Gilles Lipovetsky: “El culto a la autenticidad es una de las razones del lamentable éxito de Trump”

 

 

El filósofo y sociólogo francés examina en ‘La consagración de la autenticidad’ el ideal que define la era actual, del trabajo a la política

Pocos analistas más sagaces de la sociedad contemporánea que el filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky (Millau, 1944), que lleva décadas retratándola en ensayos como ‘La era del vacío’. Desde los ochenta Lipovetsky ha explorado el paradigma de la hipermodernidad, esto es, cuando el proyecto moderno que comenzó hace dos siglos, ahora ya sin frenos religiosos, ideológicos y materiales, ha dado paso a una sociedad individualista con un capitalismo marcado por la lógica de la seducción y el placer. Un capitalismo con hiperconsumidores bulímicos de novedades que han absorbido los valores de los artistas bohemios del XIX: hedonismo, creación y autorrealización. Autenticidad. En uno mismo, pero también en los líderes –populistas que se presentan “tal como son”–, lo que consumimos –sea bío, retro o ‘vintage’– y las experiencias que vivimos. Un ideal, el de ser uno mismo, al que dedica ‘La consagración de la autenticidad’ (Anagrama).

Una invención moderna

-La condición de auténtico define el mundo actual. ¿Por qué?

-Es esencial. Con frecuencia cuando hablamos de autenticidad personal nos parece una característica interesante, pero sin una gran centralidad. Es un error fundamental. En muchos sentidos, todo nuestro mundo social y personal es consecuencia del ideal de autenticidad. Es una invención moderna, no existía antes del XVIII. ¿Qué significa? Es el derecho e incluso el deber de cada uno a ser uno mismo. Ninguna otra civilización lo ha propuesto.

Durante milenios, el ideal de vida fue obedecer las tradiciones de nuestros padres, nuestros abuelos y los mandamientos divinos. Pero los modernos propondrán este individualismo de la subjetividad que consiste en que cada persona esté en armonía con uno mismo y eso significa no vivir según reglas recibidas del exterior por la educación o la religión, sino obedecer, como dice Rousseau, a tu corazón. Cada persona dentro de sí misma debe encontrar su manera de comportarse en la existencia.

-Al inicio, dice, era una cuestión de filósofos, luego de bohemios.

-Todavía en el siglo XIX, e incluso durante la mayor parte de la primera mitad del siglo XX, afectó a una minoría de personas. Intelectuales, filósofos, escritores. El ideal de autenticidad era ante todo al inicio ético. De verdad, de sinceridad. Autenticidad significaba ser sincero hacia uno mismo, hacia lo que sientes y amas. Durante dos siglos, fue un ideal ético de verdad. Lo encontramos aún en Heidegger, Sartre. Es heroico, necesita valentía, enfrentarte a la opinión pública, romper el conformismo.

Pero en los sesenta hay una segunda fase con la contracultura, la revuelta estudiantil. Ahí se convierte ante todo en un ideal político. La autenticidad de cada persona exige una crítica del capitalismo, de la economía, la moral familiar. Y en los ochenta entramos en la fase de la cultura de la autenticidad personal. Ya no es un ideal ético ni político, es psicológico y terapéutico. Ser uno mismo es la condición para ser feliz, para liberarse de las ansiedades, de la dificultad de vivir. Todos están de acuerdo excepto los fundamentalistas.

Durante milenios los matrimonios se concertaban, hoy obligar a una joven a casarse es el colmo de la inhumanidad. Antes en la mesa los niños comían lo que les decían sus padres o eran castigados. Hoy los padres dicen, ‘ay, cariño, ¿te gusta el gazpacho? ¿No? Bien, ¿qué quieres comer?’. Ha ganado el derecho a ser uno mismo incluso en los niños. Un hombre anatómicamente de sexo masculino proclama que se siente mujer y quiere que su nueva identidad sea reconocida socialmente. La gente tiene derecho a cambiar de género y eso muestra el tremendo poder de este ideal de autenticidad. No es una ideología abstracta, opera una transformación antropológica. Ha dado forma al hiperindividualismo actual.

