Tema electoral: la independencia
J.M. Terricabras
Esta campaña electoral es poco emocionante, pero aleccionadora. Hay quien piensa que, contrariamente a lo que se esperaba, no se ha desarrollado en torno a temas identitarios. Discrepo completamente: la independencia nacional -que hoy es el auténtico nombre de la identidad catalana- es el gran tema electoral. La reivindican, claro está, los tres grupos independentistas que se presentan. ICV, por su parte, se muestra siempre respetuosa con esta opción. Al fin y al cabo, tiene muchos militantes que simpatizan con ella. Lo que resulta sorprendente e interesante es que los grupos más próximos al españolismo hayan sido los más activos a la hora de hablar de la independencia de Catalunya. Parece, pues, que ya no son ellos los que marcan la agenda de los grandes temas políticos. Repasemos brevemente qué está pasando.
El PSC nos hace saber que no es independentista, cosa que ya sabía todo el mundo. ¿Por qué lo dice? ¿Por qué lo pone como gran eslogan? Pues porque el PSC adquiere perfil cuando se opone a la independencia y por eso debe hablar del asunto más que nadie.
El PP, siempre obsesionado con el tema, ahora aún lo está más. Ve independentistas incluso allí donde no los hay, y llega a decir que Montilla ha trabajado a favor. El PP se presenta, ay, como no nacionalista, pero Rajoy es capaz de decir que no pactará con quien no se haya alegrado de la victoria de la Roja. La cosa es patética, pensando sobre todo en España, porque el PP allí puede ganar. Los Ciudadanos pintan poco, pero arrinconan siempre al catalán y al Govern de Catalunya mientras hacen creer que el castellano necesita protección urgente. Ya se ve qué nacionalismo defienden ellos.
La situación me parece excelente. Sea cual sea el resultado electoral del domingo -¿con sorpresas?-,
la independencia es el tema: CiU se lo piensa; ERC, Solidaritat y Reagrupament la quieren. Los otros la temen. Vamos bien.
I+D en la república de las aceitunas
Enric Juliana
Hay un arcano en los vídeos de la campaña. Esa astracanada. Esa sucesión de imágenes delirantes que ha convertido Catalunya en el hazmerreír de España y media Francia, despertando la hilaridad del diario más influyente del mundo (Edición digital de The New York Times: “Campaña electoral X en Catalunya”.) Estamos fabricando marca, la marca de la república de las aceitunas. (Ya saben, The Olive Republics, Portugal, España, Italia y Grecia en los novísimos atlas de la geopolítica norteamericana.)
No, no estamos ante una nueva conspiración de Madrit. Y puede descartarse, casi por completo, que el astuto Centro Nacional de Inteligencia haya infiltrado agentes con la misión de incitar una autoparodia destructiva de la política catalana, para así allanar el camino de los grandes ajustes y laminaciones que en España se avecinan. Nada eso.
Un destacado exponente de la Barcelona guai, el comunicólogo Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor del president José Montilla durante esta legislatura, desvelaba ayer en las páginas de el diario El País que estamos ante una explosión creativa que preanuncia el definitivo tránsito a una sociedad de imágenes, en la que ninguna idea podrá ser difundida sin el correspondiente plano secuencia. Paren máquinas. La profecía del profesor Giovanni Sartori, eminencia de la Ciencia Política, sobre la evolución del Homo sapiens al Homo videns está teniendo su epifanía estos días en Catalunya. La joven jadeante del vídeo de Montilla es el primer eslabón de la Nueva Civilización Visual. Gutiérrez-Rubí, que es hombre listo, se cura en salud y admite algún posible defecto de fabricación: “Más allá del acierto estratégico, la oportunidad o la calidad de algunas de las ofertas, la campaña refleja una cierta caducidad del lenguaje político formal y la irrupción de una ciudadanía sin complejos y sin sentimientos de culpa que se ríe de la política, muy en serio”.
