Hacen como que no nos oyen
Salvador Cardús i Ros
¡Agua, os pedimos, agua, y, vos, señor, nos dais viento», canta María del Mar Bonet en una de sus bellísimas e impresionantes canciones. Y yo no sabría expresar mejor la situación que se creará en nuestro país a raíz de las elecciones del día 28 de noviembre. Es decir, nos encontraremos, por un lado, con una ciudadanía que mayoritariamente ha tomado conciencia de que el autonomismo es una vía muerta que no lleva a ningún sitio, y por otro, unas ofertas electorales que estrechan el horizonte -aunque tozudas en negociar con España – o escasas de organización, por improvisación o juventud. De modo que mientras el país está sediento de nuevos y ambiciosos horizontes, nuestro sistema político nos ofrece viento, con propuestas condenadas de antemano al fracaso.
La situación tiene una explicación fácil: la potencia y la precipitación de los hechos ha atrapado a la estrategia siempre miedosa de la política. La tortilla se dio la vuelta desde aquel viernes 30 de septiembre de 2005, en el que, como el resto de partidos, CDC celebraba en una nota de prensa que se hubiera aprobado «un Estatuto ambicioso y a la altura de los anhelos de Cataluña», hasta la evidencia, justo cinco años después, de la impotencia de un nuevo Estatuto que tras el cepillado en las Cortes, ha sido finalmente sometido a una constitucional castración química y quirúrgica. Hasta el 2003, la representación política en el Parlamento mostraba una cara más nacionalista de lo que el país era en realidad. La aspiración nacional quedaba sobrerrepresentada políticamente, también por las virtudes representativas del presidente Pujol. Y este desequilibrio, por decirlo así, en 2003 se mantuvo, sin exagerar, con la contundente victoria de ERC y sin que CiU se hiciese daño. No es extraño que todo el proceso de reforma del Estatuto estuviera bajo la sospecha, remarcada insistentemente por el PP y el resto de detractores, de que la gente no la había pedido ni la sentía como necesaria.
Pero la tortilla, como decía, se ha vuelto rápidamente. Ahora, y tras la experiencia de las consultas por la independencia, con un éxito incomparable con ninguna otra movilización que se haya conocido nunca en nuestro país, es la ambición nacional la que ha pasado ante la representación política. Las encuestas nada sospechosas de condescendencias ni complicidades de El Periódico o La Vanguardia lo dejan bien claro. La última de esta semana, el Racòmetro de RAC 1, insiste en las mismas proporciones: el 48,8 % de los encuestados votarían sí en un referéndum sobre la independencia, mientras que un 9,7 % están indecisos y un 41,4 % dirían no.
Ahora bien: esta predominancia de la ambición de emancipación nacional que detectan las encuestas desde hace varios meses, incluso antes de la sentencia del Constitucional – y que, por tanto, no parece reactiva -, cuando se traduce en expectativa – aún lejos del día de las elecciones, también hay que decirlo, resulta que el voto a propuestas explícitamente independentistas cae a poco más del 10 por ciento. ¿A dónde podrían ir a parar el resto de partidarios de la independencia? Un poco entre todos los partidos no independentistas, a CiU especialmente, pero también muchos a ICV, muchos al PSC, incluso al PP -un 10 por ciento de antiguos votantes la quieren-, mucho al voto en blanco y una cantidad importante a la abstención. Pues bien: es este contraste el que hace visible el nuevo desequilibrio, ahora en sentido contrario al de los primeros veinticinco años de Generalitat restaurada. Hay más ambición nacional que oferta política sólida y fiable que sea capaz de recoger explícitamente la aspiración nacional de los catalanes.
Se pueden hacer muchas especulaciones sobre los porqués. Pongamos, en primer lugar, que el deseo explícito de independencia no haya cuajado claramente en un compromiso independentista. Es decir, se puede pensar que sería favorable a una independencia a coste cero y altos beneficios, pero que de momento no está dispuesto a asumir unos riesgos que encuentra excesivos. También puede haber quien apueste claramente por la independencia, pero que crea que ante la crisis y la sensación de desgobierno, hoy por hoy, es mejor resignarse a votar una fuerza que, sin desviarse del camino, sea más moderada y, sobre todo, esté bien preparada para gobernar, como CiU. Es más difícil saber cómo se hace compatible querer la independencia y votar PSC o PP, y aquí aún podría haber sorpresas. Finalmente, puede haber muchos de los que quieren la independencia que no encuentren lo suficientemente sólidas las ofertas explícitas que se les hacen, sea ERC o sean las nuevas propuestas de Reagrupament o la improvisada Solidaritat.