-Un gran agente de cambio.

-Sí, ha cambiado la relación con un trabajo que se considera alienante y muchas personas deciden cambiar de carrera. Universitarios quieren convertirse en panaderos. Estar de acuerdo consigo mismos. Antes era una minoría mal vista, hoy es legítimo. Ha cambiado la relación con la religión. Gente que sigue siendo creyente y se dice católica no acepta todo lo que dice el Papa. Quieren una religión de acuerdo a lo que piensan. Están en busca de una verdad religiosa que ya no reciben del exterior.

-¿Qué supone en la política?

-Lo que los ciudadanos exigen a un líder político es, ante todo, que sea honesto, que esté de acuerdo consigo mismo. Es una de las razones del lamentable éxito de Trump, líderes populistas que dicen que hablan como piensan y no son hipócritas. Es peligroso. Porque los populistas enfrentan a los grupos entre sí. En EE.UU., nunca han estado tan polarizados. La retórica de Trump fue muy importante para ganar a Clinton. Ella tenía una imagen de hipocresía: no dice lo que piensa. Trump, de autenticidad, porque es violento, vulgar, usa términos populares.

-¿Hoy hay malestar en la hipermodernidad?

-Pensábamos que, siguiendo a Fukuyama, era el fin de la historia, de la guerra. Y la guerra ha regresado a Europa. También nos enfrentamos a un terrorismo internacional y tenemos un desafío climático extremadamente peligroso, nos arriesgamos a catástrofes a escala planetaria. Y a olas de inmigración considerables. La hipermodernidad no es la tranquilidad. La ansiedad y la inseguridad se extienden a cada vez más sectores. Y hay inseguridad respecto al futuro. Hoy el progreso ya no es una idea triunfante. La gente piensa que mañana será peor, que sus hijos vivirán peor. Esto es nuevo en la cultura moderna. Desde el siglo XVIII y especialmente el XIX existía la idea de que la historia avanzaba en la dirección del progreso. Hoy tenemos dudas.

-Cuarenta años después de ‘La era del vacío’, ¿esa es la gran transformación?

-Muchos aspectos siguen igual, en particular el hiperindividualismo. Pero el espíritu de los tiempos ha cambiado. A principios de los ochenta, todavía existía ideología de progreso y la idea de que el individualismo nos permite vivir más libres. Sigo pensando que es una forma de libertad personal. Pero la era del vacío se ha convertido en la era de la inseguridad. Generalizada. Lo que empezó con el sida ahora está en todas partes.

Sigo siendo optimista, pero hace falta que nuestras sociedades se movilicen. Y deben hacerlo distanciándose del ideal de autenticidad. Es muy bueno y hay que defenderlo contra los fundamentalistas. Pero debemos ser críticos hacia una cierta religión de la autenticidad que piensa que gracias a ella resolveremos todos nuestros problemas. Eso es una ilusión, ideología, mistificación. No es con autenticidad como resolveremos la crisis climática. No porque vayas en bici como vamos a poder alimentar a la población de la Tierra. Greta Thunberg, con sus cantos a la autenticidad, no es el camino correcto para hallar soluciones. Hay que movilizar la inteligencia de las personas, sus responsabilidades reales, y su autenticidad poco influye a este nivel.

Tampoco con el ideal de autenticidad vamos a mejorar nuestros sistemas educativos. Era bueno en los sesenta para rechazar cierto autoritarismo. Pero fuimos demasiado lejos. Hoy la autenticidad es decir a los niños: haz lo que quieras, haz lo que amas. Educar es imposible sin cierto número de limitaciones. Necesitamos el equilibrio adecuado, la autenticidad es un callejón sin salida, no habrá solución a escala planetaria sin la movilización de la inteligencia humana y los actores políticos y económicos.

LA VANGUARDIA