Barcelona innova. En 1992, los mejores Juegos Olímpicos. En el 2004, el Fòrum quiso “mover el mundo” y la ciudad entera ha logrado borrarlo de la memoria. La propuesta siguiente fue la “refundación de España” y no ha quedado ni un federalista vivo en trescientos kilómetros a la redonda. Con el paro al galope, un empréstito de 3.000 millones a precio griego y las pensiones en el alero, el último reto consiste, al parecer, en modificar las fronteras interiores del Sacro Imperio Romano Germánico sin pedir permiso a la Cancillería. ¡Hum!, tanta proeza es poca para el estructuralismo y sus derivados, el poderoso núcleo cultural desde hace treinta años hegemónico en Barcelona. Disfrazados del Profesor Franz de Copenhague se disponen ahora a reinventar la comunicación política. Nace la Era de la Videología. Cruje el euro, se desangra el empleo, se inflama la deuda, tiemblan las pensiones, se enervan los barrios, cunde la desmoralización entre los que menos tienen y el líder del partido socialdemócrata aparece disfrazado de Superman y una joven jadea.
Barcelona sorprende de nuevo al mundo y el domingo por la noche habrá, sí, unas risas muy en serio. Sin sentimientos de culpa no estaría tan seguro.
Elecciones en Cataluña: la cuadratura del círculo
Clemente Polo
El pasado 6 de octubre, el Circle d’Economia irrumpió en la precampaña electoral catalana publicando un comunicado de opinión insólito por cuanto la organización empresarial con sede en Barcelona se adentra abiertamente en un terreno que desborda su ámbito natural, el análisis de la situación económica desde una perspectiva empresarial, para exigir nada menos que “un nuevo Pacto Constitucional que favorezca… un mejor encaje de Cataluña y España”, pacto al que eufemísticamente se refiere en las conclusiones como “la reformulación sin renuncias del acuerdo institucional con España, para salir todos más fuertes del callejón sin salida en que nos encontramos”. Resulta cuando menos paradójico que quienes apelan “a la generosidad de la clase política” para que prime “el acuerdo realista sobre el discurso táctico y partidista”, propongan una salida tan compleja (si no imposible) sustentada en un diagnóstico de la situación política simplista y tendencioso.
Preguntas sin respuestas
A la perplejidad que suscita la llamada a rehacer el pacto constitucional (¿cuáles eran los términos del anterior y cuáles los del nuevo?) sin renuncias (¿se puede alcanzar un pacto cuando una parte no está dispuesta a hacer renuncias?) de Cataluña con España (¿acaso una comunidad autónoma puede negociar un pacto institucional con España?), hay que sumar las que plantea la infeliz asociación que se hace en el documento entre la actual “crisis económica” y la “superación del conflicto en Cataluña”, un asunto que el Circle considera “determinante para la evolución, urgente y necesaria, de nuestro modelo económico”. ¿No se ha repetido hasta la saciedad que el “conflicto” con España se remonta al menos al siglo XVIII, unos cuantos años antes de que se desatara la “crisis” económica? ¿Y no podría ser que, contrariamente a lo que sugiere el Circle, haya sido la dedicación casi a tiempo completo de los políticos catalanes a “superar” el conflicto durante los últimos siete años lo que ha ralentizado “la evolución del modelo económico”?
Para el Circle, “la sentencia del Tribunal Constitucional va a rechazar una parte del texto aprobado por los Parlamentos catalán y español y, posteriormente, sancionado por los ciudadanos de Cataluña”, provocando “la ruptura de alguna cosa entre Cataluña y España… [que] afecta al Pacto Constitucional o, dicho de otra manera, a la confianza que había permitido mantener este pacto a lo largo de 30 años”. Y ello ha provocado “en Cataluña… un malestar extendido y la creciente idea de trato injusto por parte de España, tanto en lo económico como en el reconocimiento de sus legítimas aspiraciones, que lastran el progreso del país”.