Sea como como sea, tenemos la evidencia de un país que no se resigna a la situación actual, y una oferta política muy por debajo de esta ambición. Las lúgubres apelaciones a no fragmentar el país del PSC, el imposible concierto económico de CiU, la propuesta, más propia de unos juegos florales, de ICV para conseguir Estado propio dentro de una España confederal y plurinacional – sería más fácil querer ser miembro de la Confederación Helvética -, e incluso la para mí errónea estrategia de ERC de empezar la casa por el tejado con un referéndum, no están a la altura de aquello a lo que aspiran la mayoría de catalanes. Y, probablemente, las nuevas formaciones tampoco son percibidas -con razón o sin – a la altura del rigor que exige el horizonte de la independencia.
«Agua, os pedimos, agua, y vos, señor, nos dais viento y nos dais las espaldas y hacéis como que nos oís». Esta es la realidad: los partidos hacen como que no nos oyen. De momento.
Cacofonía o eufonía
Ferran Mascarell
Si las encuestas electorales aciertan y los catalanes así lo decidimos votando, el próximo Parlamento será ideológicamente más troceado que el actual. Parece que habrá más minorías y partidos grandes más débiles. Algunos analistas lo celebran como un signo democrático de pluralidad política. Pienso que, en términos nacionales, es una mala noticia. Como dice el politólogo Joan Botella, la irrupción de nuevas minorías supondrá que se acentúe más el narcisismo de las pequeñas diferencias y que la política catalana incremente el debate de detalle diferenciador en lugar de reforzar la unidad. Aumentará la cacofonía argumental en lugar de la finura argumental.
Comparto la tesis del presidente Montilla sobre que estas elecciones suponen una encrucijada importante en términos históricos. Sale del primer plano de la política la generación de la Transición y gobernará una nueva generación de políticos que tendrá que afrontar una combinación de problemas sin precedentes: crisis económica global y crisis política e institucional de las relaciones con España.
Hacer frente a la crisis económica y a la reformulación del sistema económico catalán necesitará acuerdos de fondo entre las fuerzas políticas catalanas. La crisis de la política y de la participación ciudadana exigirá acuerdos entre las fuerzas políticas catalanas. Afrontar la pugna con el españolismo uniformista y con el aparato del Estado precisará también acuerdos. Cuanto más triturado y cacofónico sea el Parlamento catalán, más difícil será que se construyan mayorías para ganar los tres combates mencionados. Combates que habrá que afrontar a la vez, que están muy relacionados y que condicionan la riqueza, el bienestar y la identidad de los catalanes de ahora y los del futuro.
A diferencia de lo que pronostican las encuestas, creo que al país le conviene más concentración política y menos dispersión. Seamos del color ideológico que seamos, para poder afrontar los problemas de Cataluña nos conviene tener un Parlamento capaz de enfocar con energía y finura el origen de los problemas y dar una respuesta unitaria, capaz de plantear soluciones que nos convengan como pueblo. Es bueno que el Parlamento catalán sintetice nuestra realidad plural, pero a los catalanistas nos conviene un centroderecha y un centroizquierda comprometidos con la nación y capaces de forjar pactos de fondo que sólo la fuerza de una amplia mayoría de catalanes podrá hacer realidad. La única fuerza real de Cataluña es que los ciudadanos hagan oír su voz de manera conjunta, más allá de la filiación política particular. Poco avanzaremos si los próximos cuatro años tenemos un Parlamento con mayorías débiles y si la Cámara catalana se convierte en una jaula de grillos de grupos y grupitos. No nos conviene nada un Parlamento dedicado a cultivar las pequeñas diferencias y los narcisismos personalistas. No avanzaremos si el Parlamento se convierte en un artefacto tan cacofónico que ni se le escuche en la sociedad.
Catalunya necesita relatos sólidos sobre el país que quiere ser, necesita mayorías políticas amplias que permitan gobiernos y oposiciones solventes, pero por encima de todo necesita mayorías sociales comprometidas y fuertes. Estimular el voto exige que quienes nos quieren gobernar se comprometan a ir más allá de sus formaciones y mayorías parlamentarias en todo lo que es de interés nacional, en todo lo que es el contenido real del país, en todo aquello que supone construir un relato compartido, global y coherente. Todo ello quiere decir que el excesivo fraccionamiento del Parlamento matará las sinergias que necesitamos para afrontar nuestros desafíos. Quiere decir que estamos decidiendo entre cacofonía o eufonía.
Ferran Requejo: «La independencia es hoy la única vía»
Ferran Requejo cree que la sentencia del TC sobre el Estatut deja abierta la vía de la independencia. Advierte que el camino no será fácil, que el proceso será complicado y muy largo y que habrá que construir un gobierno sólido que lidere y establezca complicidades para promoverla. afirma en un artículo en La Vanguardia, en el que asegura que hay quien «confunde una declaración de independencia por parte del Parlamento con conseguir realmente la independencia«. En este sentido se pregunta: «¿Alguien cree que Catalunya será independiente sólo porque su Parlamento lo declaro en ella ?«.
