«Vamos, yo les enseñaré, al igual que quienes me han precedido, cómo mueren los vascos». Antes de partir hacia el lugar de fusilamiento, el 8 de enero de 1938, Ángel Madariaga González abrazó a sus compañeros de celda y dirigió estas palabras a sus guardianes. El mensaje era claro. Firmeza ante el trágico final ya sabido y convicción hacia el motivo que le había provocado ese final, hacia sus ideales. «Sólo lamento el haberme entregado confiando en su palabra de que se nos respetarían las vidas», había respondido semanas antes -en alusión al Pacto de Santoña no respetado-, en sus alegaciones frente al Consejo de Guerra que le sentenció en Bilbao. Por lo demás, arrepentimiento ninguno. Más bien, lo contrario. «Un abrazo para todos, ahora que muero por nuestra causa. ¡Gora Euzkadi Azkatuta!», escribió en su última carta, que tituló Antesala de la muerte , el mismo día de su ejecución.
Desde entonces han pasado ya 71 años pero, sin embargo, el significado de sus palabras no ha cambiado. Si cabe, cobra incluso más fuerza porque ayuda a comprender, desde la distancia, lo que pasaba por la cabeza de quienes afrontaban en plena Guerra Civil su paseo hasta el paredón de turno. De quienes, en este caso por haber luchado con el bando republicano-nacionalista o por haber sido vinculado a él, ya conocían que su destino era acabar en pocos días con unas cuantas balas franquistas encima y un tiro de gracia, por si acaso.
mensaje vigente
El valor de la palabra escrita
Además, su voz no llega sola, sino acompañada de otras 22. Porque, en total, son 23 las historias recuperadas por la publicación Cómo mueren los vascos , un testimonio único y revelador que, en boca de sus protagonistas, relata la manera en la que aquellos vascos -o combatientes en Euskadi- contaron y sufrieron sus horas finales. No en vano, son sus últimas cartas las que hablan por ellos. Aquellas que enviaron a sus familiares o amigos a modo de despedida y que, a pesar del tiempo, siguen transmitiendo su mensaje. Ahora, en forma de este libro, editado por la Dirección de Derechos Humanos del anterior Gobierno Vasco a propuesta de la Sociedad de Ciencias Aranzadi.
Rescatadas de su ostracismo en uno de los armarios del Archivo General Militar de Ávila, las misivas forman parte del documento Recopilación de testimonios póstumos de ejecutados por los invasores franquistas , redactado por el propio Gobierno de Euskadi en marzo de 1938 e incluido íntegramente en la nueva publicación, y suponen un añadido histórico de incalculable valor. Una aportación impensable.
«Impresiona saber que los fusilados mantuvieron el espíritu sereno hasta el final y es por ello que hemos aprendido que en realidad nunca perdieron su dignidad aunque trataran de quitársela», comenta a ese respecto, en la introducción del libro, el antropólogo, profesor de medicina forense de la UPV y director de Aranzadi, Francisco Etxeberria. «Impresiona, también -prosigue-, saber que alguno de los objetos personales que hemos encontrado en las distintas exhumaciones realizadas son precisamente lapiceros. Los mismos con los que se escribieron esas notas. Los mismos con los que se expresan las ideas y que deben servir para hablar de paz y convivencia».
La distribución
En cinco capítulos
La serenidad y la dignidad de la que habla Etxeberria es unánime y constante en todas las cartas. Y éstas no responden a un único perfil, sino a varios diferentes. Uno tras otro, los cinco capítulos en los que ha sido dividido el libro recuperan, por este orden, las Cartas de fusilados pertenecientes a organizaciones de izquierda , las Cartas de un funcionario municipal totalmente apolítico , las Cartas de militares profesionales que actuaron en Euskadi, fusilados por su lealtad a la República , las Cartas de elementos izquierdistas no creyentes convertidos a la religión católica por el ejemplo e influencia de sus compañeros de desgracia, nacionalistas vascos también fusilados , y, finalmente, las Cartas de nacionalistas vascos ejecutados . Todo ello, acompañado a modo de epílogo con la última poesía que el escritor Esteban Urkiaga (Lauaxeta) compuso días antes de morir, también en plena Guerra Civil a manos del ejército invasor.
La carta de Ángel Madariaga se incluye en el quinto capítulo, el de los nacionalistas, pero antes de llegar a él hay otros cuatro igualmente reveladores. El primero, el de los miembros de organizaciones de izquierdas. José Alonso Muñoz, Natalio López Nistal, Lázaro Cebrián Blanco y José Luis Arenillas Ojinaga son, en él, la expresión inicial del compromiso con los ideales que les han condenado. «A vosotros -reclama, por ejemplo, Alonso a sus compañeros-, confianza en el porvenir y a ser hombres, pero hombres libres y no esclavos, y a luchar por conseguir un mundo mejor y una Euzkadi libre. ¡¡¡Libre!!! ¡¡¡Viva la República!!! Gora Euzkadi Askatuta!!!».
