Salvador Cardús
Todo depende de nosotros
En Vic, poca broma, el voto independentista del pasado domingo, en números absolutos y respecto al de las elecciones del 2006, fue 5,35 veces más grande que el que había obtenido el PSC y 15,21 veces superior que el del PP. De hecho, en Vic, el voto independentista ha igualado, en número absoluto de votantes, a todo el voto sumado de CiU, ERC y PSC en las últimas elecciones catalanas. En Sant Cugat, por poner el caso de una ciudad con una composición demográfica muy diferente, el voto independentista fue 2,38 veces más grande que el del PSC y 3,83 veces superior al del PP, también en relación con las elecciones del 2006. Es cierto: los resultados no son estrictamente comparables. Por un lado, los invitados a votar eran más en las consultas porque se añadían los jóvenes de 16 y 17 años y la población inmigrada empadronada. En cambio, de la otra, la capacidad para convocar y organizar las votaciones eran infinitamente inferiores en recursos humanos y económicos y en capacidad propagandística para llevar a los ciudadanos a las urnas. Sólo el genio organizador de personas como López Tena y la generosidad de miles y miles de voluntarios pueden explicar el éxito.
También hay que decir que, si bien la participación en unas elecciones ordinarias es concebida como un deber cívico que se intenta imponer culpabilizando a la abstención, la participación en las consultas fue la expresión de una voluntad libre y gratuita, y en este sentido, un gesto de un extraordinario valor político, aunque sin efectos institucionales. Para usar la vieja expresión del jesuita Díez-Alegría, el gesto fue gratuito, pero no superfluo. Y, por si alguien todavía dudaba de si la trascendencia de la consulta era la exageración interesada de una parte, la presencia de 140 periodistas extranjeros acreditados puso en evidencia el menosprecio –en español tienen una palabra más exacta: ninguneo– que determinada prensa, analistas y políticos de aquí y de España han hecho de las consultas del 13 de diciembre pasado. ¡Que santa Lucia les conserve la vista!
Establecida la magnitud cuantitativa de la respuesta, habría que valorar, además, algunos aspectos más cualitativos. En primer lugar, es muy importante adivinar si estamos ante un movimiento reactivo, de una desahogo, de agua de borrajas –como en tantas otras ocasiones– o ante un movimiento de fondo, sólido y progresivo. Y mi opinión es que todo hace pensar en lo que Bru de Sala ha calificado de movimiento tectónico, es decir, que afecta a la misma estructura, a los fundamentos, del mapa político catalán. Naturalmente, el movimiento tectónico tiene una causa: la conciencia muy generalizada del fracaso definitivo de las diversas expectativas sobre las que se construyó el proceso de cambio estatutario. Al Estatuto ya sólo se acogen los políticos que no se pueden escapar del orden jurídico en que basan su legitimidad. En este sentido, el independentismo que ahora emerge no es esencialista, no es resultado de un movimiento telúrico y ancestral ni consecuencia de la revelación divina. Tampoco es étnico. Con pocas excepciones, es estrictamente político y consecuencia de una reflexión racional. De forma que no podemos denominar reactivo –es decir, superficial, resultado de un enfado colectivo– este independentismo pleno de buenas razones.
La segunda cuestión a plantear es a quien pertenece el éxito de las consultas. Pues bien: el éxito es de quienes fueron a votar. Ciertamente, hubo muchos cómplices necesarios, incluidas las amenazas e improperios de los adversarios, que todo ayuda. En el corto plazo, se tiene que reconocer que la consulta de Arenys de Munt es el desencadenante de una gran idea que ahora ha sido repetida a escala más amplia. En la ejecución, el éxito es sobre todo de los voluntarios –dicen que cerca de 15.000– que trabajaron por el país como hacía tiempo que no se veía hacer. Y, está claro, también hay que agradecerselo a las personas que lo lideraron, especialmente a las que estuvieron al pie del cañón. Ahora bien, en este punto hay que advertir que la tentación de algunas plataformas de atribuirse méritos que no les corresponden y la existencia de algunos personalismos desmesurados han amargado la victoria mientras todavía lo estábamos celebrando, han dado munición fácil a los adversarios y han estado a punto de estropear el balance. Mucha atención: entre las llamadas plataformas soberanistas hay de todo. Desde organizaciones de estructura e ideología estrictamente sectaria hasta aventurismos irresponsables pasando por personalismos que hay que situar abiertamente en el friquismo político. También buena fe, pero de la que adoquina el infierno. Y no es cierto ni que todo sume, ni que todo el mundo sirva para todo. La maduración política del independentismo tendría que hacerse dejando cada cosa en el lugar que le corresponde. Hay todavía demasiado resistencialismo mental, y ahora ya estamos en una nueva etapa, que es y tiene que ser propositiva, menos propensa a los manifiestos y a las concentraciones y más dirigida al pensamiento estratégico. Esta etapa, que comportará la desaparición de quien no se adapte, permitirá discernir el grano de la paja. Es decir, la generosidad patriótica de la patología que se envuelve con la bandera.
