Después de la manifestación

A partir de hoy

Salvador Cardús i Ros

Más allá de la gesticulación ridícula sobre el encabezamiento de la manifestación, sólo comprensible en términos de «rabieta institucional», la nueva modalidad de afirmación política cuando el Tribunal Constitucional ya te ha tomado casi todos los atributos de poder, la gran cuestión de la semana ha sido otra. Lo que ha preocupado «realmente» a los catalanes ha sido saber qué pasaría al día siguiente de la gran manifestación. Había -hay- un cierto escepticismo sobre si seremos capaces de aprovechar toda la energía cívica que finalmente, de manera contundente e inapelable, se hizo notar por las calles de la capital de esta nación que acaban de convertir en inconstitucional.

La preocupación tiene su fundamento. No sería la primera vez que una manifestación de afirmación nacional termina en un agua de borrajas. Incluso, los partidarios del determinismo histórico y que creen en la fatalidad del carácter inalterable de los pueblos atribuyen a los catalanes una debilidad por las llamaradas y las expansiones esteticistas -se ve que certificadas por un gran filósofo español-, que siempre irían seguidas de una absoluta falta de compromiso real. Y, de hecho, últimamente hemos podido leer toda una batería de artículos que pronostican nuestra incapacidad para cambiar la realidad a causa de este talante. Unos pronósticos que nunca acabas de saber si vaticinan el futuro o si no van más allá de lo que en inglés se llama wishful thinking, es decir, de un pensamiento que confunde deseos con realidad.

Es cierto, sin embargo, que las principales fuerzas políticas han quedado descolocadas y no saben explicar de manera creíble cuál es el camino que nos puede llevar al horizonte ambicioso que el país necesita y desea. Tampoco conocemos bien, todavía, las fuerzas políticas nuevas que sean su alternativa. Y hay dudas de si dispondremos de los líderes necesarios en las instituciones civiles para dar respuesta a los enormes desafíos que tenemos delante. Cuando ahora se habla de «rehacer los puentes con España», como pedía el presidente del Fomento del Trabajo, Joan Rosell, el presidente Montilla en la misma noche de la sentencia, se descubre hasta qué punto ciertos personajes han renunciado a ser líderes y se han convertido en rémoras para unos nuevos tiempos que ya no admiten preocupaciones antiguas.

¿Hay, pues, razones para el desánimo, para pensar que todo acabará en nada como esperan, con gesto indiferente -pero vigilándonos por el rabillo del ojo- los españoles? No, de ninguna manera. En estos momentos, ya hay miles y miles de catalanes que trabajan por el país, que han decidido que quieren sacarlo del callejón sin salida al que ha conducido este proyecto fracasado de reforma estatutaria. En estos momentos, hay miles y miles de catalanes dispuestos a hacer el esfuerzo de cambiar sus rutinas diarias para tensar la musculatura de un país que tendrá que afrontar grandes transformaciones si quiere tener futuro. Y es a partir de hoy cuando tenemos que ir desgranando esta gran expectativa en respuestas concretas, comprometidas, inteligentes y democráticamente impecables.

Pongamos algunas. En primer lugar, tenemos elecciones en la esquina. Los partidos tendrán que hacer propuestas de futuro sin liarnos en caminos que, tras el rodeo, nos llevan más atrás de donde estábamos antes. Exijámosles. Y entonces, como electores, actuemos con responsabilidad dando el voto al que señale horizontes de verdadero progreso nacional. Que no nos vuelvan a decir que no nos preocupa nuestro futuro como nación. Los catalanes ya no queremos más promesas de esclavitudes supuestamente dulces pero letales: ahora exigimos -a pesar de saber el precio elevado y el riesgo- seguir caminos de verdadera libertad. Por lo tanto, tendremos que votar con coraje.

En segundo lugar, tenemos que imponernos un nivel de autoexigencia cívica y patriótica, que raye en la excelencia. Usar el catalán sin renuncias aguantando los dolores de cabeza que pueda provocarnos, y con el compromiso de hablarlo cada vez mejor. Adquirir productos etiquetados en catalán. Leer libros y prensa en catalán. Escuchar música catalana y radios que la pongan. Ver cine y televisión en catalán. Renunciar a los productos cuya publicidad no se haga en nuestra lengua. Asociarnos a las entidades que trabajan en la defensa de nuestra dignidad, haciendoles socios y participar generosamente en su financiación. Hacer una difusión cordial pero valiente de nuestras justas aspiraciones políticas y fiscales entre los compañeros de trabajo, amigos y familia. Denunciar los abusos y escarnios a nuestros derechos nacionales… Son pequeños cambios en nuestros hábitos cotidianos de una extraordinaria fuerza de transformación. ¡Imaginad que sólo un diez por ciento de los que votaron sí a la independencia en las consultas, más de 50.000 catalanes, decidieran de repente pasar a leer periódicos en catalán y de clara lealtad nacional!