Causas del malestar
¿Existe una relación causa-efecto entre la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el recurso de inconstitucionalidad del Estatut presentado por el PP y “la ruptura de alguna cosa” que ha originado el crecimiento del malestar en Cataluña? Una cosa es que la sentencia del TC sobre el Estatut -aprobado por el 54 % de los diputados en el Congreso y refrendado por el 36 % de los catalanes- no haya gustado ni al PSC, ni a CDC, ERC e ICV-EUiA, los partidos independentistas catalanes (PIC) ni a los 545.244 catalanes mayores de 16 años (el 17,8 % del ‘censo’ electoral) que han votado sí en las consultas independentistas celebradas en Cataluña en 2009 y 2010, y otra muy distinta que la sentencia del TC sea la causa del malestar. Que las consultas independentistas se hayan celebrado en la mayoría de las poblaciones bastantes meses antes de que se redactara e hiciera pública la sentencia hace pensar que no existe una relación significativa entre ambos hechos. Hay otros factores de mayor calado que han ido alimentando el malestar y la desconfianza de una parte de la sociedad catalana desde 1980. En primer lugar, la actitud de los gobiernos catalanes, que, con Pujol al frente, han responsabilizado a Madrid de los problemas (económicos o de otro orden) de Cataluña y, con grave irresponsabilidad, han trasladado a los ciudadanos la noción de que los catalanes están siendo expoliados por los españoles.
El adoctrinamiento no ha tenido tanto éxito como Pujol, Mas y sus seguidores esperaban, pero sí ha conseguido que casi 18 de cada 100 catalanes mayores de 16 años acepten hoy tales puntos de vista como verdades incontestables y fíen la solución de todos sus males a la consecución de la independencia. En segundo lugar, la aprobación del nuevo Estatut en 2006 y del nuevo sistema de financiación de las CCAA en 2009, que, lejos de apaciguar los ánimos como ingenuamente esperaban el PSC y el PSOE, ha dado nuevas alas al movimiento independentista que ve ahora más cerca la meta.
Higiene democrática
¿Deberíamos tras la sentencia del TC revisar el “Pacto Constitucional”, como urge el Circle, para contrarrestar el creciente malestar en Cataluña? Por higiene democrática, pienso que no. Para empezar, hacerlo equivaldría a aceptar que el TC no está capacitado para examinar las leyes aprobadas en el Parlamento catalán y las Cortes Generales, y determinar si aquéllas se ajustan o no a la Constitución. El TC constituye una pieza clave en el control de los poderes ejecutivos y legislativos y la pretensión de la Generalitat de convertirse en la última instancia de legitimidad, negando como ha hecho una y otra vez durante los últimos meses al TC capacidad para resolver los recursos interpuestos contra el Estatut, resulta tan disparatada como las pretensiones que los motivaron: fundamentar la autonomía de Cataluña en los derechos históricos, imponer el catalán como la lengua de uso preferente en las Administraciones Públicas y medios de comunicación de titularidad pública, desgajar el sistema judicial catalán del español, impedir a los catalanes -españoles residentes en Cataluña- poder apelar al Defensor del Pueblo, etc.
El sentimiento de malestar de la mayoría de la clase política catalana y del 17,8 % de catalanes independentistas es un hecho que merece la atención de “los grandes partidos españoles” y del Estado, pero de ahí a aceptar que hace falta “optar por un nuevo Pacto Constitucional” para resolver el problema va un largo trecho. El Título X de la propia Constitución contempla la posibilidad de reformarla sin necesidad de abrir un período constituyente, exigiendo en buena lógica contar para ello con mayorías cualificadas, imposibles de alcanzar cuando el propósito de la reforma es satisfacer intereses minoritarios. Aunque guiado por buenas intenciones y consciente de los riesgos que entraña “focalizarnos únicamente en el conflicto institucional”, el Circle se equivoca al reclamar altura de miras para alcanzar un “nuevo Pacto Constitucional que favorezca… un mejor encaje de Cataluña en España”, porque para los PIC el único encaje posible es la independencia.
Clemente Polo. Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico. Universidad Autónoma de Barcelona.