale a terrorismo y que pone en riesgo la vida de personas inocentes. Muchos de estos mismos políticos no obstante autorizaron el equivalente del bombardeo de saturación de Bagdad y de otras ciudades iraquíes, el sacrificio de miles de vidas de soldados y civiles así como los ataques de aviones no tripulados en áreas civiles de Afganistán, Pakistán y Yemen. Su rabia hacia un documento descargado, del que desconocemos aún su verdadero alcance, es como poco sospechosa.
Todo el mundo, incluyendo a Wikileaks y los medios de comunicación que están dando a conocer los documentos filtrados, espera que ninguna vida se pierda por la publicación. Y hasta donde sabemos, ése parece ser justamente el caso: los periódicos del grupo McClatchey informaron el 28 de noviembre que oficiales estadounidenses habían reconocido que hasta la fecha no tenían ninguna prueba de que “la [anterior] publicación de documentos condujese a la muerte de alguien.”
Los Estados Unidos han estado marchando en la dirección equivocada durante años, clasificando millones de documentos como secretos. Wikileaks y el resto de medios de comunicación que informan de estos llamados secretos avergonzarán a mucha gente, sí. Wikileaks y el resto de medios de comunicación harán que muchos líderes se sientan incómodos, sí. Pero la vergüenza y la incomodidad son un pequeño precio a pagar si queremos una democracia más saludable.
Wikileaks tiene el potencial para robustecer la transparencia y la rendición de cuentas en los EE.UU. Y eso es bueno para la democracia.
Bill Quigley es el director de Centro para los Derechos Constitucionales y profesor de derecho en la Universidad de Loyola de Nueva Orleans.
Traducción para www.sinpermiso.info: Àngel Ferrero
PAGINA 12
Descomposturas
Juan Gelman
La reacción más bien destemplada de la Casa Blanca ante la difusión de los documentos filtrados por Wikileaks oscila entre la soberbia más cruda y la hipocresía no menos. Robert Gates, el jefe del Pentágono, señaló que EE.UU. no tiene amigos, sólo países que lo respetan, le temen o lo apoyan por mera conveniencia y les restó toda importancia. A los países y a los documentos. Si son inofensivos, habrá que lamentar los afanes que Hillary Clinton desplegó para atenuar su impacto entre sus colegas en la reunión cumbre de la Organización para la Seguridad y Colaboración en Europa (OSCE) que acaba de finalizar en Kazajstán.
Una foto muestra a la número uno de la diplomacia estadounidense estrechando la mano de Berlusconi después de asegurarle que no había aliado más importante para Washington que Roma. Los dos sonríen. Después de todo, el primer ministro italiano se mostró divertido, tal vez halagado, por la referencia a sus fiestitas con menores de edad. Putin, en cambio, se irritó, algunos gobernantes se apresuraron a decir que el hecho no dañaba sus relaciones con EE.UU. y otros prefirieron el silencio. Como se acostumbra decir, la procesión va por dentro.
Se prohibió al personal del Departamento de Estado consultar el sitio de Wikileaks (The Christian Science Monitor, 1-12-10) y el secretario de prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, subrayó que Hillary Clinton nunca había ordenado a sus funcionarios que espiaran en las Naciones Unidas (AP, 1-12-10). Quizás se trate de un caso de miopía aguda.
Gibbs no debe haber leído bien el memo secreto con la firma de la secretaria en el que imparte, entre otras, las siguientes instrucciones: conseguir los números de las tarjetas de crédito y de viajero frecuente, el correo electrónico, los pases de los diplomáticos de otros países –-incluidos el secretario general, Ban Ki-moon y los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU– y aun sus datos biométricos. Que incluyen, según especifica una directiva del 31 de julio de 2009 enviada a las embajadas de 33 países, las huellas digitales, las fotos del pasaporte y el escaneo del iris de los espiados (www.spiegel.de, 11-28-10). Se ha dicho que los documentos difundidos por Wikileaks son el producto de un robo. Es verdad. Y se sabe: el que roba a un ladrón…
Julian Assange, el director de Wikileaks, figura ya en la lista de los más buscados por Interpol y suceden otras cosas curiosas. Legisladores republicanos lo acusan de traicionar a EE.UU., aunque nació en Australia. El predicador bautista Mike Huckabee, ex gobernador de Arkansas y tercero en la lista de candidatos a la presidencia por el Partido Republicano, pidió la ejecución de quienes filtraron los documentos. Acompañó el pedido de este hombre de Dios, entre otros, Tom Flanagan, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Calgary y ex asesor del primer ministro canadiense Stephen Harper. Flanagan precisó un par de métodos para asesinarlo: “Contratar (a un sicario) o tal vez emplear una avión no tripulado” (www.cbc.ca, 1-11-12). Por qué no.
