Gernika, 84º

Hace 84 años Gernika fue bombardeada por una fuerza aérea compuesta de al menos 59 aviones, el 20% de las unidades aéreas a disposición del general Franco en el conjunto de la península ibérica. Utilizando un nuevo sistema de bombardeo resultante de la combinación de varias técnicas de ataque aéreo, el mando rebelde lanzó más de 41 toneladas de bombas explosivas e incendiarias en un área de 0,134 km2, un polígono irregular de 340 x 700m., en la que se concentraban más de 10.000 personas, en su inmensa mayoría civiles que habían acudido al mercado semanal en busca de la comida que no podían obtener en Bilbao. Había más de 17 refugios antiaéreos en la villa, pero muy pocos estaban preparados para resistir el impacto de aquel cóctel de explosivos. El resultado de tres horas y media de bombardeo y ametrallamiento aéreo fue devastador: 271 edificios totalmente destruidos y el 99% de la villa afectada. Murieron más de 2.000 personas.

Antes de las siete de la mañana del 27 de abril, Franco ordenó mentir. Dispuso que todos los medios controlados por el régimen y sus aliados en Portugal, Italia y Alemania vertieran que Gernika no había sido bombardeada y que había sido destruida por los «rojos» en retirada. Ordenó mentir porque sabía cuál era la naturaleza de este ataque: el caudillo no prohibió mencionar todos los bombardeos, sino que estableció quirúrgicamente que había que adulterar lo ocurrido en Gernika, Durango, Lekeitio, Eibar e Irun. No es una casualidad, y en lo concerniente a Eibar e Irun aún hay quien se hace eco de sus órdenes.

Cuando un historiador afirma que participaron 59 aviones es porque ha dado con documentos como el extracto del diario de Wolfram von Richthofen, órdenes de operaciones y otros escritos que se hallan debidamente catalogados en diversos archivos, entre ellos en el del Centro de Documentación del Bombardeo de Gernika; cuando afirmo que se lanzaron más de 41 toneladas de bombas es porque en dicho archivo se conserva un informe de Joachim von Richthofen en el que se registra que tan sólo los bombarderos Junker Ju52 lanzaron 31 toneladas de bombas y porque la documentación existente corrobora los datos sobre las cargas del resto de los aparatos; cuando decimos que fue totalmente destruida el 85,22% de la villa es porque en dicho archivo existe una copia del informe de Regiones Devastadas donde consta, edificio a edificio, dicha cifra de 271 edificios totalmente destruidos sobre un total de 318; y, finalmente, cuando afirmamos que murieron más de 2.000 personas es porque se conservan 40 documentos contemporáneos a los hechos que hacen referencia a ese número de muertos, entre ellos el registro de muertos a causa del bombardeo del Gobierno de Euskadi, que cifró las víctimas en más de 1.654. Más de 1.654, porque no pudieron rescatar los cuerpos que habían quedado enterrados entre los escombros y, por tanto, sólo pudieron registrar las defunciones de las personas que perdieron sus vidas días después del ataque en diversos hospitales de Bizkaia. Y, hay que subrayar, estos son los únicos 40 documentos contemporáneos a los hechos que hacen referencia al número de muertos que causó el bombardeo. Cualquier cifra por debajo de lo que apuntan las fuentes históricas no es fruto de un criterio historiográfico sino meras opiniones. Respetables, pero meras opiniones.

Hay quien se empeña en atribuirse la verdad por encima de y a pesar de las evidencias históricas a las que denominamos fuentes históricas. No hace mucho, alguien ha asegurado que los muertos en el bombardeo no fueron «tantos» (una lamentable expresión), probablemente no más de 120. La historia de este número es un buen ejemplo de ejercicio memoricida. A las pocas semanas de que Franco ordenara mentir tan soezmente, el duque de Alba, desde Londres, advirtió al generalísimo que en efecto había que mentir, sí, pero que había que mentir bien (estos documentos constan asimismo en el citado archivo del Centro de Documentación). E instó a Franco a elaborar un informe que, bajo la apariencia de «científico y neutral», concluyera terminantemente que lo de Gernika había sido el resultado de un levísimo bombardeo seguido del incendio premeditado y sin escrúpulos de los rojos. Así se hizo. Y, dado que ya se había proclamado en castellano que no había habido bombardeo alguno, dicho panfleto se publicó sólo en inglés para ser distribuido en el Reino Unido. Este es el Informe Herrán y es en ese informe donde se cita por vez primera la cifra de unos 100 muertos, que posteriormente el general Salas Larrazabal elevó caprichosamente a 120 debido a las incongruencias internas del documento original. Haciendo esto, Salas otorgó al Informe Herrán una categoría de fuente histórica que no tiene, ya que es obvio que no se puede construir el relato histórico sobre la base de un informe propagandístico ordenado por Franco cuya conclusión es que Gernika fue quemada por los rojos.

El reduccionismo con respecto al caso de Gernika no es una excepción, ocurre lo propio con Otxandio, Irun, Eibar, Lekeitio, Durango, Bilbao y tantos otros bombardeos y, en general, con la práctica totalidad de las atrocidades ocurridas a todo lo largo de la prolongada historia de la barbarie humana. Nadie niega a día de hoy que Gernika fue bombardeada, pero sí que hay historiadores que continúan acatando la vieja orden franquista de afirmar que la destrucción de Irun y Eibar se debió fundamentalmente a la tea incendiaria de los dinamiteros rojos. No, Gernika no es, en absoluto, una excepción en la historia del reduccionismo, ni en Euskadi ni a nivel mundial. A todo crimen le es consustancial una mentira.

El memoricidio posee un lenguaje mendaz y por lo tanto agresivo, abundante en ultrajes, agravios y ofensas como aquellos de los que he sido objeto estos últimos días. Ocurre todos los años por estas fechas porque se destruye desde el odio y apoyándose en el lenguaje que lo arropa. Pero construir es distinto: Se construye desde el afecto, la devoción y el respeto a la memoria. No hace falta sembrar odio para abrir camino a la verdad y esta semana, gracias a la intervención del senador Gorka Elejabarrieta, el Gobierno de Madrid ha condenado por vez primera el bombardeo de Gernika. Lo ha hecho sin insultar a nadie, porque no es necesario hacerlo cuando se habla con la verdad en la mano.

En cualquier caso, hay algo mucho más poderoso que la declaración de un gobierno. Durante estos días he recibido numerosos mensajes de víctimas del bombardeo o de hijos e hijas de las víctimas que ya no están entre nosotros. No puedo mencionarlos a todos, pero todos ellos me acompañan. Recuerdo a Joseba Elosegi, el primer testigo del bombardeo con el que hablé, y a Kontxi Zorrozua, la última superviviente de la lista de Egurtxiki; recuerdo a Joxe Iturria y los días que pasamos en su casa de Lesaka y, en estos momentos, tengo en mente de manera especial a Inmaculada Bilbao.

Debemos seguir trabajando por restituir la memoria de las víctimas porque es con ellos con quienes la historia tiene una grave deuda pendiente. Y nos sobra fuerza para ello, porque una sonrisa de Joxe o el abrazo de Inmaculada valen más que un millón de insultos.

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