Hemeroteca: AVE español

Avui

Sebastià Alzamora

Pedagogía radial

Siguiendo una especie de predestinación fatal que persigue a los presidentes de la Generalitat, hace un par de días José Montilla se fue a Madrid, a hacer pedagogía. El aula elegida para dar la clase no podía ser más adecuada: el Senado, una cámara que todo el mundo sabe que no sirve para nada. Como la pedagogía, por otro lado. Por lo menos, la pedagogía política que intenta explicar Catalunya en España con el invariable resultado de estrellarse contra un muro de cemento enriquecido con titanio. En el caso de Montilla, el propósito escolástico adquiría dimensiones metafísicas: se trataba de explicar por qué sería necesario que el Tribunal Constitucional se renovara un poco, dada la circunstancia de que la mitad de sus miembros se encuentran en situaciones que ciertamente se pueden tildar de peculiares , y que comprenden desde la caducidad del cargo hasta la recusación, pasando por la muerte lisa y pelada. Más que un ejercicio de pedagogía, lo que se había impuesto hacer el presidente de la Generalitat era una sesión de catequesis.

Y, sin embargo, hay que reconocer que la expedición evangelizadora tuvo algunos momentos memorables. De entrada, asistimos a una exhibición nada despreciable de multilingüismo por parte del presidente Montilla, que quiso demostrar que en el aprendizaje de lenguas nadie le gana y se descolgó también con frases en español, gallego y euskera. Le faltó sólo pronunciar algunas palabras en valenciano, pero no pasa nada porque ya se contó con el presidente balear, Francesc Antich, que habló en el mallorquín de Algaida. Al día siguiente supimos que a María Dolores de Cospedal tanto prurito lingüístico le había puesto mala y le había pareció «patético». Lástima, carajo. Para desintoxicarse, habría tenido suficiente con prestar atención a su queridísima compañera de filas Alicia Sánchez-Camacho, que echó mano del español para proclamar bien alto y bien fuerte que «Cataluña es España», idea que repitió unas cuantas veces porque debía tener miedo de que no se le entendiera, de tan innovadora.

Con todo, la palma de oro se la llevó un tal Francisco Granados, que dice que es consejero de Gobernación de la Comunidad de Madrid, sea eso lo que sea. Fue el que soltó la gilipollez del día cuando dijo aquello que «seguro que lo primero en que piensa un catalán cuando se despierta es en la renovación del TC». Al oírlo, me vino a la cabeza el excelente reportaje que Quim Torrent publicó el pasado domingo en Avui (el maestro Iu Forn lo elogiaba ayer, pero no quería dejar de añadirme a la ola), que explicaba el ruinoso despropósito de la red del TGV español (AVE para los amigos). Resulta que en EEUU no se atreven a construir una línea de alta velocidad que una San Francisco con Los Ángeles porque no tienen claro que les resulte rentable, mientras que en España se puede llegar a construir un AVE para comunicar Teruel con Madrid: lo más importante, naturalmente, es que todo el mundo esté conectado con Madrid, «coser España con hilo de acero», como resumió, poética, Maleni Álvarez. El sueño de la España radial, contra el que se estrella una y otra vez toda pedagogía concebible. Yo tampoco sé en qué piensan los catalanes cuando se levantan de la cama, pero sí sé que, al menos a mí, hay cosas que consiguen hacerme jurar en arameo. Cosas que pasan cuando eres ciudadano de un Estado plurilingüe.

 

Público

JOAN GARI

El centralismo es un mal negocio

Donde mejor se ha retratado el absurdo del centralismo en los últimos años es en la política de infraestructuras. Felipe inauguró el AVE entre Madrid y Sevilla y, veinte años después, estas vías veloces continúan sin conectarnos con Europa. España será la región continental con más quilómetros de alta velocidad pero, ¿para ir adónde? En tiempos de vacas flacas, deberíamos empezar a reclamar una cierta cordura. El mes que viene, por ejemplo, los ministros de transportes de la Comisión Europea se reunirán en Zaragoza para analizar el futuro de las redes transeuropeas. José Blanco debería cumplir entonces su promesa de incluir el eje mediterráneo entre los proyectos que no admiten más dilación.

El AVE está a punto de llegar a Valencia pero, ¿de qué sirve que un pasajero desde esta plaza pueda plantarse en Madrid con más celeridad cuando las empresas del País Valenciano y de Catalunya (que generan más del 30% de la riqueza española y casi el 50% de las exportaciones) no pueden enviar por tren sus mercancías hacia el interior de Europa por culpa del modelo radial del sistema ferroviario? Quizá algún guasón sugiera que las mercancías descargadas en los puertos de Valencia y de Barcelona pasen por Madrid antes de llegar a Francia…

El centralismo es un mal negocio porque no es eficiente, ni (eco)lógico, ni útil. Se equivocan quienes plantean una alta velocidad recreativa y turística, pensada para que los madrileños visiten las “provincias” y viceversa. Por desgracia, nuestro sector exportador no necesita visitas turísticas, sino ejes productivos que dinamicen la economía. ¿Se habrá entendido la lección?