Si tratamos de analizar qué efectos ha provocado este virus, de entrada ya podemos afirmar que nos ha puesto, como especie, delante del espejo. Nos ha hecho ver nuestras vergüenzas. Esta es la pandemia de la revolución científico-tecnológica, la primera pandemia que ha sido capaz de paralizar las economías de todos los sistemas del planeta Tierra. Seguramente podremos extraer de ello varias conclusiones, la primera es que nos ha demostrado que no podemos anticiparnos a los problemas. Se habían elaborado teorías de todo tipo especulando sobre diferentes supuestos, ¿nos preguntábamos qué podría pasar si viniera un asteroide y chocara contra la Tierra? Pues resulta que no fue necesario ningún asteroide; aparece una molécula minúscula y hace jaque al rey. Ha puesto al descubierto la desestructuración del sistema.
Es en este sentido en el que ha quedado patente que no hay una conciencia clara de especie. Y tenemos varios ejemplos a diferentes niveles. La Unión Europea ha evidenciado ser una comunidad con pies de barro. Se ha producido un cambio fundamental en las posiciones de poder y China se ha confirmado como un protagonista en el control geopolítico mundial. No es casual, porque históricamente la demografía tiene un peso muy importante en la evolución.
El reto que se nos plantea es pensar cómo se debe socializar la ciencia y la tecnología. O decidimos que vamos hacia una evolución responsable y un progreso consciente y sostenible o nuestra especie tiene muchas probabilidades de colapsar. De entrada, no quiero decir extinguirse, pero si los colapsos son cíclicos, si vamos colapsando en secuencia, nadie es capaz de predecir qué puede pasar. Al menos yo, no me atrevo a predecirlo.
Para salir de esta crisis nos hará falta aumentar la conciencia crítica de especie para atenuar el impacto que nos viene encima. La socialización de la revolución industrial nos costó, entre las dos guerras mundiales, doscientos millones de muertos. La socialización de la revolución tecnológica, ¿qué coste tendrá?
Hay que decidir hacia dónde queremos ir como especie y tomar decisiones valientes, relacionadas con la redistribución energética y que incidan en una rebaja expoinencial de consumos. Y, para ello, serán necesarios consensos.
Una crisis no es ninguna oportunidad, es un verdadero desastre de dimensiones considerables y pone a prueba todo el sistema. Las crisis vienen, la mayoría de veces, de cosas que hacemos mal nosotros mismos. Cuando un sistema no resuelve los problemas que él mismo genera, entra en riesgo de colapso. Si se va generando presión y no hay descompresión, en un determinado momento el sistema estalla.
Las soluciones nos las darán los científicos, no los políticos. Con el coronavirus falta un protocolo planetario, que se acuerde por consenso, de la gente que se dedica a la investigación y que trabaja para encontrar soluciones. Y este es un tema que debemos abordar como especie, no como país. Y la solución no es globalizar, sino planetitzar. Esto implica tener respeto por todas las culturas y conservarlas, porque son una fuente de conocimiento.
Sin hacer una autocrítica y sin reconocer que los humanos hacemos cosas que van en contra de la misma evolución humana, estamos cometiendo un grave error.
EL PUNT-AVUIA