Requejo subraya que «las cosas son más complicadas«, pero asegura que «la independencia es hoy la única vía, pero hay que transitarla bien«. que es «precipitado» plantear la independencia para la próxima legislatura, ya que previamente se deben cumplir los siguientes requisitos. En primer lugar, es necesaria «una mayoría interna amplia que hay que construir«, en segundo lugar, «un liderazgo transversal claro«, en tercer lugar, una «legitimidad internacional y europea contrastada«, en cuarto lugar, «un pacto entre partidos y sociedad civil -más nacional que nacionalista– «, en quinto lugar, «una planificación de qué acciones emprender cuando la otra Parte Contratante reaccione como es previsible«, y en sexto lugar, «tener respuestas contundentes, pero intelectuales refinadas, sobre qué implica la independencia en los ámbitos económico, político, cultural, etc. «
Requejo cree que sobran argumentos, pero que estamos al principio de un proceso. Por ejemplo, «la independencia no se hará sin CiU. Y es lógico que CiU no se declare hoy independentista. Es demasiado pronto«. Requejo finaliza el artículo afirmando que «hoy hace falta un gobierno sólido, que forje complicidades internas e internacionales, y muestre profesionalidad en la reflexión y en la acción. No es todavía un gobierno para conseguir la independencia, pero sí para promoverla y no plantear obstáculos«.
¿Queremos o no queremos la independencia?
Mercè Escarrá
(Solidaridad Catalana de Girona)
Cuando la euforia en el Parlamento de Cataluña estalló tras la aprobación de la ley que abolía las corridas de toros , nadie lo decía pero todo el mundo sabía perfectamente que pronto esa alegría que suponía un paso adelante en la defensa de los animales quedaría en nada . Y es que en la España cavernícola no le ha hecho ninguna gracia que esOs separatistas del tercio norte intenten acabar con su fiesta nacional. Es por este motivo que la Defensora del Pueblo se ha apresurado a interponer un recurso de inconstitucionalidad contra esta ley . Y el Tribunal Constitucional le dará la razón , en esto y en cualquier aspecto que suponga dinamitar las escasas competencias que nos ha dejado ese golpe de efecto al genocidio de nuestra nación conocido por todos como la sentencia del Estatut . Ahora ya no nos dejan ni decidir si queremos ser unos cafres como ellos y seguir maltratando animales o si queremos ser más civilizados y hacer leyes que los protejan de ciertas salvajadas .
La pregunta es , si no podemos decidir cómo protegemos a los animales , como nos lo dejarán hacerlo sobre otras cuestiones de mucha más trascendencia . El derecho a decidir lo llaman algunos partidos .¿ A decidir qué? ¿A quién damos la medalla de la pesca de la Generalitat? Porque poco más tenemos que decir sobre cómo gestionamos nuestra casa . La prepotencia que lleva implícita una ocupación militar es tan grande que dinamitan cualquier intento de autogestionar la nuestra , ellos mandan y nosotros tenemos que callar mientras nuestros políticos se empeñan en hacernos creer que el Parlamento sirve para algo y que se toman decisiones importantes .
¿Qué salida le queda a una nación que no puede decidir donde pone un cementerio nuclear , como gestiona la inmigración , qué sistema quiere utilizar para organizarse territorialmente o por donde quiere hacer pasar el tren de alta velocidad ? . Y la necesitamos ahora , hoy y no dentro de diez o veinte años . Y todo lo que no sea la independencia , declarada democráticamente por el Parlamento de Cataluña no nos llevará a ninguna parte , sólo a un sentimiento de frustración colectiva y al hundimiento en esta desgracia que supone ser una menospreciada y explotada colonia española .
¿Queremos o no queremos la independencia ? ¿siendo el último reducto de este imperio mesetario , casposo y con tufo a naftalina perpetuando así el robo y el genocidio cultural? ¿Continuaremos yendo a pedir migajas a Madrid con el rabo entre piernas mientras vemos cómo crecen las hierbajos en las obras de un desdoblamiento de la N- II que no llegará nunca , o queremos tener un estado propio y librarnos de las cadenas españolas ? La primera opción es la de los partidos parlamentarios autodenominados independentistas , nacionalistas , soberanistas , la de los que proponen referendos , derechos a decidir y otras utopías fruto de la cobardía , de la comodidad que supone sentarse en un escaño y pensar que quien día pasa año empuja . La segunda opción es la de Solidaridad Catalana , la de la valentía y la determinación , la de quien cree que la independencia no se pide sino que se toma y que se ha de tomar ahora porque ahora SI que toca .
Ya no se trata sólo de un tema económico , es esencialmente un tema de identidad y de dignidad nacional; debemos hacerlo por nuestros abuelos y bisabuelos que dejaron su vida para conseguir una nación libre pero que no llegaron a ver nunca . Y lo tenemos que hacer por nuestros hijos y nuestros nietos , para dejarles un país mejor del que nos hemos encontrado nosotros . Para que ellos ya no tengan que ser independentistas .