Grietas

El cul-de-sac al que nos ha abocado el actual Estatuto, cerrando toda perspectiva de progreso nacional, cada semana tiene su nueva expresión política. En unos casos, con argumentos para abandonar definitivamente el lodazal, y en otros, con respuestas resignadas a una situación que ya no se ve capaz de transformar. Y lo más interesante del caso es que estos dos tipos de reacciones, una combativa y la otra derrotista, se dan no entre fuerzas políticas distintas, sino en un mismo partido. El último caso del que he tomado nota se ha producido en ICV, aunque su trascendencia haya sido mínima. Con quince días de diferencia, mientras Raül Romeva, el eurodiputado de ICV más activo de la cámara europea, hacía explícita su conversión soberanista, Joan Herrera, el flamante candidato a la presidencia de la Generalitat de la misma formación política, declaraba que le gustaría tener un referente político español fuerte para poder crecer electoralmente aquí.

Efectivamente, Raül Romeva el 18 de febrero publicaba un correo en su blog con el título ¿Una Cataluña soberana y europea? Es legítimo, es necesario, es progresista. Romeva, que confesaba su antiguo federalismo español, hacía constar en su escrito que “en el resto del Estado nadie cree en la necesidad de avanzar hacia una fórmula federal”. Y se preguntaba: “¿Qué sentido tiene, por lo tanto, seguir apostando por una opción que nadie cree posible ni necesaria?”. Romeva seguía: “Así pues, ahora soy de quienes nos hemos dado cuenta de que esto no es factible, y a estas alturas, ya no sé si es deseable […]. Y, por lo tanto, el ente a federar, en este caso Cataluña, y de manera más amplia los Països Catalans o la Euroregión, lo tiene que hacer mirando hacia Europa con el objetivo claro de poder actuar en la política europea de manera directa y sin necesidad de pasar por intermediarios a escala estatal […]”. Romeva, si bien en todo el escrito evitaba recurrir a la palabra maldita, la independencia, era bastante claro: “La decepción [respecto de un hipotético federalismo del PSOE] ha sido tal que ya no veo recorrido, en esta opción”, y por lo tanto, se decantaba por una “desconexión del Estado y una conexión con Europa”.

Pero he aquí que el diputado del mismo partido en la cámara española, Joan Herrera, el día 2 de marzo en una conferencia en el Círculo de Economía, afirmaba que echaba de menos un socio estatal fuerte para ICV para crecer electoralmente en los barrios obreros catalanes. Según la prensa, Herrera dijo: “Necesitamos un referente de Estado. En estos barrios [obreros y del área metropolitana] el circuito comunicativo se da en clave de Estado, y este es uno de los problemas que ICV tiene, lo confieso”. Otra confesión, pues, pero ahora en sentido absolutamente contrario a la anterior. La reflexión de Herrera es brutal: por un lado, porque atribuye la debilidad electoral de la izquierda verde en los barrios obreros y la periferia barcelonesa a la subyugación a un espacio comunicativo español, obviando el hecho de que ya hace tiempo que el discurso de ICV es cada vez más el propio de una clase media progre con (falsa) conciencia cosmopolita. Para entendernos: que el obrero desconfíe de los de la bicicleta, tiene poco que ver con su imaginario político español, aunque lo tenga. Pero, por otro lado, lo que es más grave es que en lugar de proponer un cambio en las condiciones comunicativas del país para consolidarlo nacionalmente, Herrera renuncia a la transformación de la realidad y, en un gesto profundamente reaccionario, opta por acomodarse. Conclusión del candidato a presidir nuestra nación: ICV, para ganar en Cataluña, necesita un referente estatal, como el PSC tiene al PSOE.

No estoy haciendo, o no pretendo hacer, una crítica específica de ICV. Gestos tan contradictorios como los de Romeva y Herrera los encontraríamos en todos y cada uno de los partidos catalanes actuales. En el PSC, entre quienes reclaman grupo propio en Madrid y quienes, como el diputado Francesc Vallès, se encuentran la mar de cómodos sin tenerlo; a ERC, entre quienes claman por coger el atajo hacia la independencia y el diputado Joan Ridao que quiere reformar el Tribunal Constitucional; en CiU, entre los que ahora pedirán concierto económico y el diputado Josep Antoni Duran i Lleida, siempre dispuesto a salvar los gobiernos españoles en estado de crisis. Lo que quiero resaltar, más allá de cada sigla, es cómo la carencia de horizonte nacional ya hace tiempo que parte por el medio las estrategias políticas de todos nuestros partidos. Herrera y Romeva coinciden del todo en la estrategia de la izquierda verde, pero la nación los parte por el medio. Castells y Vallés coinciden en su proyecto socialdemócrata, pero la lealtad nacional sitúa a uno a las antípodas del otro. Puigcercós y Ridao son dos independentistas, sí, pero la estrategia catalana de uno y la española de la otra chirrían. Mas y Durán comparten planteamientos liberales, pero la ambición española de uno topa con la ambición catalana del otro. Y este es uno de los muchos dramas de la política catalana actual: España nos divide, pero no ya entre unos y otros partidos, sino agrietándolos todos por los medio. El eje nacional no pone a los unos a un lado y a los otros en el otro, sino que ahora los traspasa a todos.

Esta grieta, en los partidos, es especialmente grave en unos momentos en que el país empieza a reaccionar con firmeza en contra de la parálisis nacional a que nos han abocado treinta años de autonomismo. De forma que lo más previsible es que, en los próximos meses, la grieta se vaya abriendo más cada día que pase, distanciando a los que apuesten –electoralmente hablando– por los viejos equilibrios y a los que entienden que los tiempos están cambiando y quieran engancharse a la oleada del futuro. No hay que decir que todos los que tienen grietas harán lo imposible por desvertebrar cualquier movimiento independentista de fondo que pueda abrir más la brecha y les quite posibilidades. Escucharemos acusaciones de populismo por parte de quienes de la política han hecho un mal espectáculo, y amenazarán con los peligros de una futura inestabilidad parlamentaria los mismos que del tripartito han hecho una montaña rusa. Pero la verdadera inestabilidad de la política catalana, la verdadera grieta que hace tambalear a los partidos, es la renuncia nacional. El tiempo en que la pesca electoral era mayor con la máxima ambigüedad se ha terminado. Ahora es la hora de los más ambiciosos, de los que ofrezcan horizontes claros y de los que garanticen compromisos arriesgados. Y el dilema, en todo caso, es entre la inestabilidad de los que arriesgan para ir adelante, o la inestabilidad de los que se resignan a una mayor desafección.

 

Publicado por Avui-k argitaratua