Si las afirmaciones de Robert Gates son ciertas –haciendo a un lado su desdeñosa connotación– los documentos filtrados poco dañarían las relaciones de EE.UU. con sus aliados, con la excepción quizás de Turquía. Pero sin duda socavan las posibilidades de Obama de lograr un segundo mandato. El mandatario estadounidense no fatigó su apoyo a un gobierno honesto y de absoluta transparencia –el suyo– y el ser consecuente con esa promesa lo llevaría a tomar decisiones extremas: no aceptar la responsabilidad del contenido de los documentos lo obligaría a despedir y aun procesar a muchos funcionarios del Departamento de Estado que él mismo designó. La alternativa es de hierro y parece improbable que Obama proceda a tal limpieza para evitar las acusaciones de debilidad que sus competidores le enrostrarían.
Farhan Haq, uno de los voceros de Ban Ki-moon, calificó de ilegal la directiva de espiar al secretario general de Naciones Unidas y se estima que éste pedirá aclaraciones a la Casa Blanca. Haq recordó en conferencia de prensa que, en virtud de la Convención sobre los privilegios e inmunidades de la ONU de 1946, el intento de apropiarse de los datos precisados en la directiva de Hillary Clinton es un delito grave para el derecho internacional (www.guardian.co.uk, 29-11-10). Se estima que esta declaración no movió un solo pelo de la cabellera de Gates. Debe haber agitado mucho la de Hillary.
El vocero del Departamento de Estado, P. J. Crowley, admitió el jueves que la filtración hacía más dura la vida de los diplomáticos estadounidenses (www.voanews.com, 2-12-10). Explicó que su jefa se la pasó telefoneando a mandatarios de China, Alemania, Francia, Gran Bretaña y otros países para lamentar la filtración. También llamó a Buenos Aires y conversó cordialmente unos 20 minutos con Cristina Fernández de Kirchner. Meses antes estaba muy preocupada por la salud mental de la Presidenta argentina.
Wikileaks: razón de Estado versus estado de derecho
Pierre Charasse
La Jornada
Contra el establishment
La publicación de los documentos de Wikileaks suscita muchas preguntas y abre sin dudas un nuevo capítulo sobre el manejo de las relaciones entre los estados, el papel de la prensa con Internet y de la sociedad civil mundial. Haré tres comentarios.
1) La visión estadunidense del mundo
Los análisis de los diplomáticos estadunidenses y las instrucciones que reciben de Washington revelan la incapacidad sistémica del aparato estatal de esa nación, Departamento de Estado, Pentágono, CIA, etcétera, más allá de quien está en el gobierno, ya sea demócratas o republicanos, de tener una comprensión profunda del mundo en toda su complejidad y diversidad. Uno podría pensar que para defender sus intereses de potencia y su influencia sobre ciertas partes del mundo, el gobierno de Estados Unidos exija de sus diplomáticos análisis sofisticados y un conocimiento de los responsables políticos que no sea de caricatura. También podría entender que los países tienen exigencias legítimas y respetables de seguridad, de desarrollo, de protección de lo que es vital para ellos. Sorprendentemente nada de eso pasa: lo que sale a primera vista de esta masa de documentos es que la enorme maquinaria estadunidense favorece una percepción distorsionada de la realidad, hasta su negación y un profundo desprecio para todo lo que no es de esa nación, incluyendo a sus aliados y a las Naciones Unidas. Ven el mundo a través de un prisma maniqueísta: están con nosotros o en contra de nosotros.