Y esta última consideración me lleva a una reflexión final sobre las perspectivas de futuro: las consultas abren puertas, pero todavía no señalan caminos. Mi confesada resistencia inicial a estas consultas era precisamente porque no se inscribían en una estrategia a medio y largo plazo. La mayoría de los promotores sólo habían calculado hasta el día 13. Pero había que haber pensado en el 14, el 15, el 16… que es cuando se hizo visible la improvisación y la discordia. ¿A quién se le podía ocurrir pronosticar un 40 o un 50 por ciento de participación sin pensar en las consecuencias, el lunes 14, en caso de no llegar? ¿Y a quien se le podía ocurrir convocar una consulta en Barcelona –presentándola como “punta de lanza”– sin la garantía de la estructura de voluntariado necesaria? ¿Quién representa qué para improvisar una iniciativa legislativa popular (ILP) para pedir un referéndum oficial imposible para el 25 de abril, más con voluntad destructiva y antipartidista más que para sumar victorias a la anterior?
Soy de los que quieren la independencia de Cataluña. Pero no me engaño: apenas hemos empezado a expresar una voluntad, en muchos casos titubeando todavía. Y el camino no está dibujado ni lo sabemos. Sobran, pues, las frivolidades. Y a las voluntades frágiles, ahora hay que sumar inteligencia. Y tenacidad. Y fuerza. El pasado jueves, el lehendakari Ibarretxe estuvo en Barcelona y le escuché decir que lo que hay de más bello en política es depender de uno mismo para lograr los objetivos. Es lo más bello, sí, y lo más comprometido, también. Y ahora estamos en este punto.
Felices Navidades.
Publicado por Avui-k argitaratua
Ferran Mascarell
¿A quién sumar y como sumar?
Uno: Sabemos lo que sabíamos. En Cataluña hay el número de independentistas que se suponía. Cataluña no será independiente en un futuro inmediato. La otra gran mayoría de ciudadanos se reúnen bajo un variado etiquetado (autonomistas, federalistas, soberanistas no independentistas, constitucionalistas de la actual constitución, constitucionalistas a favor de una constitución plurinacional) que en general reclama el pleno reconocimiento nacional y el máximo autogobierno en el marco de un Estado compartido. Nada nuevo.
DOS: Los defensores de la dignidad de Cataluña son muchos, pero con una escasa traducción política práctica e inmediata. La correlación de fuerzas suma lo que suma. No hay suficientes independentistas para conseguir la independencia, ni bastantes constitucionalistas para imponer una España plurinacional. El autonomismo es complicado, el federalismo es difícil y el independentismo es espinoso. En política –decía el estimado Jordi Solé Tura– todo es una cuestión de correlación de fuerzas.
TRES: ¿A quién sumar y como sumar? Esta es la cuestión. ¿Cómo ligar las estrategias institucionales de los diferentes partidos con una corriente de base que permita ganar batallas parciales? ¿Cómo seguir sumando para seguir mejorando el bienestar de los catalanes? ¿Cómo avanzar en el autogobierno? ¿Cómo aprovechar al máximo y sin excusas el autogobierno actual, tan parcial e imperfecto como se quiera, a menudo desprotegido desde el Estado, por real e imprescindible, para mejorar la vida diaria? ¿Cómo hacer frente a la quiebra de los planteamientos económicos y sociales que han dominado el mundo durante los últimos 30 años? ¿Cómo las fuerzas políticas catalanas –gobierno y oposición– plantean soluciones para recuperar la riqueza perdida? ¿Cómo se recuperan niveles de trabajo aceptables, especialmente para los jóvenes? ¿Cómo se consolida la nueva economía del conocimiento? ¿Cómo se da a la ciudadanía un marco de pertenencia que nos permita comprometernos con el país y nuestro futuro?
CUATRO: A los catalanes –autonomistas, federalistas o independentistas– no nos conviene confundir la búsqueda de un marco institucional adecuado con la pretendida solución mágica de los problemas sociales y económicos que hoy nos rodean. Modelo institucional y modelo de sociedad son cosas que van ligadas –muy ligadas– pero no son idénticas. Una hipotética independencia, por sí misma, no resolvería las preguntas que el futuro nos plantea. Seríamos extremadamente ingenuos si así lo creyéramos. Podemos imaginarnos ser una nación independiente –o compartir un Estado– y ser un desastre de sociedad. Y viceversa: podemos instituir una sociedad digna en un marco institucional deficitario. Así nos hemos administrado durante 300 años.
CINCO: Se están produciendo transformaciones sociales y culturales de fondo, ahora; y es ahora cuando hacen falta decisiones audaces. Es ahora cuando hay que consolidar los vínculos de identificación entre la gente, cuando hay que asegurar los beneficios del Estado de bienestar, cuando hay que decidir qué nación cultural, social, económica queremos. Es ahora cuando hay que asegurar el futuro de las próximas generaciones. Ser nación es un derecho y una reivindicación, pero es también una acción de construcción cotidiana y compartida.
SEIS: ¿Entonces? Sería sensato que la sociedad catalana cerrara frentes, agrupara fuerzas y fuera extremadamente rigurosa. Rigor en la defensa y aplicación del Estatuto. Rigor federalista e independentista. Rigor unitario ante la sentencia. Rigor ante las maniobras del Estado. Rigor en las propuestas sobre el modelo de país a construir. Rigor contra las divisiones innecesarias y en función de futuribles ideológicos lejanos. Rigor que permita construir un frente político y cívico capaz de afrontar con solvencia los problemas actuales. Rigor a la hora de construir un catalanismo que –sin excluir su pluralidad de opciones a medio plazo– sepa desplegar los grados de unidad que nos permitan mejorar el autogobierno. Rigor político para que todo el mundo pueda tener motivos para creer que luchar por el Estatuto, el federalismo o el independentismo tiene algo a ver con su vida.