Finalmente, claro, es necesario que se sigan desarrollando las múltiples formas de organización que a estas alturas ya trabajan por el país en diversidad de planes de compromiso y de objetivos. Que no se conozcan, no quiere decir que no existan. Puedo dar fe de que existen a centenares. Unas, porque trabajan con discreción. Otras, por su carácter local. La mayoría, porque han sido informativamente menospreciadas. Y, claro, porque todavía hay muchas propuestas que justo ahora acaban de madurar. Pero que nadie lo dude: el impulso de la manifestación de ayer nos permitirá dar el salto de calidad hacia delante que nos hace falta. Es la hora de la independencia, y ayer dimos el primer paso en este camino. Ahora, decidamos cuál será hoy nuestro gesto de compromiso personal para dar el segundo paso.

AVUI

 

Después de la manifestación

Ferran Mascarell

UNO: Tengámoslo presente: la manifestación ha sido muy importante, pero poco más que una gozosa demostración. El momento de la verdad empieza ahora. Demasiado a menudo el pueblo catalán se contenta con grandes estallidos que luego deja languidecer hasta hacerse imperceptibles. Ahora toca continuidad en las reivindicaciones, y claridad y tono de unidad en la política y la sociedad catalana. Es necesario que la política española entienda que el problema es de fondo. La sentencia debe suponer una inflexión inequívoca en la política catalana y en su manera de afrontar la relación con el Estado. Hay que mentalizarse. La respuesta tendrá su fase más aguda durante toda la próxima legislatura.

DOS: Pienso que el Parlamento debe hacer un último gesto de máxima expresividad simbólica como última medida antes de disolverse. Las instituciones municipales tienen la posibilidad de hacer cosas conjuntas. Las entidades cívicas tienen margen para mostrarse más beligerantes. Pasado agosto tocará campaña electoral. Será una campaña centrada en la doble crisis que nos encorseta: el Estado y la economía. Los partidos deberán ser precisos. Cataluña y el Estado, Catalunya y la crisis. No es poco. Los ciudadanos -desafectos con la política- no aceptarán mensajes vacíos, ni campañas demagógicas, ni recetas vacuas basadas en criticar a los contrincantes sin ofrecer propuestas claras. Las medias verdades y las ambigüedades serán castigadas. Ante la negación del Estatuto el pueblo exigirá claridad, concisión y verdad. Quien mejor lo exprese con más facilidad ganará las elecciones. Quien las gane no lo tendrá fácil. Deberá ser capaz de configurar un gobierno fuerte, tendrá que conseguir movilizar una gran mayoría social inequívocamente catalanista y dispuesta a dar consistencia a un ideario renovado de país, a una voluntad compartida de futuro y un dibujo preciso del modelo de Estado que necesitamos.

TRES: Me parece claro que la sentencia habrá supuesto la confirmación de una nueva fase del catalanismo. El catalanismo, desde mediados del XIX y hasta hoy, se ha configurado agregando la voluntad de recuperar la cultura, el derecho a ser nación y la democracia. El catalanismo de ahora sumará la voluntad de tener un estado adecuado. La respuesta de los catalanes tiene que ser ésta: la exigencia de un estado que responda con eficiencia a sus intereses y necesidades. Cultura, nación, democracia y Estado serán el fundamento del catalanismo veintiuncentista. Los catalanes queremos para siempre un estado eficiente y propio. Si es exclusivo o es compartido sólo dependerá de que en el futuro sea posible un pacto entre iguales. Personalmente soy partidario de situar las relaciones con la España actual -españolista y uninacional- en este imperativo: sólo será posible establecer desde un pacto entre iguales.

Pienso, por tanto, que la sentencia obligará a los voluntariosos federalistas catalanes a mover ficha: nos tendremos que desplazar hacia la opción de la independencia sin renunciar a nuestro afán federalizador. Para decirlo de otro modo: la España que la sentencia dibuja no deja más margen que reclamar la independencia, pero la Cataluña que queremos tampoco debe renunciar a su afán de federalización con los pueblos que lo rodean, sean en España o en Europa. Para decirlo a la inversa: si en España hay alguien que se quiera federar con los catalanes para construir un estado en igualdad de condiciones, ya nos lo dirán. Entretanto trataremos de construir una nación y un Estado que valga la pena y esté a la altura de los retos que tenemos.