2) El papel de los diplomáticos
Como diplomático aprendí, a lo largo de mi carrera, a observar y entender los países en los cuales trabajé, para transmitir a mi gobierno análisis rigurosos y honestos de situaciones a veces complejas o desconcertantes, aun si mis reportes podían provocar disgustos en París. Esta obligación de rigor y objetividad caracteriza el trabajo de la inmensa mayoría de los embajadores de todo el mundo. El oficio de diplomático es muy noble y obliga al funcionario a hacer un esfuerzo sobre sí mismo, a rebasar sus prejuicios e ideas preconcebidas, y con frecuencia a dudar de sus certidumbres o convicciones. Los embajadores y sus colaboradores se honran en describir con mucha precisión y con la libertad que da la confidencialidad el contexto en el cual desarrollan su papel de pasarela entre dos países, y en recomendar a sus gobiernos la mejor forma de defender los intereses de sus naciones, de evitar crisis o superar conflictos. Un punto fundamental es que los diplomáticos no son espías. Buscan establecer relaciones de confianza con sus interlocutores. Por esto es sorprendente ver cómo el Departamento de Estado rebaja el nivel de sus diplomáticos al de pepenadores, para cumplir tareas verdaderamente indignas. Es fundamental en un Estado moderno que los servicios de inteligencia, que tienen su razón de ser, sean claramente separados de la red diplomática. A cada quien su oficio.
3) La prensa y la razón de Estado
La confidencialidad, la inviolabilidad de la correspondencia diplomática y la inmunidad de los embajadores son las reglas básicas de las relaciones entre los estados, tal como lo establecen las convenciones de Viena sobre las relaciones diplomáticas y consulares. Estos principios son inmutables. Pero una vez que se produjeron las filtraciones de documentos y que estos pasan a la esfera pública, es totalmente legítimo interrogarse sobre los contenidos. Y eso plantea el papel de los medios de comunicación, ahora de Internet, y la cuestión de la autocensura. En el caso de Wikileaks, estamos frente a una situación inédita por el número de países y de actores involucrados. Se entiende que cuando la seguridad física de personas está en juego, el periodista tiene una enorme responsabilidad de publicar o no el material que está en sus manos. Pero el debate es diferente cuando se trata de proteger los intereses superiores de algunos gobiernos o disimular sus actos vergonzosos, ilegales o inmorales. La prensa, como formadora de opinión, tiene la responsabilidad de juzgar los actos de los gobiernos y de participar en la expresión de la indignación colectiva cuando revela actos realmente inaceptables. ¿Acaso puede justificar el uso de la tortura, o ser cómplice de ella por su silencio (como lo son los gobiernos que permitieron los vuelos secretos de la CIA), cuando al mismo tiempo predica los derechos humanos? ¿Acaso puede proclamar la universalidad de los valores occidentales cuando protege a gobiernos dictatoriales o autoritarios, en los cuales el estado de derecho no existe? ¿Acaso los países amigos y aliados de Estados Unidos y su prensa deben de justificar o perdonarles todo en nombre de su pertenencia al mismo bloque?
La prensa libre tiene una obligación moral: de no ser cómplice del fin del estado de derecho en nombre de la razón de Estado. Desde Maquiavelo y los pensadores italianos del siglo XVI, sabemos que la raggione di stato como instrumento del poder se opone al estado de derecho. En casos muy puntuales y excepcionales la razón de Estado, o abuso de poder, puede justificarse políticamente pero de ninguna manera puede constituir el fundamento de la acción internacional de los gobiernos en sociedades democráticas.
Con la creación de la ONU y del sistema multilateral en 1945 hubo la esperanza de construir un mundo mejor, más respetuoso de los pueblos y de sus derechos. Lo que nos revela Wikileaks es que muchas de las conquistas de 1945 fueron barridas y que el mundo está entrando en una era de regresión fenomenal, en la cual la ley del más fuerte prevalece. Si las opiniones públicas de todo el mundo no tienen la capacidad de indignarse y aceptan como inevitables las conductas vergonzosas de sus gobiernos, es una señal muy preocupante que no augura nada bueno para las próximas décadas.
Pierre Charasse. Ex embajador de Francia.