Hasta su muerte formó parte de los jefes que simbolizaron la resistencia al imperialismo estadounidense y su figura es legendaria. Primero fue considerado un simple sanguinario, después, una especie de profeta entre los suyos. Creía ciegamente en la independencia de su pueblo y sabía administrar muy bien los recursos económicos para mantener la familia y organizar los ataques. Tenía una curiosidad intelectual viva y un pensamiento muy original. Era obstinado, práctico, despiadado con los enemigos y leal con los amigos. El amor que sentía por su tierra montañosa fue constante a lo largo de su vida, junto con su profunda religiosidad, y cuando hacía un juramento mantenía siempre su palabra.
No estamos hablando de la biografía oficial de Bin Laden, sino de Gerónimo, el nombre de guerra que las fuerzas especiales de Estados Unidos otorgaron al enemigo público número uno durante la operación que esta semana lo ha enviado a el otro barrio. Una biografía que se puede encontrar fácilmente sólo con teclear su nombre en la red. La pregunta es: ¿lo teclearon, los mandamases de la Casa Blanca, antes de decidir que bautizarían al talibán con el nombre del apache? Si lo hicieron no se entiende mucho que ahora les preocupe tanto la posibilidad de mitificar al muerto y perpetuar su memoria. El auténtico Gerónimo ha pasado precisamente a la historia como un símbolo de la resistencia, en la recta final de su vida se convirtió en objeto de culto y de mercadeo empresarial, y hoy en día un monumento de piedra lo recuerda en la antigua reserva de Oklahoma donde murió. Tampoco se entiende la poca delicadeza hacia los indios americanos, que tienen todo el derecho a sentirse ofendidos porque aún ahora, tanto años después del genocidio que sufrieron durante la conquista de las praderas, les sigan identificando con el mal. Los militares son aficionados a definir sus operaciones con nombres en clave bien ocurrentes. Seguro que tienen una libreta llena de sugerencias para bautizar futuros objetivos a abatir: Malcolm X, Rigoberta Menchú…
Publicado por Avui – El Punt-k argitaratua