 

La hora de la política

Josep Ramoneda

La manifestación de reafirmación catalanista y contra la sentencia del Estatuto reunió a un número ingente de ciudadanos en el centro de Barcelona, con ganas de decir de forma tranquila que Cataluña existe como nación política. Con este exitoso acontecimiento terminó la fase de los rituales. Y empieza la hora de la verdad política. La indignación serena que los ciudadanos expresaron en la calle es un sentimiento que surge cuando la gente se siente atropellada y que está en el origen de los grandes cambios sociales. La tarea del día después es darle traducción política. Si la sentencia del Constitucional marca el cierre del Estado autonómico, como es opinión extendida en Cataluña, ¿cómo traducir la respuesta ciudadana en políticas adecuadas para la nueva etapa que esta manifestación abre? Esta es la tarea que tienen por delante los partidos políticos y que debe guiar su comportamiento en la inminente campaña electoral catalana. Si los partidos, por una vez, fueran capaces de hacer una campaña electoral más política que propagandística, de las urnas podrían salir las alianzas adecuadas para poner en marcha la agenda compartida que la situación requiere.

Hay quien piensa que habría sido mejor que la sentencia no llegara en vigilias electorales. No estoy de acuerdo. Es precisamente la gran oportunidad de cambiar las inercias. De constituir mayorías o alianzas mayoritarias fuertes capaces de tomar la iniciativa. A Cataluña le ha llegado la hora de afrontar el futuro por sí misma.

Se han oído voces en Cataluña y fuera de Cataluña que dicen que las manifestaciones son gestos inútiles, expresiones de impotencia. No es verdad. La manifestación del 11 de septiembre del 77 está en la mente de todos todavía y sin ella la Transición probablemente habría sido distinta. Las movilizaciones contra la guerra de Irak cambiaron el curso de la política española. Y la manifestación de este 10 de julio puede tener un papel determinante en el futuro inmediato de Cataluña. No vale la demagogia de que el lunes la vida volverá a la rutina de siempre y los catalanes se irán de vacaciones como cada año. Naturalmente, nadie ha llamado a la insurrección. Se trata simplemente de comprometer a los partidos políticos a encontrar la hoja de ruta adecuada para que, con decisión, y sin rodeos innecesarios, Cataluña pueda alcanzar el autogobierno que se le niega. Lo que requiere mucha política, mucho pacto entre los partidos catalanes para la acumulación de fuerzas, mucha confrontación ideológica, en el sentido más noble de la palabra, hasta la configuración de las mayorías necesarias para emprender cambios de envergadura.

Se nota en algunos medios de comunicación conservadores cierto desdén, en el sentido de que una vez agotado el tiempo del ruido todo volverá a su cauce y se demostrará una vez más que los catalanes ladran mucho pero muerden poco. Corresponde a los partidos catalanes demostrar que las cosas han cambiado, pero corresponde también a las élites locales, especialmente a las económicas, siempre tan lampedusianas, no frustrar las expectativas generadas. No vale manifestarse de tarde y decir en las cenas de la noche que ahora lo que hay que hacer es evitar que esta dinámica de cambio vaya demasiado lejos. Había más de un rostro y más de una institución en la calle que respondían a este perfil.

En el intento de minimizar la manifestación de ayer, que parece ser la consigna de la derecha, algunos medios de comunicación han empezado utilizar La Roja como arma para el ataque. Espero que a la vista de la masiva manifestación de ayer no pierdan el tiempo contabilizando los ciudadanos que mañana salgan a celebrar el Mundial, si España lo consigue. Deben sentirse muy inseguros en la defensa de la nación española cuando tienen que convertir al fútbol en bandera para la reconstrucción nacional. Realmente, están ya en el último recurso.

El Gobierno español y el PP, ahora en el papel de manso cordero olvidadizo de haber provocado esta fractura institucional, esperan que, con el retorno de CiU al poder o con una coalición CiU-PSC, las cosas vuelvan a su sitio natural. El problema es que lo que antes resultaba natural ahora ya no lo es. Porque Cataluña ha cambiado mucho y la presencia masiva de las nuevas generaciones en la manifestación lo testifica. Y porque cuando a uno se le cierran las puertas no le queda más salida que buscar su propio camino. Esto es lo que expresaban los catalanes en la calle. Algunos dirán que se habría podido llegar a esta conclusión mucho antes. Pero para que un país se mueva sin desgarros internos ni fracturas dolorosas es necesario que una amplia mayoría de la sociedad tome conciencia de la necesidad de cambio. Los manifestantes dieron testimonio de esta mayoría.

EL PAIS