En la península Ibérica hay cuatro Estados, que por orden de importancia demográfica y económica son el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del norte, el Reino de España, la República de Portugal y el Principado de Andorra. Hace trescientos años, sin embargo, que el segundo no acepta la existencia del primero, y pretende ocupar su territorio e imponer su soberanía sobre gibraltareños, que ni son españoles ni tienen la más mínima intención de serlo. Los sucesivos gobernantes españoles lo han intentado todo, incluidos ataques militares, bloqueos y aislamientos para hacerles sufrir, pero los gibraltareños se han mantenido siempre firmes como la Roca donde viven y han disfrutado siempre de libertades y democracia, a diferencia de los españoles. Este delirio de ocupación lo han mantenido en España monarquías y repúblicas, dictaduras y democracias, todos y cada uno de los regímenes españoles hasta nuestros días, basándose en un breve periodo de 242 años de dominio castellano/español, después de 751 años de dominio árabe y antes de los últimos 305 años de soberanía británica, decidida por los gibraltareños por el 99% de los votos en referéndums (1967, 2002) que los gobiernos españoles han rehusado por «ilegales», aunque no han explicado nunca cuál es la ley británica vulnerada.
Los últimos años, y por efecto de la pertenencia de los dos Estados a la Unión Europea, España se ha visto forzada a permitir las comunicaciones terrestres, aéreas y telefónicas, y a respetar el derecho de los gibraltareños a votar en las elecciones europeas, después de haber perdido todos los vetos ilegales que imponía por sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
Parecía que la visita por primera vez en la historia de un ministro español serviría para ir desvaneciendo sus fantasías imperiales, pero las palabras de reivindicación perpetua de la soberanía y las reacciones de la Jihad Hispánica muestran claramente que no han aprendido nada. Da lo mismo, llevan tres siglos berreando, pueden seguir tres siglos más con los mismos nulos resultados, ahora son inofensivos por efecto de la Unión Europea y no pueden ni atacar ni boicotear a los gibraltareños. Continuaremos teniendo episodios deliciosos, como cuando España retiró su pretensión de incluir en los Tratados constitucional y de Lisboa la norma de intangibilidad de las fronteras en la UE, con el propósito de impedir las independencias catalana y vasca. Un glacial representante británico observó que esto implicaba renunciar a reivindicar Gibraltar, y los españoles recularon cuando todo el mundo rió al oirles defender que entre España y Gibraltar no hay una frontera sino una valla.
Como catalanes, es interesante constatar el carácter étnico del proyecto nacional español, y su correlativa carencia de atractivo para los que no comparten sus atributos. España simplemente proyecta su nación en todo el Estado (en el imaginario, a toda la península) para hacerse suyas las minorías nacionales, pero no las integra simbólicamente. El imaginario español no incluye elementos catalanes, ni históricos, ni culturales, ni identitarios: a diferencia de la invención de la britishness, que proyecta una identidad inclusiva de las naciones celtas del Reino Unido, evidentemente subordinadas a la dominante englishness, los españoles no se han hecho suyos ninguno de los rasgos de las naciones minoritarias, que rehusan en su integridad. La centralidad de Gibraltar en el discurso y la política exterior de todos los gobiernos españoles, autoritarios y democráticos, derechistas y zurdos, es una clara manifestación del etnicismo de su Estado, de su exclusiva preocupación por su nación, que en su inconsciente no incluye Cataluña.
En poco más de cincuenta años, a caballo de los siglos XVII y XVIII, y por efecto de guerras y tratados, el Estado español perdió, además de otros muchos países, la Cataluña Norte y Gibraltar. La pérdida del primero, incomparablemente más extenso y poblado que el segundo, a los españoles y en su Estado nunca les ha producido pesar, ni se han preocupado por su destino ni afanado en recuperarlo, ni siquiera en momentos favorables, como cuando Hitler lo ofreció a Franco y este rehusó diciendo: «¡Ya tenemos bastantes catalanas!». Con respecto a Gibraltar, país desde entonces de identidad británica que ya ha vivido más tiempo con gobierno británico que los que vivió bajo gobierno castellano/español, la constancia e insistencia de la reivindicación española, frente a una población que ni es española ni se siente, ni quiere depender de ninguna forma del Estado español, sería simplemente ridícula si no fuera por los sufrimientos que inflige a los gibraltareños, que se merecen unos vecinos con un poco de decencia, y que para empezar reconocieran su existencia y su derecho a gobernarse y decidir su futuro, como todos los pueblos libres del mundo. Ningún Estado en Europa reivindica el territorio de otro sin el consentimiento y contra la voluntad expresa y reiterada de la población afectada, el español con Gibraltar es el único caso.
¿Por qué Gibraltar sí, y tan intensamente, y la Cataluña Norte no? No cabe otra explicación que la étnica, porque para los españoles lo que fue castellano/español se tiene que recuperar, porque forma parte de su nación, pero lo que fue catalán/español no se tiene que recuperar porque no forma parte. Se produce, por un nacionalismo étnico como el español, una extraña contorsión y es la que les permite reivindicar como española una parte de Cataluña, y no la otra. ¿Era española la Cataluña Norte, como Gibraltar, antes de las respectivas conquistas francesa e inglesa? Si lo era, ¿cómo es que, a diferencia de Gibraltar, no la han querido recuperar nunca? ¿Quizás es que la Cataluña Norte no era española? Si esta es la razón, y no se divisa otra que explique comportamientos tan distintos, ¿qué hace que la Cataluña Norte no sea española, en el imaginario español, y la Cataluña Sur sí? No hace falta sino ir a las fuentes españolas para encontrar la razón: «el justo derecho de conquista». Mala pieza tienen en el telar pues, cuando son una democracia integrada en la Unión Europea: no pudiendo usar la represión armada, sólo el consentimiento o la resignación de los catalanes permite a los españoles uncirnos a su Estado. Cuando decidamos la independencia no podrán impedirla, digan lo que digan y hagan lo que hagan. Si queremos, y cuando queramos, seremos tan libres como los gibraltareños, los portugueses, los andorranos y los españoles, y se unirá en los cuatro Estados de la península ibérica un quinto: el Estado independiente de Cataluña.