no sólo vascos
Adhesión a la causa
Él, afiliado al Partido Socialista y comisario político de las milicias de esa misma formación, es vasco, como Cebrián y Arenillas, pero a su lado hay otros que no lo son y que igualmente se expresan en términos parecidos. «Viva Euskadi Askatuta», afirma, en ese sentido, López Nistal, cántabro arrestado en Santander pero al que su convivencia con presos vascos en Santoña le ha supuesto cierta adhesión a su causa. Los otros dos hombres que completan el capítulo, Cebrián de la UGT, y Arenillas del Partido Trozkista y médico del Ejército Vasco, dejan escritos también sentidos testimonios. «Muero como un hombre defendiendo un ideal hasta los últimos momentos; He estado luchando por la República y muero por ello», dice el primero. «Muero satisfecho por haber cumplido con mi deber como hijo de Euzkadi y como adicto a la causa de los trabajadores», apunta el segundo, en una misiva enviada a Juan de Ajuriaguerra, presidente del BBB (Bizkai Buru Batzar) y preso como él en la cárcel de Larrinaga.
Tras la suya, la publicación muestra ya en el segundo capítulo las cartas de Justo Ajuria Álava, secretario del Ayuntamiento de Sondika (Bizkaia) y que, a pesar de limitarse a realizar los trabajos burocráticos que le exigía su cargo, fue fusilado por un delito de auxilio a la rebelión. Además de un escrito enviado al tribunal que lo condenó como ampliación y explicación de su conducta completamente apolítica, y previendo su inminente ejecución, remitió sendas cartas a un tío suyo y a su mujer.
En la primera, Ajuria demuestra una generosidad impactante al perdonar a quienes le han sentenciado, incluso sabiéndose completamente inocente. «No tengo ni poseo en este momento animosidad alguna ni abrigo rencor ni adversión a nada o a nadie; perdono a todos cuantos me hayan podido causar daño alguno, incluso a los causantes de esta situación y a cuantos hayan colaborado en alguna forma, directa o indirecta, en la misma», escribe.
la familia
«Cuida bien de los niños»
En la segunda carta, se despide de su pareja: «Adiós mi querida esposa, cuida de los niños bien, que es la única pero mejor herencia que te he dejado con el trabajo honrado». Además, en un tercer texto escrito señala lo siguiente, que da idea de la situación que se vivía en las prisiones: «Voy a terminar a las diez y media de la noche estas líneas que no sé si serán las última pues, por la forma de llevar a los que fusilan en Derio, no dan tiempo ni para cambiarse, pues les sacan a patadas sin consideración a momentos tan trascendentales y quiero tener todo listo para que este último aliento, esta última impresión, llegue fresca y sincera».
Los dos capítulos siguientes recogen también mensajes impactantes. Entre las de los militares profesionales, el salmantino Sebastián Vicente Álvarez dedica un «Gora Euzkadi Askatuta!!!» en su texto enviado a Ajuriaguerra, al tiempo que desea «que el triunfo sea próximo y en esta bendita tierra Euzkadiana ondee orgullosa la bandera patria juntamente con la Enseña Republicana». «Si cien vidas tuviera a la República se las ofrendaría», afirma en una de sus numerosas cartas de despedida, por su parte, el coronel de Infantería Gumersindo Azcárate, que muestra también su adhesión a la causa vasca y que incluso dio la orden de fuego contra su persona en el momento de ser fusilado.
espontaneidad mortal
«¡Viva la Libertad!»
En cuanto a los no creyentes convertidos al catolicismo, el sestaotarra Pedro González, antiguo afiliado y miliciano de la CNT, reconoce morir «como cristiano» y «arrepentido» de su vida pasada. Además, destaca el episodio protagonizado por el donostiarra Daniel Losada el 24 de noviembre de 1937. Un centenar de prisioneros formó en el patio de la cárcel del Dueso para el acto obligatorio de saludo a la bandera al grito de «¡Viva España! ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! ¡Arriba España!». Después de hacerlo, y de manera espontánea, Losada se adelantó a su fila y levantó el puño mientras gritaba «¡Viva la República!, ¡Viva la Libertad!, ¡Viva el Nacionalismo Vasco!». Aquella misma tarde fue condenado a muerte.
En el último capítulo, las cartas de Madariaga se entremezclan con las de otros nueve nacionalistas, todas ellas con un llamamiento general de ensalzamiento de la causa vasca y con distintos mensajes y recados a amigos y familiares. «Ni una venganza quiero para mi muerte. Valor y patriotismo. Patriotismo. Patriotismo. Ésa es la única venganza que solicito», pide el alavés José María Azcarraga. «Morir por Euzkadi es tan bello que sólo Dios y los que han muerto así lo saben», escribe, por último Víctor Pardo, de Bilbao. Tras ese quinto capítulo, el epílogo de Lauaxeta cierra la publicación. Atrás quedan ochenta páginas de relatos desgarradores e impactantes. Por delante, una nueva reflexión sobre el sin sentido y la barbarie vividos hace siete décadas.
Pero, sobre todo, lo que queda es la certeza de que aquellas 23 víctimas, como tantas otras que les acompañaron, se mantuvieron fieles a sí mismas y a sus ideas hasta el último aliento. Hasta hoy, sus textos reposaban en un olvido considerado seguro por sus ejecutores. A partir de ahora, sin embargo, recuperan su lugar. Son, como señala el propio libro en su contraportada, la muestra de que se les pudo quitar la vida, pero no el recuerdo.